Queridos hermanos y hermanas:
La Navidad es la fiesta de la fe en el Hijo
de Dios que se hizo hombre para devolverle al hombre la dignidad filial que
había perdido por culpa del pecado y la desobediencia. La Navidad es la fiesta
de la fe en los corazones que se convierten en un pesebre para recibirlo, en
las almas que dejan que del tronco de su pobreza Dios haga germinar el brote de
la esperanza, de la caridad y de la fe.
Hoy tenemos una nueva ocasión para
intercambiarnos nuestra felicitación navideña y también para desearos a todos,
a vuestros colaboradores, a los Representantes pontificios, a todas las
personas que prestan servicio en la Curia y a vuestros seres queridos una santa
y alegre Navidad y un feliz Año Nuevo. Que esta Navidad nos haga abrir los ojos
y abandonar lo que es superfluo, lo falso, la malicia y lo engañoso, para ver
lo que es esencial, lo verdadero, lo bueno y auténtico. Muchas felicidades, de
verdad.
Queridos hermanos:
Después de haber hablado en otras ocasiones
sobre la Curia romana ad intra, este año quiero compartir con vosotros algunas
reflexiones sobre la realidad de la Curia ad extra, es decir, sobre la relación
de la Curia con las naciones, con las Iglesias particulares, con las Iglesias
orientales, con el diálogo ecuménico, con el Judaísmo, con el Islam y las demás
religiones, es decir, con el mundo exterior.
Mis reflexiones se apoyan ciertamente sobre
los principios básicos y canónicos de la Curia, sobre la misma historia de la
Curia, pero también sobre la visión personal que he procurado compartir con
vosotros en los discursos de los últimos años, en el contexto de la reforma que
se está realizando. Y con respecto a la reforma me viene a la mente la
simpática y significativa expresión de Mons. Frédéric-François-Xavier De
Mérode: «Hacer la reforma en Roma es como limpiar la Esfinge de Egipto con un
cepillo de dientes».
Se pone de manifiesto cuánta paciencia,
dedicación y delicadeza se necesitan para alcanzar ese objetivo, ya que la
Curia es una institución antigua, compleja, venerable, compuesta de hombres que
provienen de muy distintas culturas, lenguas y construcciones mentales y que,
de una manera estructural y desde siempre, está ligada a la función primacial
del Obispo de Roma en la Iglesia, esto es, al oficio «sacro» querido por el
mismo Cristo Señor en bien del cuerpo de la Iglesia en su conjunto (ad bonum
totius corporis).
Así pues, la universalidad del servicio de la Curia proviene y brota de la catolicidad del Ministerio petrino. Una Curia encerrada en sí misma traicionaría el objetivo de su existencia y caería en la autorreferencialidad, que la condenaría a la autodestrucción.
La Curia, ex natura, está proyectada ad
extra en cuanto y mientras está ligada al Ministerio petrino, al servicio de la
Palabra y del anuncio de la Buena Noticia: el Dios Enmanuel, que nace entre los
hombres, que se hace hombre para mostrar a todos los hombres su entrañable
cercanía, su amor sin límites y su deseo divino de que todos los hombres se
salven y lleguen a gozar de la bienaventuranza celestial (cf. 1 Tm 2,4); el
Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos (cf. Mt 5,45); el Dios que no
ha venido para que le sirvan sino para servir (cf. Mt 20,28); el Dios que ha
constituido a la Iglesia para que esté en el mundo, pero no del mundo, y para
ser instrumento de salvación y de servicio. Cuando saludé recientemente a los
Padres y Jefes de las Iglesias Católicas orientales, y pensando precisamente
sobre esta finalidad ministerial, petrina y curial, es decir, de servicio,
utilicé la expresión de un «primado diaconal», remitiendo inmediatamente a la
amada imagen de san Gregorio Magno del Servus servorum Dei.
