10 de diciembre 2019. ¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?
El Papa Francisco responde: En el
Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida».
La primera verdad a la que adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es
Kýrios, Señor. Ello significa que Él es verdaderamente Dios como lo son el Padre
y el Hijo, objeto, por parte nuestra, del mismo acto de adoración y de
glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo.
De hecho, el Espíritu Santo es la
tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado
que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como el Hijo enviado
por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios. (Catequesis 8
de mayo 2013).
NOTA: He
organizado una serie de apuntes intereses sobre el tema fundamental de la
historia de la Salvación: “El Espíritu Santo”.
Los publico para que nos puedan servir en la profundización de este
interesante tema. Padre, Jairo Yate
Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.
El Espíritu
viene mandado en virtud de la redención obrada por Cristo: «Cuando me vaya os
lo enviaré. Más aún, «según el designio divino, la «partida» de Cristo es
condición indispensable del «envió» y de la venida del Espíritu Santo, indican
que entonces comienza la nueva comunicación salvífica por el Espíritu Santo»
(Catequesis san Juan Pablo II, 26 de mayo 1989. Numeral 4).
JESUCRISTO PRESENTA AL ESPÍRITU SANTO °°°°
Jesús,
hablando del Espíritu Santo, dice a los Apóstoles: «Vosotros le conocéis,
porque mora con vosotros y en vosotros está» (Juan 14, 17). «Él os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14, 26); «Dará testimonio
de mí» (Juan 15, 26); «Os guiará a la verdad completa», «Os anunciará lo que ha
de venir» (Juan 16, 13); Él «dará gloria» a Cristo (Juan 16, 14), y «convencerá
al mundo en lo referente al pecado» (Juan 16, 8). El Apóstol Pablo, por su
parte, afirma que el Espíritu «clama» en nuestros corazones (Gálatas 4, 6),
«distribuye» sus dones «a cada uno en particular según su voluntad» (1 Corintios
12, 1 l), «intercede por los fieles» (cf. Romanos 8,27). (Catequesis san Juan
Pablo II, 26 de mayo 1989. Numeral 5).
¿QUÉ NOS DICE EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, SOBRE
EL SER DEL ESPÍRITU SANTO?
El Espíritu Santo es la Unción de
Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros
para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas,
vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a
su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia,
Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo.
(Numeral 739)
El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no
sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables" (Romanos 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las
obras de Dios, es el Maestro de la oración. (Numeral 741)
Desde el comienzo y hasta de la
consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su
Espíritu: la misión de ambos es conjunta
e inseparable. (Numeral 743).
El Hijo de Dios es consagrado
Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cf.
Sal 2, 6-7). (Numeral 745).
SOCIALICEMOS
¿Cuáles
ideas nos llaman la atención?
Ø
El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima
Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y nuestro
corazón a la fe en Jesús.
Ø
El Espíritu Santo nos recuerda todo y nos lo
enseña todo.
Ø
El Espíritu Santo anuncia el que ha de venir,
que es Jesucristo.
Ø
El Espíritu Santo nos fortalece en los momentos
de debilidad.
Ø
El nombre propio del Espíritu Santo en su
primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la
imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del
que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Juan 3, 5-8)
PREGUNTÉMONOS
Ø
Confías en el Espíritu Santo?
Ø
Te dejas guiar por el Espíritu Santo?
Ø
Acudes al Espíritu Santo, en la misión que te
encomiendan?
Ø
Oras al Espíritu Santo, para que te indique lo
que debes hacer?
¿CUÁLES SON LOS SÍMBOLOS
DEL ESPÍRITU SANTO?
CATEQUESIS NÚMERO DOS
Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu
Santo, le llama el "Paráclito",
(Juan 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce
habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador
(cf. 1 Juan 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de
Verdad" (Juan 16, 13).
Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de
los Hechos y en las cartas de los Apóstoles, en San Pablo se encuentran los
siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Gálatas 3, 14), el Espíritu
de adopción (Romanos 8, 15; Gálatas 4, 6), el Espíritu de Cristo (Romanos 8,
11), el Espíritu del Señor (2 Corintios 3, 17), el Espíritu de Dios (Romanos 8,
9.14; 15, 19;) y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 Pedro 4, 14).
(Numerales 692 y 693).
EL AGUA. El
simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo
que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua
bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da
en el Espíritu Santo. (cf. Juan 19,34). (Numeral 649)
LA UNCIÓN. La
unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto
de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Juan 2, 20. 27; 2 Corintios 1,
21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación,
llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para
captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera
realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo, significa
"Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo
"ungidos" del Señor (cf. Éxodo 30, 22-32), de forma eminente el rey
David (cf. 1 Samuel 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera
única. (Numeral 695).
EL FUEGO. Simboliza
la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que
"surgió [...] como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha"
(Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del
monte Carmelo (cf. 1 Reyes 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que
transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu
y el poder de Elías" (Lucas 1, 17), anuncia a Cristo como el que
"bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lucas 3, 16). (Numeral 696)
LA NUBE Y
LA LUZ. Estas figuras son cumplidas por
Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la
cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lucas
1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube
y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y
Juan, y «se oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi Hijo, mi
Elegido, escuchadle"» (Lucas 9, 34-35). (Numeral 697).
