20 de agosto 2020. Reflexiones éticas sobre la enfermedad. Autor:
Monseñor. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días donde continuamente
hacemos referencia a la enfermedad y al dolor, por la pandemia que nos afecta,
desearía dedicar una pequeña reflexión a la condición del hombre, a su realidad
corporal, a la dimensión espiritual y también a algunos elementos morales y
éticos que esta situación nos presenta.
“Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la
tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser
viviente” (Génesis 2, 7). Este texto de
la Sagrada Escritura nos relata la creación del hombre, que salió de las manos
de Dios, que le dio “forma” del polvo de la tierra y le dio el “soplo de la
vida”, y por tanto se constituyó en un ser viviente.
Esta bella figura, pone a Dios como un alfarero, que, con el
polvo de la tierra, con una bellísima forma del lenguaje, explica la creación
del hombre y su ser mismo. Los dedos del
Creador moldearon al hombre y le dieron su ser, pero especialmente, le entregó
su “Espíritu”, su alma que da vida y lo constituye en imagen de Dios.
El Supremo Creador, “le insufló” vida, (Gen 2, 7). El alma
está unida al cuerpo, haciendo al hombre “imagen de Dios”. Esta forma de
comprensión del hombre, que con un nombre técnico en la filosofía cristiana es
llamado el “hilemorfismo” es fundamental para entender qué es el hombre, cuál
es su misión, su futuro, la razón de su ser. El hombre, en el bello relato del
Génesis, se separa de la voluntad de Dios por el pecado, ello lo llevó a vivir
las limitaciones propias del cuerpo, de su condición humana y corporal (Cf. Génesis
3, 1-24).
Si bien el hombre es parte de la creación, recibió un
particular interés y condición, que le hace diverso a las demás realidades
creadas (materiales y animales). Fue Dios mismo quien le dio su forma y su ser,
y unió inexorablemente el alma y el cuerpo. Si queremos comprender al hombre, tenemos que entenderlo como una
creatura de Dios y que tiene en Dios su fin, que Él, como Creador le dio
una misión particular en el jardín del Edén, en la Tierra.
Son muchos los tipos y formas de comprender la vida humana,
muchas las lecturas que desde las ciencias humanas se hacen del hombre. Son
distintos los acentos, las formas de subrayar, una u otra dimensión. Hay muchas
formas para entender al hombre, pero hoy especialmente tenemos muchas
antropologías (estudio sobre el hombre) que dejan de lado su dimensión
espiritual, lo leen sin hacer referencia al alma.
El hombre, como creatura de Dios, posee unas capacidades
intelectuales, de comportamiento, de lenguaje, de relación y de interacción con
otros seres como él; pero también tiene las limitaciones biológicas propias del
cuerpo que ha recibido. En él hay una unidad fundamental, establecida de forma
particular por Dios (de este tema da una explicación hermosísima Santo Tomás de
Aquino en la Suma Teológica en la Primera parte, cuestión 42 y siguientes. S. Th.
I, q.42, q. 44).
Hoy tenemos en nuestra cultura, en pleno siglo XXI, grandes
tentaciones para leer al hombre desde la sola dimensión de su cuerpo, como
realidad biológica, reduciéndolo a la mera expresión de sus sentidos o de su
corporalidad. Es claro que en nuestro tiempo hay también grandes retos, pues se
quiere separar al hombre de su condición espiritual y trascendente, en la
comprensión de la vida del hombre.
Aquello que aparece delante de nuestros ojos, es la sola
corporalidad, las sensaciones y la expresión sensorial de los sentidos. Esta dimensión ha sido resaltada por el
fortalecimiento de una lectura meramente “erótica” y de bienestar del hombre,
que nuestra sociedad defiende al realizar casi un “culto al cuerpo y a su
belleza”. Son muchas las formas de expresar el bien del hombre, pero muchos lo
limitan a las condiciones meramente corporales.
En las antropologías de nuestro tiempo, en las formas de
comprender al hombre, se ha marcado y subrayado la condición corporal, muchos
otros han marcado también la condición social del hombre, el aspecto social de
relaciones y de interacción entre los hombres (antropología social y cultural).