Esta definición, en su dimensión
cristológica, es sobre todo expresión de la firme voluntad de imitar a Cristo,
quien asumió la forma de siervo (cf. Flp 2,7). Benedicto XVI, cuando habló de
ello, dijo que esta frase en los labios de Gregorio no era «una fórmula
piadosa, sino la verdadera manifestación de su modo de vivir y actuar. Estaba
profundamente impresionado por la humildad de Dios, que en Cristo se hizo
nuestro servidor, nos lavó y nos lava los pies sucios». Esa misma actitud diaconal
ha de caracterizar también a todos los que, de varias maneras, trabajan en el
ámbito de la Curia romana, que, como recuerda el Código de Derecho Canónico,
actuando en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice, «realiza su función
[…] para el bien y servicio de las Iglesias» (can. 360; cf. CCEO can. 46).
Primado diaconal «con relación al Papa» e
igualmente diaconal, por consiguiente, es el trabajo que se realiza dentro de
la Curia romana ad intra y hacia el exterior ad extra. Este tema de la diaconía
ministerial y curial, me lleva a un antiguo texto presente en la Didascalia
Apostolorum donde se afirma: el «diácono sea el oído y la boca del Obispo, su
corazón y alma», puesto que la comunión, la armonía y la paz en la Iglesia está
unida a esta concordia, ya que el diácono es el custodio del servicio en la
Iglesia. Pienso que no es casualidad que el oído sea el órgano para oír sino
también para el equilibrio; y la boca el órgano para saborear y para hablar.
Otro texto antiguo añade que los diáconos están llamados a ser como los ojos
del Obispo.
El ojo mira para transmitir las imágenes a
la mente, ayudándola a tomar las decisiones y a dirigir bien a todo el cuerpo.
De estas imágenes se puede sacar la relación de comunión de filial obediencia
para el servicio al pueblo santo de Dios. No hay duda, pues, que esta es la que
existe también entre todos los que trabajan en la Curia romana, desde los Jefes
de Dicasterio y Superiores, a los oficiales y a todos.
Los sentidos nos ayudan a captar la
realidad e igualmente a colocarnos en la realidad. Por eso san Ignacio de
Loyola recurría a los sentidos para contemplar los Misterios de Cristo y de la
verdad. Esto es muy importante si se quiere superar la desequilibrada y
degenerada lógica de las intrigas o de los pequeños grupos que en realidad
representan —a pesar de sus justificaciones y buenas intenciones— un cáncer que
lleva a la autorreferencialidad, que se infiltra también en los organismos
eclesiásticos en cuanto tales y, en particular, en las personas que trabajan en
ellos. Cuando sucede esto, entonces se pierde la alegría del Evangelio, la
alegría de comunicar a Cristo y de estar en comunión con él; se pierde la
generosidad de nuestra consagración (cf. Hch 20,35 y 2 Co 9,7). Permitidme que
diga dos palabras sobre otro peligro, que es el de los traidores de la
confianza o los que se aprovechan de la maternidad de la Iglesia, es decir de
las personas que han sido seleccionadas con cuidado para dar mayor vigor al
cuerpo y a la reforma, pero —al no comprender la importancia de sus
responsabilidades— se dejan corromper por la ambición o la vanagloria, y cuando
son delicadamente apartadas se auto-declaran equivocadamente mártires del
sistema, del «Papa desinformado», de la «vieja guardia»…, en vez de entonar el
«mea culpa».
Junto a estas personas hay otras que siguen
trabajando en la Curia, a las que se les da el tiempo para retomar el justo
camino, con la esperanza de que encuentren en la paciencia de la Iglesia una
ocasión para convertirse y no para aprovecharse. Esto ciertamente sin olvidar
la inmensa mayoría de personas fieles que allí trabajan con admirable
compromiso, fidelidad, competencia, dedicación y también con tanta santidad.
Parece oportuno, entonces, volviendo a la imagen del cuerpo, poner de relieve
que estos «sentidos institucionales», a los que podemos comparar en cierto modo
los Dicasterios de la Curia romana, deben trabajar de manera conforme a su
naturaleza y finalidad: en el nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice y
siempre por el bien y al servicio de las Iglesias. Ellos están llamados a ser
en la Iglesia como unas fieles antenas sensibles: emisoras y receptoras.
Antenas emisoras en cuanto habilitadas para transmitir fielmente la voluntad
del Papa y de los Superiores. La palabra «fidelidad», para todos los que
trabajan en la Santa Sede, «adquiere un carácter particular, desde el momento
que ellos ponen al servicio del Sucesor de Pedro buena parte de sus propias
energías, su tiempo y su ministerio cotidiano.
