2 de julio 2025. “Semillas de paz y Esperanza.” Mensaje Papa
León XIV Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación. Queridos
hermanos y hermanas:
El tema de esta Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de
la Creación, elegido por nuestro querido Papa Francisco, es “Semillas de paz y
esperanza”. En el décimo aniversario de la institución de la Jornada, que
coincidió con la publicación de la encíclica Laudato si’, nos encontramos en
pleno Jubileo, como “peregrinos de esperanza”. Y es precisamente en este
contexto donde el tema adquiere todo su significado.
Muchas veces, Jesús, en su predicación, utiliza la imagen de
la semilla para hablar del Reino de Dios, y en la víspera de la Pasión la
aplica a sí mismo, comparándose con el grano de trigo, que debe morir para dar
fruto (cf. Juan 12,24).
La semilla se entrega por completo a la tierra y allí,
con la fuerza impetuosa de su don, brota la vida, incluso en los lugares más
insospechados, con una sorprendente capacidad de generar futuro. Pensemos,
por ejemplo, en las flores que crecen al borde de las carreteras: nadie las ha
plantado, y sin embargo crecen gracias a semillas que han llegado allí casi por
casualidad y logran adornar el gris del asfalto e incluso romper su dura
superficie.
Por lo tanto, en Cristo somos semillas. No sólo eso, sino
“semillas de paz y esperanza”. Como dice el profeta Isaías, el Espíritu de
Dios es capaz de transformar el desierto, árido y reseco, en un jardín, lugar
de descanso y serenidad: «hasta que sea infundido en nosotros un espíritu desde
lo alto. Entonces el desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque. En
el desierto habitará el derecho y la justicia morará en el vergel. La obra
de la justicia será la paz, y el fruto de la justicia, la tranquilidad y la
seguridad para siempre. Mi pueblo habitará en un lugar de paz, en moradas
seguras, en descansos tranquilos» (Isaías 32, 15-18).
Estas palabras proféticas, que del 1 de septiembre al 4 de
octubre acompañarán la iniciativa ecuménica del “Tiempo de la Creación”,
afirman con fuerza que, junto con la oración, son necesarias la voluntad y las
acciones concretas que hacen perceptible esta “caricia de Dios” sobre el mundo
(cfr. Laudato si’, 84). La justicia y el derecho, en efecto, parecen
arreglar la inhóspita naturaleza del desierto. Se trata de un anuncio de
extraordinaria actualidad. En diversas partes del mundo es ya evidente que
nuestra tierra se está deteriorando.
En todas partes, la injusticia, la violación del derecho
internacional y de los derechos de los pueblos, las desigualdades y la codicia
que de ellas se derivan producen deforestación, contaminación y pérdida de
biodiversidad. Aumentan en intensidad y frecuencia los fenómenos naturales
extremos causados por el cambio climático inducido por las actividades
antrópicas (cf. Exhortación. apostólica. Laudate Deum, 5), sin tener en
cuenta los efectos a medio y largo plazo de la devastación humana y ecológica
provocada por los conflictos armados.
Parece que aún no se tiene conciencia de que destruir la
naturaleza no perjudica a todos del mismo modo: pisotear la justicia y la paz
significa afectar sobre todo a los más pobres, a los marginados, a los
excluidos. En este contexto, es emblemático el sufrimiento de las comunidades
indígenas.
Y eso no es todo: la propia naturaleza se convierte a veces
en un instrumento de intercambio, en un bien que se negocia para obtener
ventajas económicas o políticas. En estas dinámicas, la creación se
transforma en un campo de batalla por el control de los recursos vitales, como
lo demuestran las zonas agrícolas y los bosques que se han vuelto
peligrosos debido a las minas, la política de la “tierra arrasada”, los
conflictos que se desatan en torno a las fuentes de agua, la distribución
desigual de las materias primas, que penaliza a las poblaciones más débiles y
socava su propia estabilidad social.
Estas diversas heridas son consecuencia del pecado. Sin
duda, esto no es lo que Dios tenía en mente cuando confió la Tierra al hombre
creado a su imagen (cf. Génesis 1, 24-29). La Biblia no promueve «el dominio
despótico del ser humano sobre lo creado» (Laudato si’, 200). Al contrario, es
«importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica
adecuada, y recordar que nos invitan a “labrar y cuidar” el jardín del mundo
(cf. Génesis 2, 15). Mientras “labrar” significa cultivar, arar o trabajar,
“cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto
implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la
naturaleza» (ibíd., 67).
La justicia ambiental —anunciada implícitamente por los
profetas— ya no puede considerarse un concepto abstracto o un objetivo lejano.
Representa una necesidad urgente que va más allá de la simple protección del
medio ambiente. En realidad, se trata de una cuestión de justicia social,
económica y antropológica. Para los creyentes, además, es una exigencia
teológica que, para los cristianos, tiene el rostro de Jesucristo, en quien
todo ha sido creado y redimido. En un mundo en el que los más frágiles son los
primeros en sufrir los efectos devastadores del cambio climático, la
deforestación y la contaminación, el cuidado de la creación se convierte en una
cuestión de fe y de humanidad.
Es hora de pasar de las palabras a los hechos. «Vivir la
vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una
existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto
secundario de la experiencia cristiana» (ibíd., 217). Trabajando con dedicación
y ternura se pueden hacer germinar muchas semillas de justicia, contribuyendo
así a la paz y a la esperanza. A veces se necesitan años para que el árbol dé
sus primeros frutos, años que involucran a todo un ecosistema en la
continuidad, la fidelidad, la colaboración y el amor, sobre todo si este amor
se convierte en espejo del Amor oblativo de Dios.
Entre las iniciativas de la Iglesia que son como semillas
esparcidas en este campo, deseo recordar el proyecto “Borgo Laudato si’”, que
el Papa Francisco nos ha dejado como herencia en Castel Gandolfo, como semilla
que puede dar frutos de justicia y paz. Se trata de un proyecto de educación en
ecología integral que quiere ser un ejemplo de cómo se puede vivir, trabajar
y formar comunidad aplicando los principios de la encíclica Laudato si’.
Ruego al Todopoderoso que nos envíe en abundancia su
«espíritu desde lo alto» (Isaías 32, 15), para que estas semillas y otras
parecidas den frutos abundantes de paz y esperanza.
La encíclica Laudato si’ ha acompañado a la Iglesia católica
y a muchas personas de buena voluntad durante diez años. Que siga inspirándonos
y que la ecología integral sea cada vez más elegida y compartida como camino a
seguir. Así se multiplicarán las semillas de esperanza, que debemos “cuidar y
cultivar” con la gracia de nuestra gran e inquebrantable Esperanza, Cristo
Resucitado. En su nombre, les envío mi bendición a todos. Fuente: Vatican.
Va.