EL SELLO. Es
un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha
marcado con su sello" (Juan 6, 27) y el Padre nos marca también en él con
su sello (2 Corintios 1, 22; Efesios 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello
indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos
del Bautismo, de la Confirmación y del Orden. (Numeral 698).
LA MANO. Imponiendo
las manos Jesús cura a los enfermos (cf. Marcos 6, 5; 8, 23) y bendice a los
niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Marcos
16, 18; Hechos 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los
Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hechos 8, 17-19; 13, 3; 19, 6).
(Numeral 699).
EL DEDO. "Por
el dedo de Dios expulso Jesús los demonios" (Lucas 11, 20). Si la Ley de
Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Éxodo
31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Corintios 3, 3).
(Numeral 700).
LA PALOMA. La
paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de
que la tierra es habitable de nuevo (cf. Génesis 8, 8-12). Cuando Cristo sale
del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa
sobre él (cf. Mateo 3, 16). El Espíritu desciende y reposa en el corazón
purificado de los bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva eucarística
se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma.
SOCIALICEMOS
¿Cuáles
ideas nos llaman la atención?
El Espíritu Santo es: el Espíritu de la promesa; el Espíritu
de adopción; el Espíritu de Cristo; el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios
y el Espíritu de gloria.
El simbolismo
del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo.
La unción con el óleo es también significativo del Espíritu
Santo.
Mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu
Santo nos es dado.
EL PAPA FRANCISCO
ENSEÑA EN SU CATEQUESIS
El “agua
viva”, el Espíritu Santo, Don del Resucitado que toma morada en nosotros, nos
purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes
de la vida misma de Dios que es Amor. Por esto, el Apóstol Pablo afirma que la
vida del cristiano está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son «amor,
alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y
temperancia» (Gálatas 5,22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida
divina como “hijos en el Hijo Unigénito”.
¿Cuál
enseñanza encontraste en el texto del Papa Francisco?
LOS DONES DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO TRES.
Los dones son profetizados en el
tiempo de Isaías: "Un brote saldrá del tronco de Jesé, un vástago surgirá
de sus raíces." "Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de conocimiento
y de temor del Señor. En el temor del Señor se inspirará; no juzgará por lo que
sus ojos vean, ni fallará por lo que oigan sus oídos; juzgará con justicia a
los débiles, y con rectitud a los pobres del país; al tirano herirá con la vara
de su boca, matará al criminal con el soplo de sus labios. La justicia será el
ceñidor de su cintura; la lealtad, el cinturón de sus caderas." (Isaías
11, 1-5).
El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda:
La vida moral
de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre
dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu
Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor
de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf. Isaías 11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a
los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
(Numeral 1830).
Los dones son
infundidos por Dios. El alma no podría adquirir los dones por sus
propias fuerzas ya que transcienden infinitamente todo el orden puramente
natural. Los dones los poseen en algún grado todas las almas en gracia. Es
incompatible con el pecado mortal.
EL APÓSTOL SAN
PABLO INDICA LA FUNCIONALIDAD DE LOS DONES
"Hay diversidad de dones
espirituales, pero el Espíritu es el mismo" "diversidad de funciones,
pero el mismo Señor;" "diversidad de actividades, pero el mismo Dios,
que lo hace todo en todos. A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para
el bien común. Así, el Espíritu a uno le concede hablar con
sabiduría; a otro, por el mismo Espíritu, hablar con conocimiento profundo; el
mismo Espíritu a uno le concede el don de la fe; a otro el poder de curar a los
enfermos; a otro el don de hacer milagros; a otro el decir profecías; a otro el
saber distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero; a otro
hablar lenguas extrañas, y a otros saber interpretarlas. Todo esto lo lleva a
cabo el único y mismo Espíritu, repartiendo a cada uno sus dones como
quiere." (1 Corintios 12, 4-12).
PENSEMOS EN EL DON DE LA SABIDURÍA
El primero
y mayor de los siete dones. Es la capacidad de pensar y de juzgar según la
medida de Dios.
La Sagrada
Escritura elogia la sabiduría: “La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación,
tuve en nada la riqueza.” (Sabiduría 7, 7-8).
Por la sabiduría juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas por
sus últimas y altísimas causas bajo el instinto especial del E.S., que nos las
hace saborear por cierta con- naturalidad y simpatía. Es inseparable de la
caridad.
El Papa San
Juan Pablo II enseñaba: “La sabiduría
"es la luz que se recibe de lo alto: es una participación especial en ese
conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios... Esta sabiduría
superior es la raíz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnado por la
caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por así decirlo, con
las cosas divinas y prueba gusto en ellas. ... "Un cierto sabor de
Dios" (Santo Tomás), por lo que el
verdadero sabio no es simplemente el que sabe las cosas de Dios, sino el que
las experimenta y las vive”
Además, el conocimiento
sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la
medida de Dios, a la luz de Dios.
Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las
realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores
auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios. (Catequesis
9 abril 1989).
El Papa Francisco, explica el don de la Sabiduría: “El primer don
del Espíritu Santo, según esta lista tradicional, es por tanto la sabiduría.
Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana. ¡No! Esta sabiduría
humana es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se relata
que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido
el don de la sabiduría. Entonces la
sabiduría es exactamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos
de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las
coyunturas, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. A
veces vemos las cosas según nuestro gusto, según la situación de nuestro
corazón, con amor o con odio, con envidia... ¡Eh, no! Esto no es el ojo de
Dios.
La sabiduría es lo que el
Espíritu Santo hace en nosotros para que veamos todas las cosas con los ojos de
Dios. Y este es el don de la sabiduría. Y obviamente, este don surge de la
intimidad con Dios, de la relación íntima que tenemos con Dios, de la relación
de los hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación,
nos concede el don de la sabiduría. Y cuando estamos en comunión con el Señor,
el Espíritu Santo es como si transfigurase nuestro corazón y le hiciese
percibir todo su calor y su predilección.
Entonces, el Espíritu Santo convierte al cristiano en una persona sabia. Pero
esto, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que sabe
todo. Una persona sabia no tiene esto, en el sentido de Dios, si no sabe cómo
actúa Dios. Conoce cuando una cosa es de Dios y cuando no es de Dios. Tiene
esta sabiduría que Dios da a nuestros corazones.
SOCIALICEMOS
¿Cuáles
ideas nos llamaron la atención?
La vida moral
de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo.
Ø
Estos son disposiciones permanentes que hacen al
hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
Ø
Los dones son infundidos por Dios. El alma no
podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden
infinitamente todo el orden puramente natural.
Ø
Los dones los poseen en algún grado todas las
almas en gracia. Es incompatible con el pecado mortal.
Ø
La sabiduría "es la luz que se recibe de lo
alto: es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que
es propio de Dios... Esta sabiduría superior es la raíz de un conocimiento
nuevo.
PIENSA EN LAS SIGUIENTES PREGUNTAS °°°
Ø
¿Alguna vez has pedido el don de la sabiduría?
Ø
¿Acudes a la sabiduría de Dios para solucionar
tus dificultades?
Ø
Analiza las siguientes citas bíblicas y expone
tus conclusiones: El principio de la sabiduría es el temor al Señor; Los necios
desprecian la sabiduría y la enseñanza. Proverbios 1:7. No te creas muy sabio; obedece a Dios y
aléjate del mal; Proverbios 3:7. Si amas a la sabiduría y nunca la abandonas,
ella te cuidará y te protegerá. Lo que realmente importa es que cada día seas
más sabio y que aumentes tus conocimientos, aunque tengas que vender todo lo
que poseas. Proverbios 4:6-7. El hijo sabio sigue el consejo de su padre; el
burlón no hace caso de las reprensiones. Proverbios 13:1. El que es sabio y
astuto sabe por dónde va; a los necios los engaña su propia necedad. Proverbios
4:8
EL DON DEL ENTENDIMIENTO
ES UN DON DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO CUATRO
¿EN QUÉ
CONSISTE ESTE DON?
Es
una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar
las verdades reveladas.
EL
PAPA FRANCISCO NOS ILUSTRA
Es
una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el
cristiano la
capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de
Dios y de su diseño de salvación.
El apóstol
Pablo, dirigiéndose a
la comunidad de Corinto, describe
bien los efectos de este don. ¿Qué hace este don del intelecto en nosotros? Y
Pablo dice esto: “Lo que el ojo no vio ni el oído oyó, ni entraron en el
corazón del hombre, Dios las ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros
Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu” (1 Corintios 2, 9-10). Esto,
obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un
conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la espera de
manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y seamos
verdaderamente una cosa sola con Él.
(Catequesis 30 de abril 2014).
Continúa el Papa Francisco explicando °°°°°°
El don del intelecto está
estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro
corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión
de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus
discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que yo
os he enseñado”.
Hay un
episodio en el evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la
fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz y a la sepultura de
Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos, se van de Jerusalén y
regresan a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en camino, Jesús
resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son
capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan
tristes y tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que
comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus mentes se
abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lucas 24,13-27).
El Papa San Juan Pablo II. Nos hace
comprender °°°°
Mediante este don el Espíritu Santo,
que "escruta las profundidades de Dios" (1 Corintios 2,10), comunica
al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la
gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la
experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al
Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro
corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las
Escrituras?" (Lucas 24:32)
Esta
inteligencia sobrenatural se da no sólo a cada uno, sino también a la
comunidad: a los Pastores que, como sucesores de los Apóstoles, son herederos
de la promesa específica que Cristo les hizo
(cf. Juan 14:26; 16:13) y a los fieles que, gracias a la
"unción" del Espíritu (cf. 1 Juan 2:20 y 27) poseen un especial
"sentido de la fe" (sensus fidei) que les guía en las opciones
concretas. (Catequesis 16 de mayo 1989).