Se trata de una grave responsabilidad, pero
también de un don especial, que con el tiempo va desarrollando un vínculo
afectivo con el Papa, de confianza interior, un idem sentire natural, que se
expresa justamente con la palabra “fidelidad”».
La imagen de la antena remite también a
otro movimiento, este contrario, es decir el del receptor. Se trata de percibir
las instancias, las cuestiones, las preguntas, los gritos, las alegrías y las
lágrimas de las Iglesias y del mundo para transmitirlas al Obispo de Roma y
permitirle que pueda llevar a cabo con más eficacia su tarea y su misión de
«principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión».
Con semejante receptividad, que es más importante que el aspecto preceptivo,
los Dicasterios de la Curia romana entran generosamente en ese proceso de
escucha y de sinodalidad del que ya he hablado.
Queridos hermanos y hermanas:
He recurrido a la expresión «primado
diaconal», a la imagen del cuerpo, de los sentidos y de la antena para explicar
la necesidad más bien indispensable, de practicar el discernimiento de los
signos de los tiempos, la comunión en el servicio, la caridad en la verdad, la
docilidad al Espíritu y la obediencia confiada a los superiores, precisamente
para alcanzar los espacios donde el Espíritu habla a las Iglesias (es decir, la
historia) y para conseguir el objetivo de trabajar (por la salus animarum).
Quizá sea útil recordar aquí que los mismos
nombres de los diversos Dicasterios y de las Oficinas de la Curia romana dan a
entender cuáles son las realidades a favor de las cuales deben trabajar. Es
decir, se trata de acciones fundamentales e importantes para toda la Iglesia y
diría que para todo el mundo. Al tener la Curia una tarea realmente muy amplia,
me limitaré en esta ocasión a hablar genéricamente de la Curia ad extra, es
decir, de algunos aspectos fundamentales, seleccionados, a partir de los cuales
será fácil, en un futuro próximo, enumerar y profundizar los otros campos de
actuación de la Curia.
La Curia y la relación con las Naciones
En este sector juega un papel fundamental
la Diplomacia Vaticana que busca sincera y constantemente el que la Santa Sede
sea un constructor de puentes, de paz y de diálogo entre las naciones. Y siendo
una Diplomacia al servicio de la humanidad y del hombre, de mano tendida y de
puerta abierta, se compromete a escuchar, a comprender, a ayudar, a plantear y
a intervenir rápida y respetuosamente en cualquier situación para acortar
distancias y para entablar confianza. El único interés de la Diplomacia
Vaticana es estar libre de cualquier interés mundano o material.La Santa Sede está presente en la escena mundial para colaborar con todas las personas y las naciones de buena voluntad y para repetir constantemente la importancia de proteger nuestra casa común frente a cualquier egoísmo destructivo; para afirmar que las guerras traen sólo muerte y destrucción; para sacar del pasado las lecciones necesarias que nos ayudan a vivir mejor el presente, a construir sólidamente el futuro y salvaguardarlo para las nuevas generaciones.
Los encuentros con los Jefes de las
naciones y con las diversas delegaciones, junto a los Viajes apostólicos tienen
el mismo sentido y objetivo. Por eso se creó la Tercera Sección de la
Secretaría de Estado, con la finalidad de manifestar la atención y la cercanía
del Papa y de los superiores de la Secretaría de Estado al personal diplomático
y también a los religiosos y a las religiosas, a los laicos y a las laicas que
prestan trabajo en las Representaciones Pontificias.
Una Sección que se ocupa de las cuestiones relativas a las personas que trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, o que se preparan para ello, en estrecha colaboración con la Sección de Asuntos Generales y con la Sección para las Relaciones con los Estados. Esta particular atención se basa en la doble dimensión del servicio del personal diplomático: pastores y diplomáticos, al servicio de las Iglesias particulares y de las naciones donde trabajan.