Algunos marcan las relaciones o conciencia del hombre sobre sí mismo,
reduciendo la antropología al estudio de la realidad de su mente, de su
sicología.
Precisamente, las situaciones que nos trae la historia de la
humanidad en estos días, con la enfermedad causada por el COVID-19, nos ha
mostrado en toda su fuerza la condición frágil de la persona humana, pero, sobre
todo, la lectura limitada que se hace de su condición y de su realidad, donde
los pacientes son contados como números: contagiados, fallecidos, recuperados.
Las graves consecuencias de la enfermedad que ataca la raza humana, ha
recordado a los hombres todos de mundo, sin distinción de sexo, raza, edad,
condición social, religión, lengua, procedencia, las limitaciones de la
corporalidad del hombre. Es la clara afirmación de nuestra limitación corporal.
Esto fue notorio en otras épocas de la humanidad, pero a historia reciente, los
avances de la ciencia nos habían dado mucha seguridad y confianza en las
capacidades científicas y tecnológicas de las cuales disponíamos.
Los antiguos, en la escuela griega de COS, donde enseñó
Hipócrates, aleccionaban que la naturaleza del cuerpo es el inicio de su ser.
Al afrontar el dolor, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte de personas
queridas, tenemos que enfrentar con mucha claridad las tentaciones que podemos
tener, al reducir al hombre a esta mera lectura de tipo corporal. El hombre no
es sólo parámetros biológicos, olvidándonos de su dimensión espiritual y de la
integralidad de su ser.
Somos seres
espirituales, trascendentes, tenemos que mirar a Dios y fortalecer elementos
espirituales en nosotros. Tenemos sed del Dios vivo (cf. Salmo 42, 2). De
esta manera el hombre trasciende la mera dimensión humana y busca a su Creador,
a través de valores y metas espirituales.
Nuestra condición corporal, nuestros sentidos y realidad
biológica son la puerta para entrar en relación con el mundo (Gabriel Marcel,
Homo viator, 1944), pero no podemos olvidar la dimensión espiritual.
Cuando en estos momentos trágicos de la humanidad, tenemos
más de 600 mil muertos, 16 millones de contagiados y muchos enfermos graves,
todos queremos conservar la salud. No podemos reducir la vida a la condición
óptima del cuerpo. No es sólo el bienestar físico del hombre, es también su
bienestar espiritual, también mental y social.
Tampoco podemos pensar que el único elemento de lectura de
esta realidad es el económico, donde se hace primar el bien de la economía y de
los negocios, al bien del hombre, de la comunidad humana. Esta triste realidad
tiene que traer una nueva y responsable lectura de la vida del hombre.
Estos son momentos para una profunda vida espiritual, dando
un gran valor y respeto a la vida humana, al valor infinito que posee. A
cualquier costo, incluso económico, debe sostenerse la vida de todos y cada uno
de los enfermos y no puede ahorrarse en este campo. Son muchos los esfuerzos
que se hacen en este momento, pero no podemos dejar a nadie sin asistencia y
ayuda.
Son fundamentales los valores morales y religiosos en
nuestra realidad. Para comprender los retos de esta enfermedad, tenemos que
mirar los altos valores espirituales del hombre. Tenemos que agradecer a
quienes están entregando su vida en esta emergencia, los que han muerto por
acompañar y cuidar a los enfermos (me refiero al personal médico y sanitario, a
los que responsables de esta crisis, en primera persona han pagado con su
vida).
Acompañemos espiritualmente a los enfermos con nuestra
oración y vida espiritual. Ojalá Dios nos conceda rápidamente poder volver a
tener al pueblo de Dios en las celebraciones de la Eucaristía. Oremos a la
Santa Madre de Dios, Salud de los enfermos, por todos los que padecen enfermedad
y por los que sufren. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid. Obispo de la Diócesis de Cúcuta. Fuente:
Conferencia Episcopal de Colombia.