EL APÓSTOL SAN PABLO INDICA EL OBJETIVO DEL
ENTENDIMIENTO °°°°
San Pablo pide con frecuencia este
don del Espíritu Santo para los fieles que él, también con el auxilio del mismo
Espíritu, ha evangelizado y convertido: «no dejamos nosotros de rogar por
vosotros y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de Su voluntad, con toda
sabiduría y entendimiento espiritual, para que viváis de una manera digna del
Señor, agradándole en todo» (Colosenses 1, 9-10).
SANTO TOMÁS DE AQUINO DEFINE EL DON DEL
ENTENDIMIENTO
El don de entendimiento reside,
pues, en la mente del creyente, en el entendimiento especulativo,
concretamente, y perfecciona el ejercicio de la fe, que ya no se ve sujeta al
modo humano del discurso racional, sino que lo transciende, viniendo a conocer
las verdades reveladas al modo divino, en una intuición sencilla, rápida y
luminosa.
SOCIALICEMOS
¿Qué
ideas nos llaman la atención?
Ø
El don del entendimiento °°° Es una gracia del
Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades
reveladas.
Ø
El don del intelecto está estrechamente
conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e
ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que
el Señor nos ha dicho y ha realizado.
Ø
Esta inteligencia sobrenatural se da no sólo a
cada uno, sino también a la comunidad.
Para recibir el don de entendimiento lo más importantes es,
por supuesto, la oración de petición. Pero a recibirlo debemos también
disponernos activamente por los siguientes medios principales: (Lo explica:
José María Iraburu. Fuente: Fundación gratis date.
1.
Estudio de la Doctrina divina. Trabajar por
adquirir una buena formación doctrinal y espiritual, conforme a nuestra
vocación y según nuestras posibilidades
2.
Perfecta ortodoxia. Alimentarse, como Teresita,
de «pura harina», Escritura, Liturgia, Magisterio apostólico, y escritos
siempre conformes a la Biblia y la Tradición. ¿Cómo el Espíritu de Verdad
concederá la iluminación sobrehumana de sus dones a quienes le desprecian
normalmente en las fuentes ordinarias por las que irradia esa luz divina?
«Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios» (Efesios 4,30)
3.
Fidelidad a la voluntad de Dios. «Las cosas de
Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios» (1Corintios 2,11), y el que
cumple la voluntad de Dios, ése «se hace un solo espíritu con Él» (1Corintios
6,17).
Realiza el siguiente trabajo en grupo
Lee y
reflexiona el siguiente texto bíblico: Lucas 24, 13-27.
Responde: Por qué se les abrió el entendimiento a los
discípulos de Emaús? ¿Para qué?
EL DON DEL CONSEJO
ES UN DON DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO CINCO
Ilumina
la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, sugiriéndole lo que
es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.
“El
don del consejo perfecciona a la virtud
de la prudencia. Por la prudencia discurrimos e investigamos cuidadosamente
los medios más a propósito para alcanzar el fin inmediato a la luz del fin
último. Con el don de consejo el Espíritu Santo nos habla al corazón, y nos da
a entender de modo directo lo que debemos hacer.
Así cuando
llegó a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén la noticia de la
conversión de muchos griegos en Antioquía, enviaron allí a Bernabé,
"hombre lleno de fe y del Espíritu Santo", para ver qué ocurre. Él
por su parte toma la feliz decisión de ir a Tarso para buscar la ayuda de
Saulo, y así da inicio al ministerio apostólico de Pablo (Hechos. 1, 22-26). Sin duda, fue una decisión iluminada por el
Espíritu Santo. Y cuando finalmente la Iglesia afronta la cuestión de la
observación o no de la ley mosaica, la conclusión reza: "nos ha parecido a
nosotros y al Espíritu Santo".
El Papa San Juan Pablo II
Nos
dice que el don del consejo ilumina la conciencia en las situaciones que la
vida nos impone. °°°°
En
este empeño de recuperación moral la Iglesia debe estar y está en primera
línea: de aquí la invocación que brota del corazón de sus miembros -de todos
nosotros para obtener ante todo la ayuda de una luz de lo Alto. El Espíritu de
Dios sale al encuentro de esta súplica mediante el don de consejo, con el cual enriquece y perfecciona la
virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo
que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por
ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de un camino que recorrer entre
dificultades y obstáculos. Y en realidad la experiencia confirma que «los
pensamientos de los mortales son tímidos e inseguras nuestras ideas», como dice
el Libro de la Sabiduría (9, 14).
El don de
consejo actúa como un soplo nuevo en la
conciencia, sugiriéndole lo que es lícito, lo que corresponde, lo que
conviene más al alma (cfr San Buenaventura, Collationes de septem don is
Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el «ojo sano»
del que habla el Evangelio (Mateo 6, 22), y adquiere una especie de nueva
pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor que hay que hacer en una
determinada circunstancia, aunque sea la más intrincada y difícil. El
cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores
evangélicos, en especial de los que manifiesta el sermón de la montaña
(cf. Mateo 5-7). (Catequesis el 7 de mayo 1989).
