29 de enero 2018. Discurso del Papa Francisco con ocasión de la inauguración del año judicial del tribunal de la Rota Romana, Sala Clementina. “Están llamados a invocar incesantemente
la asistencia divina para realizar con humildad y mesura la difícil tarea
confiada por la Iglesia”
Queridos prelados auditores:
Queridos prelados auditores:
Os saludo cordialmente, comenzando por el decano, a quien
agradezco sus palabras. Junto con vosotros, saludo a los funcionarios, a los
abogados y a todos los colaboradores del Tribunal Apostólico de la Rota romana.
Os deseo lo mejor para el año judicial que hoy inauguramos. Hoy quisiera
reflexionar con vosotros sobre un aspecto significativo de vuestro servicio
judicial, es decir, sobre la centralidad de la conciencia, que es al mismo
tiempo la de cada uno de vosotros y la de las personas de cuyos casos os ocupáis.
De hecho, vuestra actividad se expresa también como ministerio de la paz de las
conciencias y pide ser ejercitada en toda conciencia, como bien expresa la
fórmula con la que se emanan vuestras sentencias ad consulendum conscientiae o
ut consulatur conscientiae.
Con respecto a la declaración de nulidad o validez del
vínculo matrimonial, os colocáis, de alguna manera, como expertos en la
conciencia de los fieles cristianos. En este papel, estáis llamados a invocar
incesantemente la ayuda divina para llevar a cabo con humildad y mesura la
grave tarea confiada a la Iglesia, manifestando así la conexión entre la
certeza moral, que el juez debe alcanzar ex actis et probatis, y el ámbito de
su conciencia, conocido únicamente por el Espíritu Santo y asistido por Él. De
hecho, gracias a la luz del Espíritu, se os permite entrar en el área sagrada
de la conciencia de los fieles. Es significativo que la antigua oración del
Adsumus, que se proclamaba al comienzo de cada sesión del Concilio Vaticano II,
se rece con tanta frecuencia en vuestro Tribunal. El ámbito de la conciencia ha
sido muy importante para los Padres de los dos últimos Sínodos de los obispos,
y ha resonado de manera significativa en la exhortación apostólica postsinodal
Amoris laetitia. Esto se deriva de la toma de conciencia del Sucesor de Pedro y
de los padres sinodales sobre la urgente necesidad de escuchar, por parte de
los pastores de la Iglesia, las instancias y las expectativas de aquellos
fieles cuya conciencia se ha vuelto muda y ausente durante muchos años y
después han sido ayudados por Dios y por la vida a recuperar algo de luz,
dirigiéndose a la Iglesia para tener la paz de sus conciencias.
La conciencia asume un papel decisivo en las decisiones
arduas que los novios deben afrontar para acoger y construir la unión conyugal
y después la familia, según el diseño de Dios. La Iglesia, madre tierna, ut
consulatur conscientiae de los fieles necesitados de verdad, ha notado la
necesidad de invitar a cuantos trabajan en la pastoral matrimonial y familiar a
una renovada sensibilización a la hora de ayudar a construir y cuidar el
santuario íntimo de sus conciencias cristianas. En este sentido, me gusta
destacar que en los dos documentos en forma de motu proprio, emanados de la
reforma del procedimiento matrimonial, he exhortado a instituir la encuesta
pastoral diocesana para que el proceso fuera no solamente más diligente, sino
también más justo, en el debido conocimiento de las causas y motivos que están
en los orígenes del fracaso matrimonial. Por otro lado, en la exhortación
apostólica Amoris laetitia, se indicaban itinerarios pastorales para ayudar a
los novios a entrar sin temor en el discernimiento y la consiguiente elección
del estado futuro de vida conyugal y familiar, y se describía en los primeros
cinco capítulos la extraordinaria riqueza de la alianza conyugal diseñada por
Dios en las Escrituras y vivida por la Iglesia en el curso de la historia.
Es, cuanto menos, necesaria una continua experiencia de fe,
esperanza y caridad, para que los jóvenes vuelvan a decidir, con conciencia
segura y serena que la unión conyugal abierta al don de los hijos es alegría
grande para Dios, para la Iglesia, para la humanidad. El camino sinodal de
reflexión sobre el matrimonio y la familia y la sucesiva exhortación apostólica
Amoris laetitia han tenido un recorrido y un objetivo obligados: cómo salvar a
los jóvenes del bullicio y del ruido ensordecedor de lo efímero, que les lleva
a renunciar a asumir compromisos estables y positivos y por el bien individual
y colectivo. Un condicionamiento que silencia la voz de su libertad, de esa
célula íntima —la conciencia, de hecho— que Dios solo ilumina y abre a la vida,
si se le permite entrar.
