Cuiden el trigo y no pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña
en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que
la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva,
aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados
Queridos hermanos y hermanas: Desde el
primer día he deseado que llegara este momento de nuestro encuentro. Ustedes
llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y reciente
de su pueblo, marcada por eventos trágicos pero también llena de gestos
heroicos, de gran humanidad y de alto valor espiritual de fe y esperanza. Los
hemos escuchado.
Y estoy aquí no tanto para hablar yo sino para estar cerca de ustedes y mirarlos a los ojos, para escucharlos y abrir mi corazón a vuestro testimonio de vida y de fe. Y si me lo permiten, desearía también abrazarlos y si Dios me da la gracia, porque es una gracia, desearìa llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos ?yo también tengo que pedir perdón? y que así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza.
Nos reunimos a los pies del Crucificado de
Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de decenas de
personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico
y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino
también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tanta sangre derramada
en la Colombia de los últimos decenios.
Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos
interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y
con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más
Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su
pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la
última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia.
Nos enseña a transformar el dolor en fuente
de vida y resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del
perdón, la grandeza del amor.
Gracias a ustedes cuatro, hermanos nuestros
que quisieron compartir su testimonio, en nombre de tantos y tantos otros.
¡Cuánto bien - parece egoísta, pero - tanto bien nos hace escuchar sus
historias! Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero
también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y
esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de
nuestro corazón.
El oráculo final del Salmo 85: «El amor y
la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán» (v.11), es
posterior a la acción de gracias y a la súplica donde se le pide a Dios:
¡Restáuranos! Gracias Señor por el testimonio de los que han infligido dolor y
piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Eso sólo es posible
con tu ayuda, con tu presencia. Eso ya es un signo enorme de que quieres
restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana.
Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien:
Quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús
Crucificado, para que se una al de él y así sea transformado en bendición y
capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en
Colombia. y tienes razón: la violencia engendra violencia, el odio engendra más
odio, y la muerte más muerte.
Tenemos que romper esa cadena que se
presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la
reconciliación concreta. Y tú, querida Pastora, y tantos otros como tú, nos han
demostrado que esto es posible. Con la ayuda de Cristo vivo en medio de la
comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible
comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran
bien nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida.
Es el crucificado de Bojayá quien te ha
dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en la camisa
que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de
sus muertes, sino la esperanza de que la paz triunfe definitivamente en
Colombia. Gracias. Nos conmueve también lo que ha dicho Luz Dary en su
testimonio: que las heridas del corazón son más profundas y difíciles de curar
que las del cuerpo. Así es. Y lo que es más importante, te has dado cuenta de
que no se puede vivir del rencor, de que solo el amor libera y construye. Y de esta manera comenzaste a sanar también
las heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad. Este salir de ti
misma te ha enriquecido, te ha ayudado a mirar hacia delante, a encontrar paz y
serenidad y además un motivo para seguir caminando.
Te agradezco la muleta que me ofreces.
Aunque aún te quedan secuelas físicas de
tus heridas, tu andar espiritual es rápido y firme, ese andar espiritual no se
necesita violencia, Gracias y es rápido y firme porque piensas en los demás y
quieres ayudarles. Esta muleta tuya es un símbolo de esa otra muleta más
importante, y que todos necesitamos, que es el amor y el perdón. Con tu amor y
tu perdón estás ayudando a tantas personas a caminar en la vida y a caminar
rápidamente como tu... Gracias.
Quiero Deseo agradecer también el
testimonio elocuente de Deisy y Juan Carlos. Nos hicieron comprender que todos,
al final, de un modo u otro, también somos víctimas, inocentes o culpables,
pero todos víctimas, los de un lado y los de otro, todos víctimas. Todos unidos
en esa pérdida de humanidad que supone la violencia y la muerte.
Deisy lo ha dicho claro: comprendiste que
tú misma habías sido una víctima y tenías necesidad de que se te concediera una
oportunidad. Cuando dijiste esa palabra
me resonó en el corazón. Y comenzaste a estudiar, y ahora trabajas para ayudar
a las víctimas y para que los jóvenes no caigan en las redes de la violencia y
de la droga. que es otra forma de violencia ...
También hay esperanza para quien hizo el
mal; no todo está perdido. Jesús vino para eso, hay esperanza para el que hizo
el mal. Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la
justicia tiene que cumplirse. Como ha dicho Deisy, se debe contribuir
positivamente a sanar esa sociedad que ha sido lacerada por la violencia. Resulta difícil aceptar el cambio de quienes
apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para proteger negocios
ilícitos y enriquecerse o para, engañosamente, creer estar defendiendo la vida
de sus hermanos. Ciertamente es un reto para cada uno de nosotros confiar en
que se pueda dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron
sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en este enorme
campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. No nos engañemos.
Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden
el trigo y no pierdan la paz por la cizaña.
El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene
reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean
imperfectos o inacabados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). Aun cuando
perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la
justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de
dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió
delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a
la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz.
Como ha dejado entrever en su testimonio
Juan Carlos, en todo este proceso, largo, difícil, pero esperanzador de la
reconciliación, resulta indispensable también asumir la verdad. Es un desafío
grande pero necesario.
La verdad es una compañera inseparable de
la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir
la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas
y se transformen en instrumentos de venganza sobre quien es más débil. La
verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la
reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el
dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar
qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad
es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos.
Quisiera, finalmente, como hermano y como
padre, decir: Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar.
No le temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan miedo
a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para
acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de
sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios y
renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en
la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro
fraterno. Que podamos habitar en armonía
y fraternidad, como desea el Señor. Pidamosle ser constructores de paz, que
allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia (cf. Oración
atribuida a san Francisco de Asís). Y todas estas intenciones, los testimonios
escuchados, las cosas que cada uno sabe en su corazón, historias de dolor y
sufrimiento las quiero poner ante la imagen del crucificado, el Cristo negro de
Bojayá:
Oración
Oh Cristo negro de Bojayá, que nos
recuerdas tu pasión y muerte; junto con tus brazos y pies te han arrancado a
tus hijos que buscaron refugio en ti. Oh Cristo negro de Bojayá, que nos miras
con ternura y en tu rostro hay serenidad; palpita también tu corazón para
acogernos con tu amor. Oh Cristo negro de Bojayá, haz que nos comprometamos a
restaurar tu cuerpo. Que seamos tus pies para salir al encuentro del hermano
necesitado; tus brazos para abrazar al que ha perdido su dignidad; tus manos
para bendecir y consolar al que llora en soledad. Haz que seamos testigos de tu
amor y de tu infinita misericordia.
Amén.