El
Papa Francisco
Define
el don del consejo: es Dios mismo con su Espíritu que ilumina nuestro corazón,
de manera que podamos entender el modo justo de hablar, de comportarnos y el
camino que debemos seguir.
Pero, ¿cómo
actúa este don en nosotros? En el momento en que lo recibimos y hospedamos en
nuestro corazón, el Espíritu Santo
comienza enseguida a volver sensible su voz, a orientar nuestros pensamientos,
nuestros sentimientos y nuestras intenciones, de acuerdo con el corazón de
Dios. Y al mismo tiempo nos lleva siempre más a poner nuestra mirada interior
en Jesús como el modelo de nuestro modo de actuar y relacionarse con Dios Padre
y con los hermanos.
El consejo es entonces el don con
el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a
nuestra conciencia de tomar una decisión concreta en comunión con Dios, según
la lógica de Jesús y de su evangelio. De este modo el Espíritu crece
interiormente, positivamente, en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en el yugo
del egoísmo y en el modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y
también a vivir en comunidad.
La condición esencial para conservar este don es la oración. Pero
siempre volvemos a lo mismo: la oración.
El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón, nos habla
sí, pero no solamente allí, pero nos habla también a través del consejo y
testimonio de los hermanos. (Catequesis el 7 de mayo 2014).
SOCIALICEMOS
Ø
Cuando debes tomar una decisión en tu vida,
¿pides al Espíritu Santo, el Consejo necesario?
Ø
¿Tomas en serio los consejos que te dan las
personas con experiencia?
Ø
Cuando te dan consejos, ¿los cumples?; o te
quedas con lo que estabas pensando.
MEDITA LOS SIGUIENTES
TEXTOS BÍBLICOS:
Como la
tierra dista del cielo, así se ve excedida la prudencia del hombre por la
sublimidad de los consejos de Dios, «cuya inteligencia es inescrutable» (Isaías
40,28)
Todo el
misterio de redención que Él va desplegando por su palabra, por sus actos, y
especialmente por su Cruz, son para judíos y gentiles un verdadero absurdo; y
únicamente son fuerza y sabiduría de Dios para «los llamados» (1Corintios 1, 23-24).
Sí, realmente «eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios» (1
Corintios 1,27).
Porque
¿quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿quién fue su consejero?» (Romanos
11,31-32); « ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle?» (1Corintios
2,16)... Y por tanto, « ¿Quién eres tú para pedir cuentas a Dios?» (Romanos
9,20).
«El buen
juicio es fuente de vida para el que lo posee, pero la necedad es el castigo de
los necios» (Proverbios 16, 22; 8,12; 19,8). «El que se extravía del camino de
la prudencia habitará en la Asamblea de las Sombras» (Proverbios 21,16).
«No hay
sabiduría, ni inteligencia, ni consejo [humanos que valgan] delante del Señor»
(Proverbios 21,30). «Suyo es el consejo, suya la prudencia» (Job 12,13).
El buen
consejo ha de ser buscado en la Palabra divina: «lámpara es tu Palabra para mis
pasos, luz en mi sendero» (Sal 118,105); y también en el discernimiento de los
varones prudentes. El Señor, por ejemplo, quiso mostrar su designio a Pablo por
medio de Ananías (Hechos 9,1-6).
EL DON DE LA FORTALEZA
ES UN DON DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO SEIS
El padre, José
María Iraburu, define: “El don de
fortaleza es un espíritu divino, un
hábito sobrenatural que fortalece al cristiano para que, por obra del
Espíritu Santo, pueda ejercitar sus virtudes heroicamente y logre así superar
con invencible confianza todas las adversidades de este tiempo de prueba y de
lucha, que es su vida en la tierra.
Cuando el Espíritu
Santo activa en los fieles el don, el espíritu de la fortaleza, se ven éstos asistidos por la fuerza misma del
Omnipotente, y superan con facilidad y seguridad toda clase de pruebas, se an internas o
externas.
Toda «la vida del hombre sobre la tierra es
un combate» (Job 7,1): lucha contra sí mismo -la propia malicia y debilidad
del hombre carnal-, lucha contra el mundo, lucha contra el demonio. Es un
combate continuo, incesante, agotador, en el que ciertos desfallecimientos
inoportunos, en determinados momentos cruciales, pueden causar enormes daños en
la persona que los sufren y en los demás.
El Papa san
Juan Pablo II.
Piensa
en el don de la fortaleza diciendo: “Fuerza sobrenatural que sostiene la virtud
moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere
de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las
instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la
timidez y la agresividad.”
La virtud
de la Fortaleza °°° es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral:
la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el
cumplimiento del propio deber.
