“La
comunicación humana es una modalidad esencial para vivir la comunión”
Mensaje
del Papa Francisco con motivo de la 52 jornada mundial de las comunicaciones
Año
2018
Queridos hermanos y hermanas: En el proyecto de Dios, la
comunicación humana es una modalidad esencial para vivir la comunión. El ser
humano, imagen y semejanza del Creador, es capaz de expresar y compartir la
verdad, el bien, la belleza. Es capaz de contar su propia experiencia y describir
el mundo, y de construir así la memoria y la comprensión de los
acontecimientos. Pero el hombre, si sigue su propio egoísmo orgulloso, puede
también hacer un mal uso de la facultad de comunicar, como muestran desde el
principio los episodios bíblicos de Caín y Abel, y de la Torre de Babel (cf. Gn
4,1-16; 11,1-9).
La alteración de la verdad es el síntoma típico de tal
distorsión, tanto en el plano individual como en el colectivo. Por el
contrario, en la fidelidad a la lógica de Dios, la comunicación se convierte en
lugar para expresar la propia responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en
la construcción del bien.
Hoy, en un contexto de comunicación cada vez más veloz e
inmersos dentro de un sistema digital, asistimos al fenómeno de las noticias falsas,
las llamadas «fake news». Dicho fenómeno nos llama a la reflexión; por eso he
dedicado este mensaje al tema de la verdad, como ya hicieron en diversas
ocasiones mis predecesores a partir de Pablo VI (cf. Mensaje de 1972: «Los
instrumentos de comunicación social al servicio de la verdad»). Quisiera
ofrecer de este modo una aportación al esfuerzo común para prevenir la difusión
de las noticias falsas, y para redescubrir el valor de la profesión
periodística y la responsabilidad personal de cada uno en la comunicación de la
verdad.
1- ¿Qué hay de falso en las «noticias falsas»?
«Fake news» es un término
discutido y también objeto de debate. Generalmente alude a la desinformación
difundida online o en los medios de comunicación tradicionales. Esta expresión
se refiere, por tanto, a informaciones infundadas, basadas en datos
inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso
manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las
decisiones políticas u obtener ganancias económicas.
La eficacia de las fake news se debe, en primer lugar, a su
naturaleza mimética, es decir, a su capacidad de aparecer como plausibles. En
segundo lugar, estas noticias, falsas pero verosímiles, son capciosas, en el
sentido de que son hábiles para capturar la atención de los destinatarios
poniendo el acento en estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido
social, y se apoyan en emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el
desprecio, la rabia y la frustración. Su difusión puede contar con el uso
manipulador de las redes sociales y de las lógicas que garantizan su
funcionamiento. De este modo, los contenidos, a pesar de carecer de fundamento,
obtienen una visibilidad tal que incluso los desmentidos oficiales difícilmente
consiguen contener los daños que producen.
La dificultad para desenmascarar y erradicar las fake news
se debe asimismo al hecho de que las personas a menudo interactúan dentro de
ambientes digitales homogéneos e impermeables a perspectivas y opiniones divergentes.
El resultado de esta lógica de la desinformación es que, en lugar de realizar
una sana comparación con otras fuentes de información, lo que podría poner en
discusión positivamente los prejuicios y abrir un diálogo constructivo, se
corre el riesgo de convertirse en actores involuntarios de la difusión de
opiniones sectarias e infundadas. El drama de la desinformación es el
desacreditar al otro, el presentarlo como enemigo, hasta llegar a la
demonización que favorece los conflictos. Las noticias falsas revelan así la
presencia de actitudes intolerantes e hipersensibles al mismo tiempo, con el
único resultado de extender el peligro de la arrogancia y el odio. A esto
conduce, en último análisis, la falsedad.
2- ¿Cómo podemos reconocerlas?
Ninguno de nosotros puede
eximirse de la responsabilidad de hacer frente a estas falsedades. No es tarea
fácil, porque la desinformación se basa frecuentemente en discursos
heterogéneos, intencionadamente evasivos y sutilmente engañosos, y se sirve a
veces de mecanismos refinados.
