7 de noviembre 2021. “No doblegar la fe a nuestros intereses”. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco, Trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario Ciclo B. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La escena descrita por el Evangelio de la Liturgia de hoy tiene lugar dentro del Templo de Jerusalén. Jesús mira, mira lo que sucede en este lugar, el más sagrado de todos, y ve cómo a los escribas les gusta caminar para hacerse notar, ser saludados y reverenciados, y para tener lugares de honor. Y Jesús añade que «devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones» (Marcos 12,40). Al mismo tiempo, sus ojos vislumbran otra escena: una pobre viuda, precisamente una de las explotadas por los poderosos, echa en el arca del Tesoro del Templo «todo cuanto poseía» (v. 44). Así dice el Evangelio, echa en el tesoro todo lo que tenía para vivir. El Evangelio nos pone delante de este sorprendente contraste: los ricos, que dan lo superfluo para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece todo lo poco que tiene. Dos símbolos de actitudes humanas.
Jesús mira dos escenas. Y es precisamente este verbo
–“mirar”- que resume su enseñanza: a quien vive la fe con duplicidad, a esos escribas,
“debemos mirar” para no convertirnos como ellos; mientras que a la viuda
debemos “mirarla” para tomarla como modelo. Detengámonos en esto: tener cuidado con los hipócritas y mirar a la
pobre viuda.
Sobre todo, tener cuidado con los hipócritas, es decir estar
atentos a no basar la vida en el culto de
la apariencia, de la exterioridad, sobre el cuidado exagerado de la propia
imagen. Y, sobre todo, estar atentos a no
doblegar la fe a nuestros intereses. Esos escribas cubrían, con el nombre
de Dios, la propia vanagloria y, aún peor, usaban la religión para atender sus
negocios, abusando de su autoridad y explotando a los pobres. Aquí vemos esa
actitud tan fea que también hoy vemos en muchos puestos, en muchos lugares, el
clericalismo, este estar por encima de
los humildes, explotarlos, “golpearlos”, sentirse perfectos. Este es el mal
del clericalismo. Es una advertencia para todo tiempo y para todos, Iglesia y
sociedad: no aprovecharse nunca del propio rol para aplastar a los demás, ¡nunca ganar sobre la piel de los más
débiles! Y estar alerta, para no caer en la vanidad, para no obsesionarnos
con las apariencias, perdiendo la sustancia y viviendo en la superficialidad. Preguntémonos, nos ayudará: en lo
que decimos y hacemos, ¿deseamos ser apreciados y gratificado o dar un servicio
a Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles? Estemos alerta sobre las
falsedades del corazón, sobre la hipocresía, ¡que es una enfermedad peligrosa
del alma! Es un doble pensar, un doble juzgar, como dice la propia palabra:
“juzgar debajo”, aparecer de una manera e “hipo”, debajo, tener otro
pensamiento. Dobles, gente con doble alma, doblez de alma.
Y para sanar de esta enfermedad, Jesús nos invita a mirar a
la pobre viuda. El Señor denuncia la explotación hacia esta mujer que, para dar
la ofrenda, debe volver a casa sin siquiera lo poco que tiene para vivir. ¡Qué
importante es liberar lo sagrado de las ataduras con el dinero! Ya lo había
dicho Jesús, en otro lugar: no se puede
servir a dos señores. O tú sirves a Dios – y nosotros pensamos que diga “o
el diablo”, no – o Dios o el dinero. Es un señor, y Jesús dice que no debemos
servirlo. Pero, al mismo tiempo, Jesús alaba el hecho de que esta viuda da al
Tesoro todo lo que tiene. No le queda nada, pero encuentra en Dios su todo. No
teme perder lo poco que tiene, porque confía en el tanto de Dios, y ese tanto
de Dios, multiplica la alegría de quien dona. Esto nos hace pensar también en
esa otra viuda, la del profeta Elías, que iba a hacer pan con la última harina
que tenía y el último aceite; Elías le dice: “Dame de comer” y ella le da; y la
harina non disminuirá nunca, un milagro (cfr. 1 Reyes 17,9-16). El Señor
siempre, delante de la generosidad de la gente, va más allá, es más generoso.
Pero es Él, no nuestra avaricia. De esta manera Jesús la propone como maestra
de fe, esta señora: ella no frecuenta el Templo para tener la conciencia
tranquila, no reza para hacerse ver, no hace alarde de su fe, sino que dona con
el corazón, con generosidad y gratuidad. Sus monedas tienen un sonido más
bonito que las grandes ofrendas de los ricos, porque expresan una vida dedicada
a Dios con sinceridad, una fe que no vive de apariencias sino de confianza
incondicional. Aprendamos de ella: una
fe sin adornos externos, sino sincera interiormente; una fe hecha de
humilde amor a Dios y a los hermanos.
Y ahora nos dirigimos a la Virgen María, que con corazón
humilde y transparente ha hecho de toda su vida un don para Dios y para su
pueblo. Fuente e imagen de: Vatican. Va.