24 de agosto 2020. Autor: Clementino Martínez Cejudo. Sacerdote.
“Ateos del Siglo XXI” A través de la historia, siempre hubo ateos, al menos se
declararon de palabra o se mostraron en su modo de proceder.
Cabe una pregunta: en esta segunda década del siglo
veintiuno ¿hay más que en otros momentos? Es imposible saber. Lo que sí sabemos
es que los que se declaran, y sobre todo los que se muestran como tales, son
muy numerosos.
Entrar en la conciencia de cualquier persona es tarea
imposible, incluso en la de uno mismo. De aquí que solo podemos hablar de lo
que percibimos desde la múltiple exteriorización. Por otra parte, aunque
condicionados por esa realidad única de cada persona, a partir de lo común que
percibimos, nos permite hablar de este como de tantos otros temas.
Radiografía de este ateísmo
Desde esta percepción encontramos singularidades del ateísmo
actual: no tiene “porqués”, vive sin un “de dónde” que explique la existencia,
ni un “adónde” que aclare su fin; simplemente, se está, se vive y basta.
Su mirada, el objetivo, cada día se contrae, no llega más
allá del instante preciso, la ilusión cada día se empequeñece más: una noche de
ruido y luces excitantes en la que se pretende olvidar todo, una relación
íntima de media hora; en algunos casos, la obsesión por el trabajo de cada día
o una carrera extenuante por descubrir, pero como un tren que no tiene estación
de destino, porque su destino es correr y correr, o la lucha por el puesto
político. Sí, también existe la familia, pero para muchos, hoy día, eso es algo
muy ambiguo.
Todo esto no basta para llenar ese vacío que todos sentimos
e intentamos llenar con algo que nos aquiete. Se vive, pues, en una situación
de vacío, de deseo continuado, porque no pueden llenar ese vacío con los
globitos de feria, ni calmar la sed con el sorbo de los charcos embarrados del
camino. ¿Esencialmente igual que todo ateísmo? Sí, pero con peculiaridades muy
destacables.
Estamos ante un ateísmo sin argumentos, que ni los tiene ni
los quiere. Es un ateísmo de vida sin razones de vida. Le falta voluntad para
enfrentarse a los interrogantes esenciales de la existencia humana, le da miedo
encontrase con la verdad, porque la verdad exige, y ha contagiado a la sociedad
occidental de acedia (pereza, flojedad). No quiere enfrentarse con la verdad.
Prefiere cerrar los ojos “para no complicarse”. Pero solo la verdad nos hará
libres, solo la verdad puede salvarnos. Las preguntas que surgen de la
naturaleza no pueden dejarse sin respuesta.
A pesar de todo, quizás como reacción a ese vacío incómodo,
hacia fuera se muestra como ateísmo militante. Actitud no razonable, pues es
más bien un ateísmo sin razones e incapaz de enfrentarse con la fe. ¿Por qué
esta lucha continúa sin sentido contra Dios y cuánto significa? ¿Se encuentran
coaccionados o perseguidos? ¿Acaso excluidos o rechazados? Es evidente que no.
Entonces, ¿por qué esa especie de actitud de lucha y exhibicionismo contra todo
lo que significa creencia religiosa, especialmente cristiana? En unos momentos
en los que la libertad ha adquirido cuotas superlativas y ellos suelen ser sus
decididos defensores (al menos de palabra), no se explica. El ateísmo con
frecuencia se ha mostrado militante, pero los ateos serios fueron razonables, hasta
dialogantes y, en su caso, comprensivos.
Y otra cosa extraña, continuamente tienen presente la
religión y parece que se sienten necesitados a declarar que no son creyentes.
Ven un sacerdote o un creyente reconocido y a los pocos minutos de conversación
le dirán que ellos no creen, o que fueron creyentes pero que actualmente no
son. ¿A qué viene esta declaración si nadie se la pidió? ¿Será que la presencia
del creyente es para ellos un interrogante incómodo? ¿Se trata de un desahogo
necesario?
Finalmente, podemos hablar de un ateísmo generalizado, más
bien de vulgo. En él entran no solo esa mayoría que tuvo fe, aunque fe de
niños, que, al no ser ilustrada como debía en su juventud y mayoría de edad no
ha sabido mantener ante las ideas y situaciones del mundo actual. Fe que quizás
sigue en lo profundo de su conciencia. Hablo, además, de gente con una cierta
cultura y aun de los que hoy llaman de cultura superior. Ni unos ni otros han
sido capaces de enfrentarse con esos interrogantes definitivos, que surgen de
la naturaleza misma. Son masa y la masa no piensa y, al menos en este campo, la
masa es mucho más amplia de lo que como tal se considera. Claro está que hay
una élite que piensa y actúa. La masa la mueven las élites y, en este asunto
las hay y muy poderosas, con objetivos muy claros, para los que la fe es un
óbice; pero aquí no hablamos de ellas.