Por eso son loables las iniciativas educativas que permiten
aprender a leer y valorar el contexto comunicativo, y enseñan a no ser
divulgadores inconscientes de la desinformación, sino activos en su
desvelamiento. Son asimismo encomiables las iniciativas institucionales y
jurídicas encaminadas a concretar normas que se opongan a este fenómeno, así
como las que han puesto en marcha las compañías tecnológicas y de medios de
comunicación, dirigidas a definir nuevos criterios para la verificación de las
identidades personales que se esconden detrás de millones de perfiles
digitales. Pero la prevención y la identificación de los mecanismos de la
desinformación requieren también un discernimiento atento y profundo. En
efecto, se ha de desenmascarar la que se podría definir como la «lógica de la
serpiente», capaz de camuflarse en todas partes y morder.Se trata de la
estrategia utilizada por la «serpiente astuta» de la que habla el Libro del
Génesis, la cual, en los albores de la humanidad, fue la artífice de la primera
fake news (cf. Gn 3,1-15), que llevó a las trágicas consecuencias del pecado, y
que se concretizaron luego en el primer fratricidio (cf. Gn 4) y en otras
innumerables formas de mal contra Dios, el prójimo, la sociedad y la creación.
La estrategia de este hábil «padre de la mentira» (Jn 8,44)
es la mímesis, una insidiosa y peligrosa seducción que se abre camino en el
corazón del hombre con argumentaciones falsas y atrayentes. la narración del
pecado original, el tentador, efectivamente, se acerca a la mujer fingiendo ser
su amigo e interesarse por su bien, y comienza su discurso con una afirmación
verdadera, pero sólo en parte: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de
ningún árbol del jardín?» (Gn 3,1).
En realidad, lo que Dios había dicho a Adán no era que no
comieran de ningún árbol, sino tan solo de un árbol: «Del árbol del
conocimiento del bien y el mal no comerás» (Gn 2,17). La mujer, respondiendo,
se lo explica a la serpiente, pero se deja atraer por su provocación:
«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero
del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis
de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”» (Gn 3,2). Esta respuesta tiene
un sabor legalista y pesimista: habiendo dado credibilidad al falsario y
dejándose seducir por su versión de los hechos, la mujer se deja engañar. Por
eso, enseguida presta atención cuando le asegura: «No, no moriréis» (v. 4).
Luego, la deconstrucción del tentador asume una apariencia creíble: «Dios sabe
que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en
el conocimiento del bien y el mal» (v. 5).
Finalmente, se llega a desacreditar la recomendación
paternal de Dios, que estaba dirigida al bien, para seguir la seductora
incitación del enemigo: «La mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de
comer, atrayente a los ojos y deseable» (v. 6). Este episodio bíblico revela
por tanto un hecho esencial para nuestro razonamiento: ninguna desinformación
es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias
nefastas. Incluso una distorsión de la verdad aparentemente leve puede tener
efectos peligrosos. De lo que se trata, de hecho, es de nuestra codicia. Las
fake news se convierten a menudo en virales, es decir, se difunden de modo
veloz y difícilmente manejable, no a causa de la lógica de compartir que
caracteriza a las redes sociales, sino más bien por la codicia insaciable que
se enciende fácilmente en el ser humano. Las mismas motivaciones económicas y
oportunistas de la desinformación tienen su raíz en la sed de poder, de tener y
de gozar que en último término nos hace víctimas de un engaño mucho más trágico
que el de sus manifestaciones individuales: el del mal que se mueve de falsedad
en falsedad para robarnos la libertad del corazón. He aquí porqué educar en la
verdad significa educar para saber discernir, valorar y ponderar los deseos y
las inclinaciones que se mueven dentro de nosotros, para no encontrarnos
privados del bien «cayendo» en cada tentación.
3- «La verdad os hará libres» (Juan 8,32)
La continua contaminación a
través de un lenguaje engañoso termina por ofuscar la interioridad de la
persona. Dostoyevski escribió algo interesante en este sentido: «Quien se
miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega al punto de no poder
distinguir la verdad, ni dentro de sí mismo ni en torno a sí, y de este modo
comienza a perder el respeto a sí mismo y a los demás. Luego, como ya no estima
a nadie, deja también de amar, y para distraer el tedio que produce la falta de
cariño y ocuparse en algo, se entrega a las pasiones y a los placeres más
bajos; y por culpa de sus vicios, se hace como una bestia. Y todo esto deriva
del continuo mentir a los demás y a sí mismo» (Los hermanos Karamazov, II,2). Entonces,
¿cómo defendernos? El antídoto más eficaz contra el virus de la falsedad es
dejarse purificar por la verdad. En la visión cristiana, la verdad no es sólo
una realidad conceptual que se refiere al juicio sobre las cosas, definiéndolas
como verdaderas o falsas.
La verdad no es solamente el sacar a la luz cosas oscuras,
«desvelar la realidad», como lleva a pensar el antiguo término griego que la
designa, aletheia (de a-lethès, «no escondido»). La verdad tiene que ver con la
vida entera. En la Biblia tiene el significado de apoyo, solidez, confianza,
como da a entender la raíz ‘aman, de la cual procede también el Amén litúrgico.
