Ayúdennos a entrar a los grandes a entrar en esta cultura del
encuentro que ustedes practican tan bien.
¡Buenos días! Los saludo con gran alegría y
les agradezco la calurosa bienvenida. «Al entrar en una casa, digan primero:
“¡Que descienda la paz sobre esta casa!”. Y si hay allí alguien digno de
recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes» (Lc
10,5-6).
Hoy entro a esta casa que es Colombia
diciéndoles, ¡La paz con ustedes! (Los jóvenes responden: “¡Y con tu
espíritu!”) Así era la expresión de saludo de todo judío y también de Jesús.
Porque quise venir hasta aquí como peregrino de paz y de esperanza, y deseo
vivir estos momentos de encuentro con alegría, dando gracias a Dios por todo el
bien que ha hecho en esta Nación, en cada una de sus vidas.
Vengo también para aprender; sí, aprender
de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad. Porque ustedes saben
que el obispo y el cura tienen que aprender de su pueblo, por eso vengo a
aprender, a aprender de ustedes, soy obispo, y vengo a aprender.
Han vivido momentos difíciles y oscuros,
pero el Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada hijo e hija de este
País. Él no es selectivo, no excluye a nadie sino que abraza a todos; y todos,
escuchen esto, todos somos importantes y necesarios para Él (Gritos y
aplausos). Durante estos días quisiera compartir con ustedes la verdad más
importante: que Dios los ama con amor de Padre y los anima a seguir buscando y
deseando la paz, aquella paz que es auténtica y duradera. Dios nos ama con amor
de Padre. ¿Lo repetimos juntos? Gritan Todos: ¡Dios nos ama con amor de Padre!
Bueno, yo tenía aquí escrito, veo aquí a
muchos jóvenes (gritos y aplausos), pero este lío solo lo pueden hacer los
jóvenes (gritos y aplausos) que han venido de todos los rincones del país:
cachacos, costeños, paisas, vallunos, llaneros (gritos y aplausos). Para mí
siempre es motivo de gozo encontrarme con los jóvenes. En este día les digo:
mantengan viva la alegría, es signo del corazón joven, del corazón que ha
encontrado al Señor. Nadie se la podrá quitar (cf. Jn 16,22), ¡Nadie! Les
aconsejo: No se la dejen robar, cuiden esa alegría que todo lo unifica en el
saberse amados por el Señor. Porque… ¿cómo habíamos dicho al principio? Todos:
¡Dios nos ama con amor de Padre!
El fuego del amor de Jesucristo hace
desbordante ese gozo, y es suficiente para incendiar el mundo entero. ¡Cómo no
van a poder cambiar esta sociedad y lo que se propongan! ¡No le teman al
futuro! ¡Atrévanse a soñar a lo grande! A ese sueño grande los quiero invitar
hoy. Por favor, no se metan en el chiquitaje (…) ¡Vuelen alto y sueñen grande!
(gritos de emoción).
Ustedes, los jóvenes, tienen una
sensibilidad especial para reconocer el sufrimiento de otros; los voluntariados
del mundo entero se nutren de miles de ustedes que son capaces de resignar
tiempos propios, comodidades, proyectos centrados en ustedes mismos, para
dejarse conmover por las necesidades de los más frágiles y dedicarse a ellos.
Pero también puede suceder que hayan nacido en ambientes donde la muerte, el
dolor, la división han calado tan hondo que los hayan dejado medio mareados,
como anestesiados por el dolor. Por eso yo quiero decirles: Dejen que el
sufrimiento de sus hermanos colombianos los abofetee y los movilice. Ayúdennos
a nosotros, los mayores, a no acostumbrarnos al dolor y al abandono, los
necesitamos. Ayúdennos a esto, a no acostumbrarnos al dolor y al abandono.
(Gritos de los jóvenes).
También ustedes, chicos y chicas, que viven
en ambientes complejos, con realidades distintas y situaciones familiares de lo
más diversas, se han habituado a ver que no todo es blanco ni todo es negro;
que la vida cotidiana se resuelve en una amplia gama de tonalidades grises, es
verdad, y esto los puede exponer al riesgo, cuidado, al riesgo de caer en una
atmósfera de relativismo, dejando de lado esa potencialidad que tienen los
jóvenes, la de entender el dolor de los que han sufrido. Ustedes tienen la
capacidad no sólo de juzgar, señalar desaciertos, sino también esa otra
capacidad hermosa y constructiva: la de comprender. Comprender que incluso
detrás de un error —porque hablemos claro, el error es error, y no hay que
maquillarlo, ¿eh?— y ustedes son capaces de comprender que detrás de un error
hay un sinfín de razones, de atenuantes. ¡Cuánto los necesita Colombia para
ponerse en los zapatos de aquellos que muchas generaciones anteriores no han
podido o no han sabido hacerlo, o no atinaron con el modo adecuado para lograr
comprender!
