VISITA APOSTÓLICA DEL PAPA FRANCISCO A CHILE
Discurso en la catedral de Santiago de Chile, con los Obispos.
“sean pastores, no sean dispersos para no dejarlos a merced de
cualquier lobo; y a luchar con perseverancia contra la tentación del
clericalismo.
16 de enero 2018. A las 4.40 pm
Queridos hermanos:
Agradezco las
palabras que el Presidente de la Conferencia Episcopal me dirigió en nombre de
todos ustedes. En primer lugar, quiero saludar a Monseñor Bernardino Piñera
Carvallo, que este año va a cumplir 60 años de obispo (es el obispo más anciano
del mundo, tanto en edad como en años de episcopado), y que ha vivido las
cuatro sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente. Muchas
gracias.
Dentro de poco, se cumplirá un año de la
visita ad limina,
ahora me toca a mí venir a visitarlos y me alegra que este encuentro sea después de haber estado con el «mundo consagrado», ya que una de nuestras principales tareas consiste precisamente en estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros. Si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo. Hermanos, ¡la paternidad del obispo con sus sacerdotes, con su presbiterio! Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de autoridad. Es un don a pedir. Estén cerca de sus curas al estilo de San José. Una paternidad que ayuda a crecer y a desarrollar los carismas que el Espíritu ha querido derramar en sus respectivos presbiterios.
ahora me toca a mí venir a visitarlos y me alegra que este encuentro sea después de haber estado con el «mundo consagrado», ya que una de nuestras principales tareas consiste precisamente en estar cerca de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros. Si el pastor anda disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de cualquier lobo. Hermanos, ¡la paternidad del obispo con sus sacerdotes, con su presbiterio! Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de autoridad. Es un don a pedir. Estén cerca de sus curas al estilo de San José. Una paternidad que ayuda a crecer y a desarrollar los carismas que el Espíritu ha querido derramar en sus respectivos presbiterios.
Sé que habíamos quedado que iba a hacer
poco tiempo pero ya con lo que hablamos en las dos sesiones largas de la visita
Ad limina habíamos tocado muchos temas, por eso en este «saludo», me gustaría
retomar algunos puntos del encuentro que tuvimos en Roma y lo podría resumir en
la siguiente frase: la conciencia de ser pueblo. Ser pueblo de Dios.
Uno de los problemas que enfrentan nuestras
sociedades hoy en día es el sentimiento de orfandad, es decir, que no
pertenecen a nadie. Este sentir «postmoderno» se puede colar en nosotros y en
nuestro clero; entonces empezamos a creer que no pertenecemos a nadie, nos
olvidamos de que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no
es ni será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos.
No podremos sostener nuestra vida, nuestra
vocación o ministerio sin esta conciencia de ser Pueblo. Olvidarnos de esto
—como expresé a la Comisión para América Latina— «acarrea varios riesgos y/o
deformaciones en nuestra propia vivencia personal y comunitaria del ministerio
que la Iglesia nos ha confiado».[1] La falta de conciencia de pertenecer al
Pueblo fiel de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una
de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos
llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación
recibida.
La falta de conciencia de que la misión es
de toda la Iglesia y no del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es
peor, coarta todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en
medio nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros
empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que les decimos. «El
clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco
va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar
en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y
la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo fiel de Dios (cf.
Lumen gentium, 9-14) y no solo a unos pocos elegidos e iluminados».[2]
Velemos, por favor, contra esta tentación,
especialmente en los seminarios y en todo el proceso formativo. Yo les confieso
a mí me preocupa la formación de los seminaristas. Sean pastores al servicio
del pueblo de Dios, como tiene que ser un pastor: con la doctrina, con la
disciplina, con los sacramentos, con la cercanía, con las obras de caridad,
pero que tengan esa conciencia de pueblo. Los seminarios deben poner el énfasis
en que los futuros sacerdotes sean capaces de servir al santo Pueblo fiel de
Dios, reconociendo la diversidad de culturas y renunciando a la tentación de
cualquier forma de clericalismo. El sacerdote es ministro de Jesucristo:
protagonista que se hace presente en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdotes del
mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un
mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir
cómo prepararlos para desarrollar su misión en ese escenario concreto y no en
nuestros «mundos o estados ideales».
Una misión que se da en unidad fraternal
con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y estimulando al laicado en
un clima de discernimiento y sinodalidad, dos características esenciales en el
sacerdote del mañana. No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en
nuestros esquemas pero que no tocan la vida de nadie.
Y aquí, pedir, pedir al Espíritu Santo el don de soñar, por favor no dejen de soñar, y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización de Chile más que para una autopreservación eclesiástica. No le tengamos miedo a despojarnos de lo que nos aparte del mensaje misionero. Hermanos, era esto lo que les decía decir, como resumen un poco de lo principal que hablamos en la visita ad limina. Encomendémonos a la protección maternal de María, Madre de Chile. Recemos juntos por nuestros presbiterios, por nuestros consagrados; recemos por el santo Pueblo fiel de Dios del cual somos parte. Muchas gracias. ¡Gracias por acogerme en Chile!
Fuente. Aciprensa.