Jesucristo es Rey al modo
de Dios y no al de los hombres. Entre los hombres, el rey está de lado de los
grandes y poderosos del mundo. En cambio, según la mente de Dios, el Rey tiene
la misión de hacer justicia al pobre y al desvalido, su oficio propio es la
misericordia. Su gran objetivo es reinar sobre un solo rebaño, un solo pastor:
“unum ovile et unus pastor”. (Juan 10,16). El título Real del Señor, indica
propiamente su misión, encarna la realidad del Hijo de Dios. Es un rey que
viene a salvar y no a condenar; un rey que propone la paz y no la guerra; un
rey lento a la ira, rico en piedad y misericordia (salmo 103). Él es el rey
según el parecer de los judíos, es el rey del mundo: “ Iesus nazarenus, rex
iudaeorum”. Ahora, esta misión no la
pueden cumplir a cabalidad muchos reyes y gobernantes, porque ellos no han
tenido la experiencia, del sufrimiento humano; ni han sido víctimas de la
injusticia de los poderosos; no han sido desplazados de su tierra; no han
perdido sus derechos; no han sido lastimados en su dignidad; no han sufrido la
humillación de la discriminación. Todos los que creemos en Cristo Jesús debemos
reconocer que él es el único, el mediador entre Dios y nosotros, de Él es el
poder, el honor, la gloria, la alabanza. Es el rey y el dueño de todo, el
gobernante por excelencia; así lo dijo el gran rey David (cf. 1 Crónicas 29,
11-12). El santo padre Francisco, cree que la realeza de Cristo está ligada
íntimamente a su ser misericordioso: “La salvación comienza con la imitación de
sus obras de misericordia. Quien las realiza demuestra haber acogido la realeza
de Jesús, porque hizo espacio en su corazón a la caridad de Dios”. Solo el Rey sabe, por qué separa las ovejas
de las cabras, a su derecha y a su izquierda.