La virtud
moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homónimo don del
Espíritu Santo. El don de la fortaleza
es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos
dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de
dificultad: en la lucha por permanecer
coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques
injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y
hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. (Catequesis 14 de
mayo 1989).
El Papa
Francisco reflexiona en torno a la parábola del sembrador °°°
Con el don de la fortaleza en cambio, el Espíritu Santo
libera el terreno de nuestro corazón, lo
libera del topor, de las incertezas y de todos los temores que pueden frenarlo,
de manera que la palabra del Señor sea puesta en práctica de una manera
auténtica y gozosa. Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da
fuerza y nos libera de tantos impedimentos.
La Iglesia resplandece con el
testimonio de tantos hermanos y hermanas que no dudaron en dar su propia vida
para ser fieles al Señor y a su evangelio. También hoy no faltan cristianos que
en tantos lugares del mundo siguen celebrando y dando testimonio de su fe, con
profunda convicción y serenidad, y resisten también a pesar de que saben les
puede comportar un precio más alto.
No pensemos
que el don de la fortaleza sea necesario solamente en algunas ocasiones o
situaciones particulares. Este don tiene
que constituir el cuadro de fondo de nuestro ser cristiano, en nuestra vida
ordinaria cotidiana. Todos los días de nuestra vida cotidiana tenemos que ser
fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra
familia y nuestra fe. Pablo, el apóstol,
dijo una frase que nos hará bien escucharla: “Puedo todo en Aquel que me da la
fuerza”. (Filipenses 4, 13). (Catequesis
14 de mayo 2014).
SOCIALICEMOS
MEDITA EN
TORNO A LAS SIGUIENTES AFIRMACIONES BÍBLICAS
Ø
El espíritu sobrehumano de fortaleza se
manifiesta en Cristo sobre todo en el momento de la Pasión, cuando mantiene el
sí incondicional de su obediencia al Padre aun sintiendo «pavor, angustia»,
«tristeza de muerte», y aun llegando a «sudar sangre» del horror sentido (Mateo
26,38; Marcos 14,33; Lucas 22,44). A tanto llegó el abismo del espanto, que «un
ángel del cielo se le apareció para fortalecerlo» (Lucas 22,43). ¡El Verbo
eterno encarnado, el Primogénito de toda criatura, fortalecido por el Espíritu
divino mediante una criatura!...
Ø
Amar a Jesús crucificado, y querer tomar parte
en su Cruz, para completar «lo que falta a la pasión de Cristo por su cuerpo,
que es la Iglesia» (Colosenses 1,24).
Ø
No temas, porque yo estoy contigo; no te
angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con
mi diestra victoriosa. (Isaías 41, 10)
Ø
Pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues
mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más
bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de
Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones,
persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil,
entonces soy fuerte. (2 Corintios 12,
9-10).
EL DON DE LA CIENCIA
ES UN DON DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO SIETE
¿En qué consiste el don de la ciencia?: Nos da a conocer el
verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador.
SANTO
TOMÁS LO DEFINE: El don de ciencia es un hábito sobrenatural, infundido por
Dios con la gracia santificante en el entendimiento del hombre, para que por
obra del Espíritu Santo, juzgue rectamente,
con lucidez sobrehumana, acerca de todas las cosas creadas, refiriéndolas
siempre a su fin sobrenatural.
El Padre,
José María Iraburu explica que: “Si el Espíritu Santo por el don de ciencia
produce una lucidez sobrehumana para ver las cosas del mundo según Dios, es
indudable que en Jesucristo se da en forma perfecta.
Jesús conoce a los hombres, a todos, a cada uno, en lo más secreto de sus
almas (Juan 1,47; Lucas 5,21-22; 7,39s): «los conocía a todos, y no necesitaba
informes de nadie, pues él conocía al hombre por dentro» (Juan 2,24-25).
Incluso, inmerso en el curso de los acontecimientos temporales, entiende y
prevé cómo se irán desarrollando; y en concreto, conoce los sucesos futuros, al
menos aquellos que el Espíritu quiere mostrarle en orden a su misión salvadora.
Así predice su muerte, su resurrección,
su ascensión, la devastación del Templo, y varios otros sucesos contingentes, a
veces hasta en sus detalles más mínimos (Marcos 11,2-6; 14,12-21. 27-30).
Muestra, pues, por un poderosísimo don de ciencia, su señorío sobre el mundo
presente y sus acontecimientos sucesivos: «yo os he dicho estas cosas para que,
cuando llegue la hora, os acordéis de ellas y de que yo os las he dicho» (Juan
16,4).
EL PAPA SAN JUAN
PABLO II. Enseñaba en su catequesis:
El don de
ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador.
Gracias al
don de ciencia -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas
más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida
(cf. S. Th., 11-II, q. 9, a. 4).
Así logra descubrir el sentido
teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y
reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es
Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento
en alabanza, cantos, oración, acción de gracias. (Catequesis 23 de mayo 1989).