Causas de esta situación
Como en todo hecho “social”, las causas suelen ser
múltiples. En esta materia también. Pero entre ellas, y no la menos importante,
considero que está la falta de formación.
Veamos los diferentes agentes de formación y su modo de
actuar durante demasiadas décadas:
-Los padres
Los padres son los primeros y principales educadores. Solo
las ideologías estatistas han cuestionado este derecho-obligación inalienable.
Pero es evidente que las obligaciones pueden cumplirse, dejarse de cumplir,
hacerlo bien o no tan bien. Desde mediados del siglo XX, bien por incuria, bien
por esa idea de que 'ya que nosotros lo pasamos mal, que mis hijos no lo
pasen', bien por una corriente pedagógica según la cual se debía desterrar toda
sombra de autoritarismo (más bien toda expresión de autoridad), acabó en una
actitud permisiva. La pandilla era, de hecho, la que marcaba las pautas de
conducta, modelaba la personalidad, “educaba”. La pandilla con los años se
disgregó, pero quedaron las pautas de conducta y conformada su personalidad.
-Los educadores
Sin los fundamentos de la educación paterna, ciertamente que
es difícil la educación; si no hay un antes, no pude habar continuación, hay
que empezar. Tampoco fue ajena a ellos esa corriente que ponía en cuestión su
autoridad. En estas condiciones, la enseñanza, ya por sí dura, resultaba penosa
en extremo.
-La formación religiosa en nuestra Iglesia
Los sacerdotes, junto con los padres, en la transmisión de
la fe tenemos una misión insoslayable. Se trata de cultivar la fe de los niños
y adolescentes, especialmente mediante la catequesis, fe que deben haber
sembrado ya los padres. De afianzarla en la juventud poniendo en juego todos
los medios a nuestro alcance. Y de seguirla instruyendo y alimentando hasta el
último momento.
¿Cómo se ha llevado y se lleva a cabo en estos momentos esta
obligación de los sacerdotes? ¿Cómo ha sido nuestra catequesis? Después del
Concilio, una nueva corriente pedagógica llevó, entre otras cosas, a suprimir
los catecismos tradicionales de preguntas y repuestas. Había libros, pero, a la
hora de la verdad muchos catequistas acababan por convencerse de que no eran el
mejor instrumento para trasmitir las verdades cristianas.
Me consta de un sacerdote celoso, que, vista la realidad,
quiso editar una parte del catecismo del Episcopado (tres libros: iniciación,
medio, y superior) que regía hasta el Concilio (por supuesto con los debidos
permisos y revisado a tenor de la doctrina del Concilio Vaticano II), pero no
le fue posible. Añadamos a esto el desprecio por la memorización, y tendremos
el resultado: una catequesis sin ideas claras y concisas ni memorizadas. Sin
caer en la cuenta que para muchos había de ser el bagaje único de su fe durante
toda su vida.
Hoy las cosas han cambiado. Los catecismos tienen un
contenido muy completo y acomodado y una formulación de preguntas y respuestas
después de cada tema y al final de cada uno de los diferentes libros relativos
a la edad. Es una pena, sin embargo, que esas preguntas y respuestas sean tan
largas y, a veces, con expresiones demasiado técnicas. Les aseguro que no las
memorizarán. Cosa muy importante, porque para muchos ese contenido, como digo
antes, es el único bagaje de su fe para toda su vida.
Si ponemos la mirada en la juventud, podemos preguntarnos si
se hizo algo serio en relación a su formación. Pienso que nos quedamos en
convocar a los jóvenes para mil actividades, pero sin darles contenido serio de
formación. Hoy no es fácil que no respondan a nuestra llamada, pero hace
cincuenta años y bastante después, sí; era cuestión, como siempre, de
“interesarlos” en el qué y en el cómo se les presentaba el mensaje. Aun así,
pienso que también hoy existen medios para su evangelización. No puede ser de
otra manera.
Querer mantener la fe con la homilía de cada domingo,
¡cuando toca y con los que asisten!, aun suponiendo unas homilías bien
preparadas, es imposible.
No quiero pasar por alto la formación religiosa en la
enseñanza pública y en la privada. Para profesor de religión en los institutos
¿se ha tenido en cuenta la capacidad intelectual y pedagógica? Es un error
pensar que servimos todos por el mero hecho de ser sacerdotes.
Por cuanto se refiere a los colegios de la Iglesia, solo
quiero hacer notar que, si bien contamos con un número más que razonable, los
resultados no parecen ser tan positivos. Quizás valga la pena hacer una sincera
revisión.
-El Estado
Estamos ante un asunto de máxima importancia y no menor
dificultad. En consecuencia, ateniéndome al artículo 27 de nuestra Constitución
yo diría que el Estado tiene, por una parte, obligación en relación a la
educación de los ciudadanos, ya que “todos tienen derecho a la educación”
(27.1). Por otra parte, debe atenerse a su objetivo: “La educación tendrá por
objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana” (27.2). Y teniendo muy en
cuenta que "los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los
padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de
acuerdo con sus propias convicciones” (27.3).