La verdad es aquello sobre lo que uno se puede apoyar para
no caer. En este sentido relacional, el único verdaderamente fiable y digno de confianza,
sobre el que se puede contar siempre, es decir, «verdadero», es el Dios vivo.
He aquí la afirmación de Jesús: «Yo soy la verdad» (Jn 14,6). El hombre, por
tanto, descubre y redescubre la verdad cuando la experimenta en sí mismo como
fidelidad y fiabilidad de quien lo ama. Sólo esto libera al hombre: «La verdad
os hará libres» (Jn 8,32).
Liberación de la falsedad y búsqueda de la relación: he aquí
los dos ingredientes que no pueden faltar para que nuestras palabras y nuestros
gestos sean verdaderos, auténticos, dignos de confianza. Para discernir la
verdad es preciso distinguir lo que favorece la comunión y promueve el bien, y
lo que, por el contrario, tiende a aislar, dividir y contraponer. La verdad,
por tanto, no se alcanza realmente cuando se impone como algo extrínseco e
impersonal; en cambio, brota de relaciones libres entre las personas, en la
escucha recíproca. Además, nunca se deja de buscar la verdad, porque siempre
está al acecho la falsedad, también cuando se dicen cosas verdaderas. Una
argumentación impecable puede apoyarse sobre hechos innegables, pero si se
utiliza para herir a otro y desacreditarlo a los ojos de los demás, por más que
parezca justa, no contiene en sí la verdad. Por sus frutos podemos distinguir
la verdad de los enunciados: si suscitan polémica, fomentan divisiones,
infunden resignación; o si, por el contrario, llevan a la reflexión consciente
y madura, al diálogo constructivo, a una laboriosidad provechosa.
4- La paz es la verdadera noticia
El mejor antídoto contra las
falsedades no son las estrategias, sino las personas, personas que, libres de
la codicia, están dispuestas a escuchar, y permiten que la verdad emerja a
través de la fatiga de un diálogo sincero; personas que, atraídas por el bien,
se responsabilizan en el uso del lenguaje. Si el camino para evitar la
expansión de la desinformación es la responsabilidad, quien tiene un compromiso
especial es el que por su oficio tiene la responsabilidad de informar, es
decir: el periodista, custodio de las noticias. Este, en el mundo
contemporáneo, no realiza sólo un trabajo, sino una verdadera y propia misión. Tiene
la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las primicias, de
recordar que en el centro de la noticia no está la velocidad en darla y el
impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas. Informar es formar,
es involucrarse en la vida de las personas.
Por eso la verificación de las fuentes y la custodia de la
comunicación son verdaderos y propios procesos de desarrollo del bien que
generan confianza y abren caminos de comunión y de paz. Por lo tanto, deseo
dirigir un llamamiento a promover un periodismo de paz, sin entender con esta
expresión un periodismo «buenista» que niegue la existencia de problemas graves
y asuma tonos empalagosos.
Me refiero, por el contrario, a un periodismo sin
fingimientos, hostil a las falsedades, a eslóganes efectistas y a declaraciones
altisonantes; un periodismo hecho por personas para personas, y que se
comprende como servicio a todos, especialmente a aquellos – y son la mayoría en
el mundo– que no tienen voz; un periodismo que no queme las noticias, sino que
se esfuerce en buscar las causas reales de los conflictos, para favorecer la
comprensión de sus raíces y su superación a través de la puesta en marcha de
procesos virtuosos; un periodismo empeñado en indicar soluciones alternativas a
la escalada del clamor y de la violencia verbal.
Por eso, inspirándonos en una oración franciscana, podríamos
dirigirnos a la Verdad en persona de la siguiente manera:
Señor, haznos instrumentos de tu
paz. Haznos reconocer el mal que se insinúa en una comunicación que no crea
comunión. Haznos capaces de quitar el veneno de nuestros juicios. Ayúdanos a
hablar de los otros como de hermanos y hermanas. Tú eres fiel y digno de
confianza; haz que nuestras palabras sean semillas de bien para el mundo: donde
hay ruido, haz que practiquemos la escucha; donde hay confusión, haz que
inspiremos armonía; donde hay ambigüedad, haz que llevemos claridad; donde hay
exclusión, haz que llevemos el compartir; donde hay sensacionalismo, haz que
usemos la sobriedad; donde hay superficialidad, haz que planteemos
interrogantes verdaderos; donde hay prejuicio, haz que suscitemos confianza; donde
hay agresividad, haz que llevemos respeto; donde hay falsedad, haz que llevemos
verdad. Amén.