La Curia y las Iglesias particulares
La relación que une la Curia a las diócesis y a las eparquías es de máxima importancia. Estas encuentran en la Curia romana el apoyo y el soporte necesario. Es una relación que se basa en la colaboración, la confianza y nunca en la superioridad o el contraste. La fuente de esta relación está en el Decreto conciliar sobre el ministerio pastoral de los Obispos, en el que se explica más ampliamente que el trabajo de la Curia es «para bien de las Iglesias y al servicio de los sagrados Pastores». El punto de referencia de la Curia romana, de hecho, no es sólo el Obispo de Roma, del que le viene la autoridad, sino también las Iglesias particulares y sus Pastores en todo el mundo, para cuyo bien obra y actúa.
A esta característica de «servicio al Papa
y a los obispos, a la Iglesia universal y a las Iglesias particulares» y al
mundo entero, hice referencia en el primero de nuestros encuentros anuales,
cuando subrayé que «en la Curia romana se aprende, “se respira” de un modo
especial esta doble dimensión de la Iglesia, esta compenetración entre lo
universal y lo particular; y me parece que ésta es una de las más bellas
experiencias de quien vive y trabaja en Roma».
Las visitas ad limina Apostolorum, en este
sentido, representan una gran oportunidad de encuentro, diálogo y
enriquecimiento mutuo. Por eso, en el encuentro con los obispos, he preferido
tener un diálogo de escucha mutua, libre, reservado, sincero que va más allá de
los esquemas protocolarios y el habitual intercambio de discursos y
recomendaciones. También es importante el diálogo entre los Obispos y los
distintos Dicasterios. Al retomar este año las visitas ad limina, después del
año del Jubileo, los obispos me han confiado que han sido bien acogidos y
escuchados por todos los Dicasterios. Esto me alegra mucho y doy las gracias a
los Jefes de los Dicasterios aquí presentes. Permítanme también aquí, en este
momento singular de la vida de la Iglesia, llamar vuestra atención sobre la
próxima XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada bajo
el tema: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional».
Llamar a la Curia, a los Obispos y a toda
la Iglesia a que presten una especial atención a los jóvenes, no quiere decir
mirar sólo a ellos, sino también dirigir la mirada a un tema crucial para un
gran número de relaciones y de urgencias: las relaciones intergeneracionales,
la familia, los ámbitos de la pastoral, la vida social... Lo anuncia claramente
el Documento preparatorio en su introducción: «La Iglesia ha decidido
interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la
llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes
que la ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar
la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del
Señor que resuena también hoy. Como en otro tiempo Samuel (cf. 1 S 3,1-21) y Jeremías
(cf. Jr 1,4-10), hay jóvenes que saben distinguir los signos de nuestro tiempo
que el Espíritu señala.Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo
del mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer».
La Curia y las Iglesias orientales
La unidad y la comunión que existe en la
relación entre la Iglesia de Roma y las Iglesias orientales representa un
ejemplo concreto de riqueza en la diversidad para toda la Iglesia. Ellas, en la
fidelidad a sus propias tradiciones de dos mil años y en la comunión eclesial
experimentan y realizan la oración sacerdotal de Cristo (cf. Jn 17).
En este sentido, en el último encuentro con
los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales, hablando del
«primado diaconal», señalé también la importancia de profundizar y revisar la
delicada cuestión de la elección de los nuevos obispos y eparcas que debe
corresponder, por una parte, a la autonomía de las Iglesias orientales y, al
mismo tiempo, al espíritu de responsabilidad evangélica y al deseo de reforzar
cada vez más la unidad con la Iglesia Católica. «El todo, en la más convencida
aplicación de la auténtica praxis sinodal, que es característica de las
Iglesias de Oriente». La elección de cada obispo debe reflejar y reforzar la unidad
y la comunión entre el Sucesor de Pedro y todo el colegio episcopal. La
relación entre Roma y Oriente es de mutuo enriquecimiento espiritual y
litúrgico.
En realidad, la Iglesia de Roma no sería
realmente católica sin las inestimables riquezas de las Iglesias orientales y
sin el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas nuestros orientales que
purifican la Iglesia aceptando el martirio y ofreciendo su vida para no negar a
Cristo. La Curia y el diálogo ecuménico Nos quedan todavía los ámbitos en los
que la Iglesia Católica está particularmente comprometida, especialmente
después del Concilio Vaticano II. Entre estos, la unidad entre los cristianos
que «es una exigencia esencial de nuestra fe, una exigencia que brota desde lo
íntimo de nuestro ser creyentes en Jesucristo». Se trata de un verdadero
«camino», pero, como muchas veces han repetido también mis Predecesores, es un
camino irreversible y sin vuelta atrás. «La unidad se hace caminando, para
recordar que cuando caminamos juntos, es decir, cuando nos encontramos como
hermanos, rezamos juntos, trabajamos juntos en el anuncio del Evangelio y en el
servicio a los últimos, ya estamos unidos.