EL PAPA FRANCISCO AFIRMA:
Al hablar
de ciencia, el pensamiento va de inmediato a la capacidad del hombre de conocer
cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que rigen la
naturaleza y el universo. Pero la ciencia que procede del Espíritu Santo no se
limita al conocimiento humano: es un don especial que nos permite captar, a
través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con
toda criatura.
En el
primer capítulo del Génesis, en el inicio mismo de toda la Biblia, se pone de
relieve que Dios se complace en su creación, subrayando repetidamente la
belleza y la bondad de todas las cosas. Al término de cada día, está escrito: «Y vio Dios que era bueno» (1,
12.18.21.25). Si Dios ve que la creación es algo bueno, que es algo bello,
nosotros también debemos asumir esa actitud y ver que la creación es algo bueno
y bello. Y el don de la ciencia nos
muestra precisamente esta belleza.
El don de
la ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o erróneas. La primera
la constituye el peligro de considerarnos
dueños de la creación. La creación no es una propiedad de la que podamos
hacernos los amos a nuestro antojo, ni, menos aún, es propiedad solo de
algunos, de unos cuantos: la creación es un regalo, un regalo maravilloso que
Dios nos ha dado para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos,
siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea consiste en la
tentación de detenernos en las criaturas, como si estas pudieran dar respuesta
a todas nuestras expectativas. Mediante el don de la ciencia, el Espíritu nos
ayuda a no incurrir en esta equivocación.
QUÉ NOS DICE LA SAGRADA ESCRITURA?
El don de ciencia, de este modo, perfeccionando la fe,
desengaña al hombre espiritual de todas las fascinaciones y mentiras con que el
mundo engaña a los hombres mundanos. Son indecibles las fascinaciones que el
mundo ejerce sobre los hombres, también sobre tantos cristianos: «toda la
tierra seguía maravillada a la Bestia» (Apocalipsis 13,3). El resultado es un
espanto: «mi pueblo está loco, me ha desconocido; son necios, no ven: sabios
para el mal, ignorantes para el bien» (Jeremías 4,22).
SOCIALICEMOS
Ø
Procura siempre ver la obra de Dios en las
criaturas.
Ø
Dios mantiene y conduce a la creación: Realizada
la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y
el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la
lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador
es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza. (Catecismo Iglesia Católica 301). ANALIZA Y SACA CONCLUSIONES DE ESTA
DEFINICIÓN. °°°
EL DON DE LA PIEDAD
ES UN DON DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO OCHO
“El
don de piedad es un espíritu, un hábito sobrenatural que, por obra del Espíritu
Santo, de un modo divino, enciende en
nuestra voluntad el amor al Padre y el afecto a los hombres, especialmente
a los cristianos, y a todas las criaturas (Santo Tomás II-II,121).
La piedad, el tercero de los
dones del Espíritu Santo en la escala ascendente, perfecciona de modo sobrehumano el ejercicio de la virtud de la
justicia y de todas las virtudes derivadas de ella, muy especialmente las
virtudes de la religión y de la piedad.
El vicio contrario al don de piedad es la
dureza de corazón, que procede de un desordenado amor a sí mismo. El don de
piedad, p or
el contrario, perfecciona el ejercicio de la caridad, y sacando al hombre de la
cárcel de su propio egoísmo, lo orienta continuamente hacia Dios y hacia los
hermanos con un amor y una solicitud que tienen modo divino y perfección
sobrehumana. (Padre, José María Iraburu. Fundación gratis date).
EL DON DE
LA PIEDAD: SANA NUESTRO CORAZÓN DE TODO TIPO DE DUREZA Y LO ABRE A LA TERNURA
PARA CON DIOS COMO PADRE Y PARA CON LOS HERMANOS COMO HIJOS DEL MISMO
PADRE. CLAMAR ¡ABBA, PADRE!
EL PAPA SAN JUAN PABLO II ACLARA:
El don de
la piedad, además, extingue en el
corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la
cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de
tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, en la raíz de aquella nueva
comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor.
La ternura,
como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La
experiencia de la propia pobreza existencial, del vació que las cosas terrenas
dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para
obtener gracia, ayuda y perdón. El don
de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con
sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre
providente y bueno. Ya no eres un esclavo sino un hijo °°° (cf. Gálatas 4, 4-7
y Romanos 8,15). (Catequesis 28 de mayo 1989).
EL PAPA FRANCISCO
DISTINGUE ENTRE LA COMPASIÓN
Y TENER PIEDAD DE ALGUIEN.
“Este don
no se identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del prójimo,
pero indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con Él, una
relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en
comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.
Esta relación con el Señor no se
debe entender como un deber o una imposición, es una relación que viene desde
adentro.
Se trata en de una relación
vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la dona Jesús, una
amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de alegría. Por
este motivo, el don de la piedad
despierta en nosotros sobre todo la gratitud y la alabanza.
Piedad, por
lo tanto es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con
Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es propio de
las personas humildes de corazón
En la carta
a los Romanos el apóstol Pablo afirma: “Todos aquellos que son guiados por el
Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un
espíritu de esclavos para caer en el miedo, pero han recibido el Espíritu que
les vuelve hijos adoptivos, por medio de quien gritamos: “¡Abbá, Padre!”.
