Evangelio para el martes 2 de noviembre 2021. La muerte no tiene la última palabra. “Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos tres kilómetros, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.” (Juan 11, 17-27). Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.
La muerte
es el final de la vida terrena. Así lo enseña el catecismo de la Iglesia
Católica: Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual
cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final
aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte
da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también
para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar
a término nuestra vida: Lo afirma el libro sagrado: "Acuérdate de tu
Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos, y los
años que se acercan, de los cuales dirás: "No espero más de ellos"
(Eclesiastés 12, 1) (Catecismo # 1007).
La muerte
tiene su sentido y su razón de ser. Nuestra Iglesia Católica predica que la
muerte cristiana tiene un sentido positivo. El punto central es Cristo su
misterio, su pasión, su muerte y su resurrección. “Si hemos muerto con él,
también viviremos con él" (2 Timoteo 2, 11). La novedad esencial de la
muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya
sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si
morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con
Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor.
(Catecismo # 1010).
La muerte
guarda una relación precisa con la virtud de la Esperanza. Creer en la
resurrección es un componente esencial en la doctrina cristiana. El mismo Hijo
de Dios proclama una vida más allá de la muerte. “Yo soy el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob; pues bien: Él es Dios de vivos y no de
muertos.” (Mateo 22, 32). Alguien precisaba: El cielo, no es la tierra
mejorada. El cielo es el ámbito de Dios y donde la vida es participación en la
plenitud divina. Allí no se vive de la experiencia de lo limitado sino de lo
que no muere. Jesús de Nazareth; él mismo es la resurrección y la vida, (cf.
Juan 11,25).
Decir que
los muertos resucitan, tiene su razón de ser en la resurrección del Maestro. Si
no se cree en la resurrección de Cristo, tanto el anuncio como la fe, carecen
de sentido. (cf. 1 Corintios 15, 14). La resurrección, no es una ideología, no
es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un advenimiento,
testimoniado por los primeros discípulos de Jesús: afirmaba el Papa Francisco
en su catequesis. “Ser cristianos significa no partir de la muerte, sino del
amor de Dios por nosotros, que ha derrotado a nuestra acérrima enemiga. Dios es
más grande que la nada, y basta sólo una luz encendida para vencer la más
oscura de las noches.” (Audiencia 19 de abril 2017).
El misterio
de la muerte y resurrección del Señor, es el horizonte que nos permite
comprender el destino final de nuestra existencia. No nacimos para quedarnos en
el pecado, ni para la muerte. Somos hijos de la luz y la vida. Cuida tu salud:
Bienvenida la obra de misericordia: orar por los vivos y los difuntos.