31 de agosto 2020. ¿Cómo se hace reingeniería social a un país?
Autor: Fray, Nelson Medina. O.P. Aquellos
que por intereses económicos o de otro orden quieren cambiar la escala de
valores de todo un país o región se enfrentan con una pregunta difícil: ¿qué
hacer para que la gente acepte lo que antes no aceptaba, y por consiguiente
empiece a distanciarse y finalmente rechace lo que antes aceptaba?
Esa pregunta ha encontrado respuesta en un conjunto de
disciplinas que suelen agruparse bajo el término “reingeniería social.” La
expresión alude al rediseño y cambio en la construcción interna de la sociedad,
sobre la base de la psicología, el marketing, y la economía.
Cuatro fases son típicas de un proceso de reingeniería
social: la fase emotiva, la fase de normalización, la fase de
institucionalización y la fase de penalización, también conocida como fase
tiránica.
Fase emotiva
Es la fase de entrada, y por lo tanto, de ella depende el
éxito de todo lo demás. Lo fundamental en esta fase es la manipulación de los
sentimientos, particularmente tres: la compasión, la simpatía y la ira.
La compasión se despierta presentando casos extremos y
absolutamente marginales pero que tienen gran impacto en los medios de
comunicación y en el corazón de la gente. Si se quiere, por ejemplo, que la
opinión pública se incline a favor de despenalizar el aborto, se presentarán
casos de violación brutal, que desembocan en la pregunta dramática: ¿está
condenada esta mujer a seguir adelante con ese embarazo? Por supuesto, nada se
mencionará de los derechos del no-nacido. Lo importante es que se vea cómo
quedó maltratada y traumatizada la mujer. Toda la atención debe quedar en ella
y su rostro golpeado.
La simpatía se
despierta convirtiendo los comportamientos que son rechazados en gestos
graciosos o episodios chistosos. Si se quiere por ejemplo que la gente
empiece a mirar de otro modo a los homosexuales, se multiplicarán las series de
televisión o novelas en que el personaje cómico, el que siempre tiene los
diálogos más inteligentes y chistosos, es el amanerado, el transexual.
La ira se despierta
presentando casos de la historia o de las noticias recientes en que claramente
se han cometido crueles brutalidades contra la población que ahora se
quiere exaltar y convertir en modelo social. Por ejemplo, un par de chicas
lesbianas que fueron apedreadas en Pakistán. O un travesti que fue dejado en
coma por una paliza en el metro de New York. Por supuesto que son noticias
reales, pero sobre todo son noticias adecuadamente seleccionadas para producir
un efecto de indignación que logra recubrir con un manto de sospecha o de asco
a la escala de valores tradicional pues bien parece que es la responsable de
todos esos abusos inhumanos.
Después de unos meses, o incluso años, de disparar mensajes
en fase emotiva, llega el tiempo de ir introduciendo la siguiente fase.
Fase de normalización
Una vez que se ha ablandado a la gente y se la ha llevado a
un terreno de duda sobre lo que han sido sus convicciones “de siempre,” la fase
de normalización intenta que los nuevos comportamientos sean integrados sin
fisuras en el tejido social: requisito indispensable para que más y más
personas se planteen si quieren subirse a ese tren de novedad y aparente
libertad.
Si la fase emotiva apela sobre todo a los sentimientos, la normalización hace uso intenso de
paradigmas, de tres maneras por lo menos: celebridades, autoridades y
publicidad masiva.
Las llamadas celebridades son fundamentales en este proceso.
Son las “Madonnas” besando en la boca a otras mujeres; son las actrices
rutilantes que se declaran bisexuales en una entrevista que de inmediato recibe
primeras planas y es calificada de “polémica”; son los cantantes que sólo
abrazan y besan a otros hombres o a sus mascotas. La población púber y
adolescente es extraordinariamente sensible al impacto de estos ejemplos porque
a su edad lo que más buscan es modelos a seguir.
Las autoridades son
aquellos científicos–o a veces simples cientificistas– que presentan argumentos
deleznables pero con ropaje de seriedad. Una gran cadena de televisión,
famosa por su seriedad científica, presenta un documental sobre el
homosexualismo en los pingüinos. Por supuesto, ningún comportamiento animal
demuestra nada sobre el comportamiento humano, porque si nos presentasen cómo
los primates roban alimentos, ¿convertiría eso en bueno el acto de robar? Pero
el común de la gente tiene poco tiempo y ganas de pensar y si les habla alguien
con bata blanca que lleva 18 años estudiando pingüinos homosexuales, todos
quedan convencidos de que hay una “base científica” para aprobar los nuevos
comportamientos.
Otro aspecto de estas “autoridades” está en los políticos, que, oportunistas como
siempre, ven en el surgimiento de una fuerza de opinión la posibilidad de
alcanzar una fuerza electoral. Sus discursos utilizarán ampliamente las
palabras que luego todos reproducen en las redes sociales: libertad,
tolerancia, convivencia, transparencia, inclusión, y muchas más.
Finalmente hace su entrada la publicidad masiva, que es lo
que ha hecho ese banco en Colombia: llenar decenas o centenares de paraderos de
bus con la imagen de los hombres abrazados, que son modelo de “nueva familia.”
El silencio de las autoridades civiles y la fuerza de la cotidianidad hacen su
obra y pronto todos en la sociedad se disponen a ver como normal lo que ya
salió en la televisión, en el cine y hasta “a veinte metros de mi casa.”
