El Papa Francisco presidió la Misa de la Solemnidad de la Epifanía del Señor este sábado 6 de enero en la Basílica de San Pedro del Vaticano y animó a seguir la verdadera Estrella que lleva a Jesús y no las estrellas deslumbrantes del éxito, el dinero y los placeres que más que estrellas “son meteoritos que sólo brillan un momento”. “La estrella del Señor no siempre es deslumbrante, pero está siempre presente: te lleva de la mano en la vida, te acompaña. No promete recompensas materiales, pero garantiza la paz y da, como a los Magos, una ‘inmensa alegría’. Nos pide, sin embargo, que caminemos”.
texto completo de la homilía del Papa
Francisco:
Son tres los gestos de los Magos que guían nuestro viaje al encuentro del Señor, que hoy se nos manifiesta como luz y salvación para todos los pueblos. Los Reyes Magos ven la estrella, caminan y ofrecen regalos.
Ver la estrella. Es el punto de partida. Pero podríamos preguntarnos, ¿por qué sólo vieron la estrella los Magos? Tal vez porque eran pocas las personas que alzaron la vista al cielo. Con frecuencia en la vida nos contentamos con mirar al suelo: nos basta la salud, algo de dinero y un poco de diversión.
Son tres los gestos de los Magos que guían nuestro viaje al encuentro del Señor, que hoy se nos manifiesta como luz y salvación para todos los pueblos. Los Reyes Magos ven la estrella, caminan y ofrecen regalos.
Ver la estrella. Es el punto de partida. Pero podríamos preguntarnos, ¿por qué sólo vieron la estrella los Magos? Tal vez porque eran pocas las personas que alzaron la vista al cielo. Con frecuencia en la vida nos contentamos con mirar al suelo: nos basta la salud, algo de dinero y un poco de diversión.
Y me pregunto: ¿Sabemos todavía levantar la
vista al cielo? ¿Sabemos soñar, desear a Dios, esperar su novedad, o nos
dejamos llevar por la vida como una rama seca al viento? Los Reyes Magos no se
conformaron con ir tirando, con vivir al día. Entendieron que, para vivir
realmente, se necesita una meta alta y por eso hay que mirar hacia arriba. Y
podríamos preguntarnos todavía, ¿por qué, de entre los que miraban al cielo,
muchos no siguieron esa estrella, «su estrella» (Mt 2, 2)? Quizás porque no era
una estrella llamativa, que brillaba más que otras. El Evangelio dice que era
una estrella que los Magos vieron «salir» (vv. 2.9). La estrella de Jesús no
ciega, no aturde, sino que invita suavemente. Podemos preguntarnos qué estrella
seguimos en la vida.
Hay estrellas deslumbrantes, que despiertan
emociones fuertes, pero que no orientan en el camino. Esto es lo que sucede con
el éxito, el dinero, la carrera, los honores, los placeres buscados como
finalidad en la vida. Son meteoritos: brillan un momento, pero pronto se
estrellan y su brillo se desvanece. Son estrellas fugaces que, en vez de
orientar, despistan. En cambio, la estrella del Señor no siempre es
deslumbrante, pero está siempre presente: te lleva de la mano en la vida, te
acompaña. No promete recompensas materiales, pero garantiza la paz y da, como a
los Magos, una «inmensa alegría» (Mt 2,10). Nos pide, sin embargo, que
caminemos.
Caminar, la segunda acción de los Magos, es
esencial para encontrar a Jesús. Su estrella, de hecho, requiere la decisión
del camino, el esfuerzo diario de la marcha; pide que nos liberemos del peso
inútil y de la fastuosidad gravosa, que son un estorbo, y que aceptemos los
imprevistos que no aparecen en el mapa de una vida tranquila. Jesús se deja
encontrar por quien lo busca, pero para buscarlo hay que moverse, salir. No
esperar; arriesgar. No quedarse quieto; avanzar. Jesús es exigente: a quien lo
busca, le propone que deje el sillón de las comodidades mundanas y el calor
agradable de sus estufas. Seguir a Jesús no es como un protocolo de cortesía
que hay que respetar, sino un éxodo que hay que vivir. Dios, que liberó a su
pueblo a través de la travesía del éxodo y llamó a nuevos pueblos para que
siguieran su estrella, da la libertad y distribuye la alegría siempre y sólo en
el camino. En otras palabras, para encontrar a Jesús debemos dejar el miedo a
involucrarnos, la satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de no pedir
ya nada a la vida.
Tenemos que arriesgarnos, para encontrarnos
sencillamente con un Niño. Pero vale inmensamente la pena, porque encontrando a
ese Niño, descubriendo su ternura y su amor, nos encontramos a nosotros mismos.
Ponerse en camino no es fácil. El Evangelio
nos lo enseña a través de diversos personajes. Está Herodes, turbado por el
temor de que el nacimiento de un rey amenace su poder. Por eso organiza
reuniones y envía a otros a que se informen; pero él no se mueve, está
encerrado en su palacio. Incluso «toda Jerusalén» (v. 3) tiene miedo: miedo a
la novedad de Dios. Prefiere que todo permanezca como antes y nadie tiene el
valor de ir. La tentación de los sacerdotes y de los escribas es más sutil.
Ellos conocen el lugar exacto y se lo indican a Herodes, citando también la
antigua profecía. Lo saben, pero no dan un paso hacia Belén. Puede ser la
tentación de los que creen desde hace mucho tiempo: se discute de la fe, como
de algo que ya se sabe, pero no se arriesga personalmente por el Señor. Se
habla, pero no se reza; hay queja, pero no se hace el bien. Los Magos, sin
embargo, hablan poco y caminan mucho. Aunque desconocen las verdades de la fe,
están ansiosos y en camino, como lo demuestran los verbos del Evangelio:
«Venimos a adorarlo» (v. 2), «se pusieron en camino; entrando, cayeron de
rodillas; volvieron» (cf. vv. 9.11.12): siempre en movimiento.
Ofrecer. Cuando los Magos llegan al lugar
donde está Jesús, después del largo viaje, hacen como él: dan. Jesús está allí
para ofrecer la vida, ellos ofrecen sus valiosos bienes: oro, incienso y mirra.
El Evangelio se realiza cuando el camino de la vida llega al don. Dar
gratuitamente, por el Señor, sin esperar nada a cambio: esta es la señal segura
de que se ha encontrado a Jesús, que dice: «Gratis habéis recibido, dad gratis»
(Mt 10,8).
Hacer el bien sin cálculos, incluso cuando
nadie nos lo pide, incluso cuando no ganamos nada con ello, incluso cuando no
nos gusta. Dios quiere esto. Él, que se ha hecho pequeño por nosotros, nos pide
que ofrezcamos algo para sus hermanos más pequeños. ¿Quiénes son? Son
precisamente aquellos que no tienen nada para dar a cambio, como el necesitado,
el que pasa hambre, el forastero, el que está en la cárcel, el pobre (cf. Mt
25,31-46). Ofrecer un don grato a Jesús es cuidar a un enfermo, dedicarle
tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos resulta interesante,
ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son dones gratuitos, no pueden
faltar en la vida cristiana. De lo contrario, nos recuerda Jesús, si amamos a
los que nos aman, hacemos como los paganos (cf. Mt 5,46-47). Miremos nuestras
manos, a menudo vacías de amor, y tratemos de pensar hoy en un don gratuito,
sin nada a cambio, que podamos ofrecer. Será agradable al Señor. Y pidámosle a
él: «Señor, haz que descubra de nuevo la alegría de dar».
Fuente: Aciprensa.
Fuente: Aciprensa.