31 de enero 2021. “Jesucristo predica con su propia autoridad.” Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Biblioteca del Palacio Apostólico. Domingo IV del tiempo ordinario, Ciclo B. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El pasaje evangélico de hoy (cf. Marcos 1,21-28) relata un día típico del ministerio de Jesús, se trata concretamente de un sábado, día dedicado al descanso y la oración, la gente iba a la sinagoga. En la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús lee y comenta las Escrituras. Su manera de hablar atrae a los presentes, que quedan asombrados porque demuestra una autoridad diferente a la de los escribas (v. 22). Además, Jesús se revela poderoso también en las obras. Así es, cuando un hombre en la sinagoga se vuelve contra él, llamándole el Santo de Dios, Jesús reconoce el espíritu maligno, le ordena que salga de ese hombre y lo expulsa (vv. 23-26).
Aquí vemos los dos elementos característicos de la acción de
Jesús: la predicación y la obra
taumatúrgica de curación: predica y cura. Ambos aspectos se destacan en el
pasaje del evangelista Marcos, pero el que más sobresale es el de la
predicación; el exorcismo se presenta para confirmar su “autoridad” singular y
su enseñanza. Jesús predica con
autoridad propia, como alguien que tiene una doctrina que procede de sí mismo,
y no como los escribas que repetían tradiciones anteriores y leyes
recibidas. Repetían palabras, palabras, palabras, solo palabras —como cantaba
la gran Mina—. Eran así: solo palabras. En Jesús, en cambio, la palabra tiene
autoridad, Jesús tiene autoridad. Y
esto toca el corazón. La enseñanza de Jesús tiene la misma autoridad de Dios
que habla; de hecho, con una sola orden libera fácilmente al poseído del
maligno y lo cura. ¿Por qué? Porque su palabra obra lo que dice. Porque es el
profeta definitivo. Pero, ¿por qué digo esto, qué es el profeta definitivo?
Recordemos la promesa de Moisés. Dice Moisés: “Después de mí, más adelante,
vendrá un profeta como yo —¡como yo!— que os enseñará” (cf. Deuteronomio
18,15). Moisés anuncia a Jesús como el profeta definitivo. Por eso [Jesús] no
habla con autoridad humana, sino con autoridad divina, porque tiene el poder de
ser el profeta definitivo, es decir, el Hijo de Dios que nos salva, nos sana a
todos.
El segundo aspecto,
el de las curaciones, muestra que la predicación de Cristo tiene como objetivo
vencer el mal presente en el hombre y en el mundo. Su palabra apunta
directamente contra el reino de Satanás, lo pone en crisis y lo hace
retroceder, obligándolo a dejar el mundo. El poseído —ese hombre poseído,
obseso—, tras la orden del Señor, es liberado y transformado en una nueva
persona. Además, la predicación de Jesús
pertenece a una lógica opuesta a la del mundo y del maligno: sus palabras se
revelan como la alteración de un orden equivocado de las cosas. El diablo
presente en el poseído, de hecho, grita cuando Jesús se acerca: «¿Qué quieres
tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a arruinarnos?» (v. 24). Estas
expresiones indican la total diferencia entre Jesús y Satanás: están en planos
completamente diferentes; no hay nada en común entre ellos; son opuestos entre
sí. Jesús, que tiene autoridad, que atrae a las personas con su autoridad, y
también el profeta que libera, el profeta prometido que es el Hijo de Dios que
sana. ¿Escuchamos las palabras autorizadas de Jesús? Siempre, no os olvidéis de
llevar en el bolsillo o el bolso un pequeño Evangelio, para leerlo durante el
día, para escuchar la palabra autorizada de Jesús. Y además, todos tenemos
problemas, todos tenemos pecados, todos tenemos enfermedades espirituales.
Pidamos a Jesús: “Jesús, tú eres el profeta, el Hijo de Dios, el que fue
prometido para sanarnos. ¡Sáname!”. Pedir a Jesús la curación de nuestros
pecados, de nuestros males.
La Virgen María guardó siempre en su corazón las palabras y
los gestos de Jesús, y lo siguió con total disponibilidad y fidelidad. Que Ella
nos ayude también a nosotros a escucharlo y seguirlo, para experimentar en
nuestra vida los signos de su salvación. Fuente: Vatican. Va.