El texto está claro y conforme con todas las declaraciones
de derechos supranacionales. Pero las interpretaciones también están claramente
sesgadas, tanto en lo que significa el pleno desarrollo de la personalidad,
donde el sentido religioso es parte ineludible, cuanto por lo que respecta a
tener en cuenta las convicciones de los padres. Los estados modernos, aun los
que se consideran liberales, extienden sus tentáculos hasta intimidades que les
son vedadas.
Fruto de esa escasa y mala formación, aparece la falta de
personalidad. Pues, cuando no tienen ideas claras ni criterios firmes, la
consecuencia inmediata es dejarse llevar por la masa, que, vacía de principios,
corre tras sensaciones con las que intenta llenar ese vacío. Por supuesto, no
puede haber compromiso serio.
-Rebelión contra la moral
Para completar más el cuadro, pongamos lo que podemos llamar
la rebelión contra la moral religiosa. Las religiones en general, y muy
especialmente el cristianismo, exigen una forma de vida con exigencias morales.
Y, aunque es lo racional lo que exige (se trata fundamentalmente de la ley
natural), y viene a ser una carga que aligera la vida, la experiencia inmediata
es de negación a muchos instintos primarios. No acabamos de darnos cuenta de
los efectos de la revolución de mayo del 68. Su rebelión está clara en
eslóganes como estos: “Prohibido prohibir”, “Decid siempre no por principio”.
-El ambiente: el aire cultural que se respira
Cuando toda referencia a Dios se suprime o se pretende
suprimir, el aire que se respira está contaminado de sin Dios (de ateísmo), y
nadie se puede librar de respirarlo. Cuando nos rodea un sentido
in-trascendente del hombre y del mundo; cuando no solo nos rodea, sino que en
gran medida se nos impone y se acepta aun por aquellos que debieran ser sus
muros de contención (el ejemplo lo tenemos en la aceptación de la ideología de
género), estamos ante una pandemia espiritual peor que el coronavirus. Se
precisa, pues, andar con mascarilla y enseñar que todos la lleven. Pero, sobre
todo, es necesario mantener buenos pulmones y un corazón fuerte. Y, como
siempre en este género de enfermedades, aceptar la vacuna eficaz, esto es,
acercarse con decisión y sin miedo a la verdad hasta aceptarla: Cristo. Sin
Cristo conocido y vivido, esta pandemia no tiene solución.
Estos si que son “tiempos recios”; por eso, hay que formar
cristianos no menos recios.
El cambio
Durante largos años y aun con un Concilio de serios cambios,
se ha venido diciendo que 'la Iglesia tiene que cambiar'. Bien, la sociedad
cambia y la Iglesia debe estar preparada para trasmitir eficazmente su mensaje
en todo momento. Pero en lo dogmático, solo como desarrollo homogéneo del
dogma, y en la pedagogía, solo si es más eficaz lo nuevo. Cambiar lo que Dios
ha revelado y aceptar métodos que no consiguen el fin es absurdo.
Sobre todo, se debía haber tenido en cuenta aquello, quiero
recordar, del famoso teólogo suizo Hans Urs von Balthasar: "Cuando oigo
que 'la Iglesia tiene que cambiar' me digo 'Yo tengo que cambiar'”. Aquí es
donde primero y principalmente debemos mirar para corregir y actuar en
consecuencia,
Los errores se pagan, pero se pueden revertir. Lo malo es si
continuamos en ellos por terquedad o inercia. Sí, 'tenemos que cambiar'. Pero
el cambio debe empezar por nuestra vivencia religiosa, nuestras actitudes y
nuestro modo de actuar.
Los que creemos no podemos quedarnos con los brazos cruzados
y seguir lamentando. Pongamos, de nuestra parte lo que hay que poner, quitemos
lo que haya que quitar y cambiemos lo que sea posible y conveniente. Hagamos lo
que tenemos que hacer. Luego, tengamos confianza en la gracia; y si alguien
quiere libremente quedarse con sus ideas, respetémosle y oremos por él. Pero
esa libertad que es exigible de nosotros para los no creyentes, tiene las
mismas exigencias de parte de los no creyentes para los que creemos. Los
derechos humanos en su redacción y espíritu no hacen distingos. Quienes los
aceptamos debemos ser consecuentes, unos y de otros.
Todos y siempre hemos de ser sumamente respetuosos con
quienes no piensan como nosotros. Muy especialmente con los que buscan sin
haber encontrado todavía. Si siguen buscando, encontrarán. Entre tanto, sumo
respeto. Respeto que pido desde aquí para los que creemos; respeto y libertad
para exponer nuestras ideas. “¡Qué difícil ser ateo!”, decía Paul Claudel. Él
lo sabía por experiencia. Fuente:
Religión en libertad. Com.