A ustedes, jóvenes (gritos y silbidos de
alegría), a ustedes, jóvenes, les es tan fácil encontrarse. Y les hago una
pregunta, aquí se encontraron todos, ¿desde qué hora están acá? ¿Ven que son
valientes? (…) Les basta un rico café, un refajo (gritos de los jóvenes) o lo
que sea, como excusa para suscitar el encuentro. Los jóvenes coinciden en la
música, en el arte… ¡si hasta una final entre el Atlético Nacional y el América
de Cali es ocasión para estar juntos! Ustedes, porque digo que tienen esa
facilidad de encontrarse, ustedes pueden enseñarnos que la cultura del encuentro
no es pensar, vivir, ni reaccionar todos del mismo modo; es saber que más allá
de nuestras diferencias somos todos parte de algo grande que nos une y nos
trasciende, somos parte de este maravilloso País. ¡Ayúdennos a entrar a los
grandes a entrar en esta cultura del encuentro que ustedes practican tan bien!
También vuestra juventud los hace capaces
de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es
notable ver cómo no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con
extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente
por estar atados a rencores. Ustedes nos ayudan en este intento de dejar atrás
lo que nos ofendió, de mirar adelante sin el lastre del odio, porque nos hacen
ver todo el mundo que hay por delante, toda la Colombia que quiere crecer y
seguir desarrollándose; esa Colombia que nos necesita a todos y que los mayores
le debemos a ustedes. (Gritos y silbidos de júbilo)
Y precisamente por esto enfrentan el enorme
desafío de ayudarnos a sanar nuestro corazón, ¿lo decimos todos juntos?
¡Ayudarnos a sanar nuestro corazón! Es una ayuda que les pido: a contagiarnos
la esperanza joven que siempre está dispuesta a darle a los otros una segunda
oportunidad. Los ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma,
ambientes que no encuentran salida a los problemas y boicotean a los que lo
intentan, dañan la esperanza que necesita toda comunidad para avanzar. Que sus
ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables. (Gritos
y silbidos de alegría) (…) Miren la vida con una sonrisa nueva.
Sólo así se animarán a descubrir el País
que se esconde detrás de las montañas; el que trasciende titulares de diarios y
no aparece en la preocupación cotidiana por estar tan lejos. Ese País que no se
ve y que es parte de este cuerpo social que nos necesita: descubrir la Colombia
profunda (gritos). Los corazones jóvenes se estimulan ante los desafíos
grandes: ¡Cuánta belleza natural para ser contemplada sin necesidad de
explotarla! ¡Cuántos jóvenes como ustedes precisan de su mano tendida, de su
hombro para vislumbrar un futuro mejor!
Hoy he querido estar estos momentos con
ustedes; estoy seguro de que ustedes tienen el potencial necesario para
construir la nación que siempre hemos soñado. Los jóvenes son la esperanza de
Colombia y de la Iglesia; (gritos de los jóvenes) en su caminar y en sus pasos
adivinamos los de Jesús, el Mensajero de la Paz, de Aquél que nos trae noticias
buenas.
Queridos hermanos y hermanas de este amado
País. Me dirijo ahora a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, que quieren
ser portador de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la
violencia no los derrumbe, que el mal no los venza. Creemos que Jesús, con su
amor y misericordia que permanecen para siempre, ha vencido el mal, el pecado y
la muerte. Jesús ha vencido el mal, el pecado y la muerte. ¿Lo repetimos?
Todos: ¡Jesús ha vencido el mal, el pecado y la muerte! Sólo basta salir a su
encuentro. ¡Salgan al encuentro de Jesús! Los invito al compromiso, no al
cumplimiento, al compromiso. (…) Gritos de alegría) Salgan a ese compromiso
para que en la renovación de la sociedad sea justa, estable, fecunda. Desde
este lugar, los animo a afianzarse en el Señor, es el único que nos sostiene y
alienta para poder contribuir a la reconciliación y a la paz.
Los abrazo a todos y a cada uno, a los
enfermos, a los pobres, a los marginados, a los necesitados, a los ancianos, a
los que están en sus casas… a todos; todos están en mi corazón. Y ruego a Dios
que los bendiga. Y, por favor, les pide a ustedes que no se olviden de rezar
por mí. ¡Muchas gracias! (Gritos de alegría, aplausos, silbidos, los jóvenes
gritan: ¡Esta es la juventud del Papa!¡Esta es la juventud del Papa!) Antes de irme, si ustedes quieren, les doy la
bendición, rezamos todos juntos a la Virgen (rezan el Ave María). Los bendiga
Dios todopoderoso, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Adiós!.