¡Qué valiosa y urgente es la acción pastoral de toda la
Iglesia por la recuperación, la salvaguardia, la custodia de una conciencia
cristiana, iluminada por los valores evangélicos! Será una empresa larga y no
fácil, que requiere a los obispos y sacerdotes un trabajo incansable para
iluminar, defender y sostener la conciencia cristiana de nuestro pueblo. La voz
sinodal de los Padres obispos y la sucesiva exhortación apostólica Amoris
laetitia han asegurado así un punto primordial: la relación necesaria entre la
regula fidei, es decir, la fidelidad de la Iglesia al magisterio intocable
sobre el matrimonio, así como sobre la Eucaristía, y la atención urgente de la
Iglesia misma a los procesos psicológicos y religiosos de todas las personas
llamadas a la elección del matrimonio y la familia. Recogiendo los deseos de
los padres sinodales, ya he tenido ocasión de recomendar el esfuerzo de un
catecumenado matrimonial, entendido como itinerario indispensable de los
jóvenes y de las parejas destinado a hacer revivir su conciencia cristiana,
sostenida por la gracia de los dos sacramentos, el bautismo y el matrimonio.
Como he reafirmado otras veces, el catecumenado es en sí único, en cuanto
bautismal, es decir, radicado en el bautismo y al mismo tiempo en la vida
necesita el carácter permanente, siendo permanente la gracia del sacramento matrimonial,
que precisamente porque la gracia es fruto del misterio, cuya riqueza no puede
ser custodiada y asistida en la conciencia de los cónyuges como individuos y
como pareja. Se trata, en realidad, de figuras peculiares de ese incesante cura
animarum que es la razón de ser de la Iglesia, y de nosotros pastores en primer
lugar.
Sin embargo, el cuidado de las conciencias no puede ser un
compromiso exclusivo de los pastores, sino, con diferentes responsabilidades y
modalidades, es la misión de todos, ministros y fieles bautizados. El beato
Pablo VI exhortaba a la «fidelidad absoluta para salvaguardar la regula fidei»
(Enseñanzas XV [1977], 663), que ilumina la conciencia y no puede ser ofuscada
o disgregada. Para hacer esto —dice Pablo vi— «hay que evitar los extremismos
opuestos, tanto por parte de los que apelan a la tradición para justificar su
desobediencia al supremo Magisterio y al Concilio ecuménico, como por parte de
aquellos que se desenraízan del humus eclesial corrompiendo la doctrina verdadera
de la Iglesia; ambas actitudes son un signo de subjetivismo indebido y tal vez
inconsciente, cuando no desafortunadamente de obstinación, de testarudez, de
desequilibrio; posturas que hieren en el corazón a la Iglesia, Madre y Maestra»
(Enseñanzas XIV [1976], 500).
La fe es luz que ilumina no solo el presente sino también el
futuro: el matrimonio y la familia son el futuro de la Iglesia y de la
sociedad. Por lo tanto, es necesario promover un estado de catecumenado
permanente para que la conciencia de los bautizados esté abierta a la luz del
Espíritu. La intención sacramental nunca es el resultado de un automatismo,
sino siempre de una conciencia iluminada por la fe, como resultado de una
combinación de lo humano y lo divino. En este sentido, se puede decir que la
unión conyugal es verdadera solo si la intención humana de los cónyuges está
orientada según lo que desean Cristo y la Iglesia. Para hacer cada vez más
conscientes de ello a los futuros esposos es necesaria la aportación, además
que de los obispos y sacerdotes, de otras personas involucradas en la pastoral,
religiosos y fieles laicos corresponsables en la misión de la Iglesia.
Estimados jueces de la Rota romana, la estrecha conexión
entre la esfera de la conciencia y la de los procesos matrimoniales de los que
os ocupáis diariamente requiere que se evite que el ejercicio de la justicia se
reduzca a un mero trabajo burocrático. Si los tribunales eclesiásticos cayeran
en esta tentación, traicionarían la conciencia cristiana. Por eso, en el procedimiento
del processus brevior, he establecido no solo que el papel de vigilancia del
obispo diocesano sea más evidente, sino también que él mismo, juez nativo en la
Iglesia que le fue confiada, juzgue en primera instancia los posibles casos de
nulidad matrimonial. Debemos impedir que la conciencia de los fieles en
dificultad con respecto a su matrimonio se cierre a un camino de gracia. Este objetivo se logra
mediante el acompañamiento pastoral, el discernimiento de las conciencias
(véase la exhortación apostólica Amoris laetitia, 242) y con el trabajo de
nuestros tribunales. Este trabajo debe llevarse a cabo con sabiduría y en la
búsqueda de la verdad: solo de esta manera la declaración de nulidad produce
una liberación de las conciencias. Renuevo mi gratitud a cada uno por el bien
que hacéis al pueblo de Dios, sirviendo a la justicia. Invoco la asistencia
divina en vuestro trabajo y os imparto de todo corazón la bendición apostólica.