Miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades, Representantes de la sociedad civil,
Señoras y señores.
Todos
somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace solo con algunos
de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un
País, en que todos tienen cabida y todos son importantes
Solo así, con fe y esperanza, se pueden
superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea
Patria y casa para todos los colombianos. Colombia es una Nación bendecida de
muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no solo permite la admiración por su
belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad.
Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se
puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan
inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas, en sus páramos, en
el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos
otros lugares. Igual de exuberante es su
cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus
gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón
y valentía para sobreponerse a los obstáculos.
Este encuentro me ofrece la oportunidad
para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las
últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de
reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular;
los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda
de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige
el compromiso de todos. Trabajo que nos
pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar
de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr
la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del
encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y
económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien
común.Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda
de intereses solo particulares y a corto plazo.
Oíamos recién cantar “andar en el camino
lleva su tiempo”. A largo plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a
la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en
sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos
mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
El lema de este País dice: «Libertad y
Orden». En estas dos palabras se encierra toda una enseñanza. Los ciudadanos
deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la
ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos,
quien rige la convivencia pacífica. Se
necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los
conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la
exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las
causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Solo así
se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y siempre
la deja a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la
raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202). En esta perspectiva, los animo a
poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la
sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y
arrinconados.
Todos somos necesarios para crear y formar
la sociedad. Esta no se hace solo con algunos de «pura sangre», sino con todos.
Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y
todos son importantes, como estos chicos que con su espontaneidad quisieron
hacer de este protocolo mucho más humano. Todos somos importantes .En la
diversidad está la riqueza. ¡En la diversidad está la riqueza! Pienso en aquel
primer viaje de San Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el
Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las
diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La
detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos
que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se
les reconoce.
También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza. La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, y de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz —como dice la letra de vuestro himno nacional—.
Señoras y señores, tienen delante de sí una
hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el
corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García
Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra
respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los
cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los
siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una
ventaja que aumenta y se acelera». Hasta aquí García Márquez. Es posible entonces, continúa el escritor,
«una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros
hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la
felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por
fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de
aceptación del premio Nobel, 1982).
Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz. Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia. Gracias.