Fase de institucionalización
Asegurada la normalización, está asegurado también que la
gente aguantará los cambios institucionales que se le impongan. La parte clave
aquí está en tres cosas: las leyes llamadas anti-discriminación, la educación y
la administración parcializada de la justicia.
Se supone que la intención de las leyes anti-discriminación
es buena: corregir excesos históricos y asegurar espacios de participación
ciudadana para todos. Ya que, a estas alturas, el común de la gente ha aceptado
como normales muchas cosas, por lo mismo ha perdido capacidad de discernimiento
y de reacción; su cerebro está confundido por la información que le han
inyectado a presión y aturdido por el cóctel de sensaciones con que le han
manipulado.
La realidad es que el
propósito de esas leyes es impedir cualquier asomo de objeción de conciencia.
Las cosas parecen tranquilas pero, bajo la superficie, los grilletes están
listos a dispararse contra los que pretendan oponerse. Es cosa de tiempo para
que, por ejemplo, un seminario no pueda rechazar a un seminarista abiertamente
homosexual. Ninguna institución podrá declararse por encima de la ley y la ley
dice que ahora no sólo deberías sino que estás obligado a aceptar lo que
nosotros –el gobierno central– te mande. O prepárate para pagar pesadas multas,
o cárcel.
Luego está el tema de la educación. Puesto que ya todos han
sido puestos de acuerdo en que es normal el aborto, hay que enseñar a las niñas
que pueden abortar y que nadie, ni siquiera sus papás, están en el derecho de
saberlo ni menos de pedirles cuentas. Puesto que estamos todos de acuerdo en
que es normal el homosexualismo, las clases de educación sexual, desde la más
temprana infancia, deben bombardear con imágenes e instructivos homosexuales a
los pequeños. Y si algunos papás o mamás se oponen, ¿para qué están las leyes?
A estas alturas una parte de la población se levanta y
protesta. No todos los papás están felices con que una carga de pesada
pornografía sirva de iniciación sexual a sus hijos. No todas las mamás están a
gusto con que sus hijas aborten a placer.
Pero es aquí donde entra el tercer factor de la
institucionalización: se llama administración parcializada, descaradamente
parcializada, de la justicia. Si dices algo contra una bandera gay eres un
delincuente que amenaza la estabilidad de la sociedad. Si en cambio maldices a
la eucaristía, eres tan solo un artista, que esta haciendo sano uso de su
libertad de expresión. Y el marco legal, tan tranquilo.
Fase de penalización o fase tiránica
En países como España ya esta fase llegó. En Colombia y
otros países, está muy próxima.
El propósito de esta
fase es estrangular todo intento de disenso, haciendo uso de tres recursos
principales: el señalamiento público, la aplicación de normas draconianas
contra los disensores, y finalmente la fuerza bruta.
El señalamiento público es lo que hemos vivido quienes nos
hemos atrevido a decir algo contra la publicidad de normalización de aquel
banco colombiano. Se trata en esencia de una catarata de insultos y maldiciones
que tiene por objeto que uno se asuste y corra a su refugio, con el propósito
firme de no volver a hablar sobre temas tan “complejos.” Y no es que sean temas
complejos; es que son temas en los que nos están prohibiendo opinar. La
atmósfera de miedo produce frutos inmediatos: pocos se atreven a gastar tanto
tiempo, en redes sociales, por ejemplo, sólo para que los maldigan y ataquen.
Muchos de esos ataques, huelga decirlo, son completamente ajenos al tema y
completamente ad hominem: por ejemplo, en mi caso, puesto que soy sacerdote
católico, sigue habiendo mucha gente que cree que con escupir la expresión
“curas pedófilos” ya uno se va a quedar callado.
La clave central del
señalamiento público es denunciar como odio todo lo que no se amolde al
pensamiento único que nos quieren imponer.
Pronto se pasa a otras acciones, como las que lleva un
tiempo sufriendo el Colegio san Juan Pablo II en Aclorcón, España. Se trata de
una maniobra repugnante que quiere caer sobre este colegio con un castigo
ejemplar que neutralice toda su capacidad de operación. Es pura tiranía pero el
común de la gente no lo siente así.
Ya se sabe lo que viene después, y muy pronto: fuerza bruta.
Agresiones, primero contra las cosas, luego contra las personas. Las pintadas
ya se ven aquí y allá, siempre con el estilo de la Guerra Civil española: “La
única iglesia que ilumina es la que arde.”
* * *
Si a usted le parece que esto tiene semejanzas con el
comunismo de Stalin o con el nacionalsocialismo de Hitler: felicitaciones. Ha
acertado. Aunque en esta nueva versión de la persecución hay algo que a toda
costa tratan de evitar los tiranos, los cuales algo han aprendido de la
Historia: intentan que no haya mártires. Intentan que los que sean castigados
parezcan castigados según la ley y por su sola culpa y obstinación.
Duros tiempos nos han tocado. Quizás aquellos que Cristo
anunció al final de su Evangelio: días que, si no se acortaran, no quedaría fe
en la tierra (Lucas 18,8).
Y sin embargo, no tenemos miedo: nuestros valientes hermanos
cristianos de Aleppo, Mosul, Bagdad, Nigeria, Egipto, nos alientan. Y nada
impedirá nuestro grito enamorado: ¡Viva Cristo Rey! Publicado en el blog del
autor. http://fraynelson.com/blog/2017/04/22/como-se-le-hace-reingenieria-social-a-un-pais/ Fuente: Religión en libertad. Org.