22 de junio 2020. Teología
para Milennials: “Un fecundo matrimonio” Autor: Padre, Mario Arroyo Martínez. Licenciado
en Filosofía por la Universidad Panamericana, México D.F. Además, tiene un
doctorado en Filosofía por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma.
Actualmente vive en México y es profesor de Teología en la Universidad
Panamericana. Con frecuencia se escucha
hablar de “la nueva realidad”, refiriéndose así al mundo post COVID-19, o al
período de adaptación, en el que todavía debemos hacer frente a las
consecuencias de la pandemia, mientras progresivamente se van mitigando las
exigencias de la cuarentena. En medio estaría el periodo más agresivo del
contagio, del mayor encierro, ¿ha sido simplemente un tiempo perdido?, ¿una
parte de la existencia en la que misteriosamente se nos ha sustraído la vida,
en el sentido de vida bien vivida?
Cada quien podrá contar la experiencia íntima que este
drástico cambio ha producido en su persona, a las sociedades e instituciones,
sea públicas o privadas, no les ha quedado otro camino que adaptarse o morir.
La Iglesia no ha sido la excepción y, contra lo que pudiera pensarse, hemos
sido testigos de lo que podría llamarse “un
fecundo matrimonio entre la fe y la tecnología”. De hecho, el mensaje de la
fe se ha adaptado con gran naturalidad al mundo tecnológico; los
evangelizadores han asumido el reto de hablarle al mundo en su lenguaje, de
forma que ahora su difusión ha sido más capilar e incisiva; en efecto, el
público cautivo, ahora más que nunca, estaba ahí, con una actitud marcadamente
más receptiva de lo habitual, debido a la crisis humana y existencial causada
por la epidemia.
Con rapidez sorprendente, las formas de transmitir el contenido de la fe se han adaptado a las
circunstancias. La experiencia de clases, conferencias, meditaciones, retiros,
velorios y muchas otras formas de comunicación virtual, le han dado al mensaje
cristiano una palpitante actualidad. De hecho, sin buscarlo expresamente,
pero “porque el público lo pedía”, incluso la figura del Papa ha sabido
capitalizar mediáticamente este triste evento. En efecto, en medio de la
consternación global por lo que se nos venía encima, con la consecuente
perplejidad que la novedad de la tragedia provocaba, en medio de un océano de
incertidumbre, el Papa acertó en hacer lo que sabe hacer: rezar. Pero no rezo
solo, rezó en unión a todos los católicos y personas de buena voluntad, y supo
darle la visibilidad precisa al evento. Me refiero, obviamente, a la bendición
Urbi et Orbi extraordinaria, del pasado 27 de marzo.
Hacía falta que alguien hiciera algo, que alguien tomara la
iniciativa y encauzara toda esa inquietud, toda esa zozobra que anegaba los
corazones, y Francisco lo hizo. Fue impresionante ver a las cámaras adaptarse
al ritmo litúrgico y no al revés. La
expectación anhelante de las personas supo adecuarse a la lentitud, los
silencios, los ritos, cantos litúrgicos y bendición solemne con el Santísimo
Sacramento. Los medios tuvieron que adecuarse a unos modos que no eran los
suyos, porque la gente esperaba algo, no sabía muy bien qué, pero entendía que
la oración era la respuesta adecuada a la terrible situación que estaban
viviendo.
Y a partir de ahí no ha perdido la iniciativa, ha tomado la
batuta, la voz cantante, recordando, como siempre, a aquellos que la sociedad
prefiere orillar: desde los presos, hasta las enfermeras, desde los dependientes
en los negocios, hasta los vendedores de periódicos, desde el personal de
limpieza en los hospitales, hasta los que trabajan en la cadena alimenticia. Y
siempre haciéndonos rezar y preocuparnos por los demás, por el entorno, por el
planeta. Ha sabido así capitalizar una serie de discursos que estaban en el
ambiente, y redirigirlos al núcleo del mensaje cristiano, mostrando no solo
cómo son compatibles, sino que terminan por ser convergentes.
Y en la estela del Papa, los evangelizadores. Que también, nuevamente,
se han diversificado. Desde cardenales, obispos y sacerdotes, hasta el pueblo
fiel, que comprende cómo no solo es destinario pasivo del mensaje, sino
protagonista del mismo. De hecho, en realidad, los comunicadores natos son los
fieles cristianos, particularmente los jóvenes, que no precisan adecuarse a los
cambios tecnológicos, pues son sus protagonistas. También ellos, a través de
redes sociales, han sabido hacer eco al mensaje imperecedero de Jesús. Por
ello, esta crisis nos deja más fuertes,
pues muchos más están difundiendo la belleza del mensaje cristiano, a través de
los medios tecnológicos del mundo actual. Quiera Dios que este matrimonio
sea duradero y fecundo. Fuente: Zenit.
Org.