Todas las diferencias teológicas y
eclesiológicas que todavía dividen a los cristianos serán superadas sólo por
esta vía, sin que nosotros hoy sepamos cómo y cuándo, pero esto sucederá según
lo que el Espíritu Santo quiera sugerir para el bien de la Iglesia». La Curia
trabaja en este campo para favorecer el encuentro con el hermano, para deshacer
los nudos de las incomprensiones y las hostilidades, y para combatir los
prejuicios y el miedo del otro, que han impedido ver la riqueza de y en la
diversidad y la profundidad del misterio de Cristo y de la Iglesia que
permanece siempre más grande que cualquier expresión humana. Los encuentros
mantenidos con los Papas, los Patriarcas y los Jefes de las diversas Iglesias y
Comunidades siempre me han llenado de alegría y gratitud. La Curia y el
Judaísmo, el Islam y las otras religiones La relación de la Curia Romana con las
otras religiones se basa en la enseñanza del Concilio Vaticano II y en la
necesidad del diálogo. «Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto
es la cultura del encuentro».
El diálogo está construido sobre tres
orientaciones fundamentales: «El deber de la identidad, porque no se puede
entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien
para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es
diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un
enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina
convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La
sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica
de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el
camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la
competición en cooperación». Los encuentros con las autoridades religiosas en
varios viajes apostólicos y los encuentros en el Vaticano, son verdadera prueba
de ello. Estos son sólo algunos aspectos, importantes pero no exclusivos, del
trabajo de la Curia ad extra. Hoy he elegido estos aspectos vinculados al tema
del «primado diaconal», los «sentidos institucionales» y «fieles antenas
emisoras y receptoras».
Queridos hermanos:
Comencé este nuestro encuentro hablando de
la Navidad como la fiesta de la fe, ahora quisiera concluirlo evidenciando que
la Navidad nos recuerda que una fe que no nos pone en crisis es una fe en
crisis; una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer; una fe que no
nos interroga es una fe sobre la cual debemos preguntarnos; una fe que no nos
anima es una fe que debe estar animada; una fe que no nos conmueve es una fe
que debe ser sacudida.
En realidad, una fe solamente intelectual o
tibia es sólo una propuesta de fe que para llegar a realizarse tendría que
implicar al corazón, al alma, al espíritu y a todo nuestro ser, cuando se deje
que Dios nazca y renazca en el pesebre del corazón, cuando permitimos que la
estrella de Belén nos guíe hacia el lugar donde yace el Hijo de Dios, no entre
los reyes y el lujo, sino entre los pobres y los humildes.
Ángel Silesio, en su Peregrino querúbico,
escribió: «Depende sólo de ti: Ah si pudiera tu corazón ser un pesebre, Dios
nacería niño de nuevo en la tierra». [28] Con estas reflexiones renuevo mis más
fervientes deseos de Feliz Navidad para vosotros y vuestros seres queridos.
¡Gracias!
(Palabras después del discurso a la curia)
Me gustaría daos, como regalo de Navidad,
esta versión italiana de la obra del Beato Padre María Eugenio del Niño Jesús
Je veux voir Dieu: Quiero ver a Dios. Es una obra de teología espiritual, nos
hará bien a todos. Quizás no leyéndola entera , sino buscando en el índice el
punto que más nos interesa o que más necesitamos.
Espero que sea provechoso para todos
nosotros. Y además, el Cardenal Piacenza ha sido tan generoso que, con el
trabajo de la Penitenciaría, también de Mons. Nykiel, ha confeccionado este
libro: La festa del perdono (La fiesta del perdón) como resultado del Jubileo
de la Misericordia; y también él quería regalarlo. Gracias al Cardenal Piacenza
y a la Penitenciaría Apostólica. Os lo darán a la salida. ¡Gracias! Y, por
favor, rezad por mí.
Fuente: Aciprensa