25
de julio 2018. Autor: Padre, Mario García Isaza. Formador, Seminario mayor,
Ibagué, Colombia. Valores humanos que se mueren °°° Sin ninguna duda, estamos
viviendo en una época de grandes y profundos cambios; ellos se dan en todos los
terrenos: en lo material, en lo económico, en lo cultural, en lo social. Y
muchos de esos cambios constituyen una invaluable riqueza, son signos evidentes de progreso humano. Mal
estaría el renegar de la cultura actual, tan llena de riquezas, y estéril el
añorar nostálgicamente tiempos idos; es de mentes lúcidas el percibir lo
positivo y de corazones nobles el gozarse en ello y agradecerlo.
Sentado
lo anterior, pienso que hay que ser conscientes, sin embargo, de valores y
riquezas a las que en un ayer no muy lejano se les dio entre nosotros la
importancia que merecían, y que, por desgracia, se han perdido; en algunos
ambientes son vistos como objetos de
museo…Y voy a referirme a uno de esos valores: la virtud que llamábamos
urbanidad. Esa que nos enseñaron nuestros viejos, que aprendimos en las bancas
de la escuela, que nos inculcaban en las clases del colegio; esa que dignifica,
que enaltece a la persona, que eleva las relaciones. Que tiene muchos otros nombres: cortesía,
buenos modales, delicadeza, buen trato, consideración, civilidad, distinción,
galantería, finura, afabilidad, respeto… y un no pequeño etcétera. He dicho virtud:
porque lo es; diría que es una exigencia del amor cristiano y de la auténtica
naturaleza social del ser humano.
Es
posible que si hoy nos atuviéramos muy al pie de la letra a las normas de
urbanidad inmarcesibles de don Manuel Antonio Carreño, estaríamos proyectando
la imagen de alguien realmente anclado
en momentos históricos superados, la de petimetres peripuestos e
insoportables. Una cierta espontaneidad
y desenvoltura en nuestras actitudes, a condición de no perder la sensatez
necesaria para ajustar nuestros comportamientos a las circunstancias, los
momentos, los lugares y las personas ante quienes actuamos, contribuyen a hacer
la vida grata y a suprimir tensiones y condicionamientos que nos harían
acartonados y aburridos. Eso es cierto; pero es que, tal vez so pretexto de
buscar esa manera espontánea y sin artificio, caemos en la vulgaridad, en la chabacanería, en la
ordinariez.
Y
nuestra falta de buenas maneras se sitúa y expresa en todo : en el hablar, que,
en parte por ignorancia injustificable de las más elementales normas
gramaticales y en parte por dejadez y falta de altura, está lleno de
incorrecciones, adolece de una triste pobreza expresiva, viene plagado de
solecismos, o, peor, infectado de términos que en mi lejana niñez llamábamos
malas palabras…Están al orden del día la palabrota irreverente, el mote
ofensivo, el piropo obsceno y sin gracia, la grosería rufianesca. En el vestir,
que con frecuencia no es ni limpio ni decente, y que somete a muchos a la
esclavitud de modas extravagantes y ridículas;
en nuestra manera de relacionarnos: ¡cómo hemos olvidado la sencilla y
cortés forma de saludar- si es que
saludamos - o de despedirnos! Hasta qué punto parecemos desconocer que a las
damas y a las personas mayores debe cedérseles el asiento o el andén; que hay
lugares y momentos en que un grito, o un silbido, no tienen cabida y son un
desatino. Con cuánta frecuencia, sin importar con quién estamos hablando,
parecemos rumiantes porque vamos masticando un chicle; qué poco parece
importarnos el deber de descubrirnos cuando tratamos con alguien de respeto; de
qué manera han casi desaparecido de nuestro lenguaje cotidiano expresiones como:
muchas gracias, hazme el favor, te presento excusas, ten la bondad de, mis
parabienes, te felicito….y tantas otras que son substituidas sin sonrojo por
chocarrerías o desplantes. Y por este camino, se van instalando en el ámbito de
nuestra vida y de nuestro comportamiento cosas de las que ya ni nos percatamos.
Vi, por citar algo reciente, al señor alcalde de Barranquilla, en el bellísimo
acto de inauguración de los Juegos centroamericanos y del Caribe, pronunciar su
“discurso”, - dos o tres frases deshilvanadas - con una cachucha calada… ¡Qué falta de
respeto! Y eso para no hablar del acto de impudicia y de exhibicionismo morboso
con que, ya por tercera vez, un senador a quien todavía hay alelados que
consideran como un faro cultural se
degradó a sí mismo e irrespetó sin vergüenza a nuestra sociedad. Si nuestro
parlamento tuviera alguna dignidad, ya ese personaje bufo no estaría allí.
¡Guay
de nuestras buenas maneras, guay de nuestra urbanidad! A ratos no puede uno
evitar que se vengan a la mente los versos cargados de añoranza del poeta de la
tierra: ¡Siquiera se murieron los abuelos, sin sospechar el vergonzoso eclipse!
¡Qué importante y benéfico
sería que quienes de algún modo podemos
ejercer alguna influencia, emprendiéramos una verdadera campaña, por todos los
medios posibles, al rescate de estos y otros valores humanos…que se van muriendo!
Correo del Autor: magarisaz@hotmail.com