(Catequesis 4 de junio 2014).
SOCIALICEMOS
Ø
¿Por qué el don de la piedad, quita todo tipo de
dureza y nos abre a la ternura?
Ø
Debes entender que el don de la piedad nos
permite vivir en comunidad con los demás, tratarnos como hermanos y vivir como
hermanos. Analiza el siguiente texto bíblico: “Acudían asiduamente a la
enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos
prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común;
vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la
necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con
un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con
alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de
todo el pueblo. " (Hechos 2, 42-47).
EL DON DEL TEMOR DE DIOS
ES UN DON DEL ESPÍRITU
SANTO
CATEQUESIS NÚMERO NUEVE
DICE EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: "Permaneced en mí, como yo
en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la
vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho
fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada." "Si alguno no
permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi
Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me
amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor." (Juan 15,
4- 9).
EL
PAPA SAN JUAN PABLO II
ENSEÑA
DESDE LA ESCRITURA
"Principio del saber, es el temor de Yahveh"
(Salmo 110/111, 10; Proverbios 1, 7). ¿Pero de que temor se trata? No
ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar pensar o acordarse de
Él, como de algo que turba e inquieta. Ese fue el estado de ánimo que, según la
Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del pecado, a «ocultarse de la
vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín» (Génesis 3, 8); este fue
también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola evangélica,
que escondió bajo tierra el talento recibido (cf. Mateo 25, 18. 26).
El creyente se presenta y se pone ante Dios con el «espíritu
contrito» y con el «corazón humillado» (cf. Salmo 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a
la propia salvación «con temor y temblor» (Filipenses, 12). Sin embargo, esto
no significa miedo irracional, sino sentido
de responsabilidad y de fidelidad a su ley.
De este
santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes
cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de
la mortificación de los sentidos. Recordemos la exhortación del Apóstol
Pablo a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de
la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2
Corintios 7, 1). (Catequesis 11 de junio 1989).
EL PAPA FRANCISCO
ENSEÑA EL DON DEL TEMOR, COMO AQUEL QUE
NOS RECUERDA
QUE SOMOS PEQUEÑOS DELANTE DE DIOS
El temor de
Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuanto somos pequeños
delante a Dios y a su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con
humildad, respeto y confianza en sus manos (…).
Cuando el Espíritu Santo toma
posesión en nuestro corazón, nos infunde consolación y paz, y nos lleva a
sentirnos así como somos. O sea
pequeños, con esa actitud --tan recomendada por Jesús en el Evangelio-- de
quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente
envuelto y sostenido por su calor y su protección, ¡como un niño con su papá!.
El temor de
Dios nos hace tomar conciencia que todo
viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir
al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros la bondad
de su misericordia. (...)
El temor de
Dios por lo tanto, no nos vuelve
cristianos tímidos, resignados y pasivos, pero genera en nosotros: ¡coraje
y fuerza! Es un don que nos vuelve cristianos convencidos, entusiastas, que no
se someten al Señor por miedo, pero porque están conmovidos y conquistados por
su amor. El salmo 34 nos hace rezar así:
“Este pobre grita y el Señor lo escucha, lo salva de todas sus angustias. El
ángel del Señor se acampa entorno a aquellos que lo temen y los libera”.
(Catequesis 11 de junio 2014.).
SOCIALICEMOS
Ø
La Biblia inculca a los hombres el santo temor
de Dios: «Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor,
tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con
todo el corazón y con toda el alma, que guardes los mandamientos del Señor y
sus leyes, para que seas feliz» (Deuteronomio 10,12-13). El temor de Dios
implica en la Escritura veneración, obediencia y sobre todo amor. PIENSA EN ESTA DEFINICIÓN Y SACA TUS
CONCLUSIONES °°°
Ø
El temor de Dios y la templanza libran al
creyente de la fascinación de las tentaciones, pues el temor sobrehumano de
ofender al Señor aleja de toda atracción pecaminosa, por grande que sea la
atracción y por mínimo que sea el pecado. Para pecar hace falta mantener ante
Dios un atrevimiento que el temor de Dios elimina totalmente.
Ø
El principio de la sabiduría es el temor de
Dios. (Proverbios 1,7). ¿QUÉ PIENSAS DE
ESTE PRINCIPIO?
LOS SACRAMENTOS EN LA
IGLESIA
SON INSTITUIDOS POR
JESUCRISTO
Y SON ACCIONES DEL
ESPÍRITU SANTO
CATEQUESIS NÚMERO DIEZ
Ø
Por el Espíritu que la conduce "a la verdad
completa" (Juan 16,13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro
recibido de Cristo y precisó su "dispensación", tal como lo hizo con
el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe, como fiel
dispensadora de los misterios de Dios (cf. Mateo 13,52; 1 Corintios 4,1). Así,
la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entr e sus celebraciones
litúrgicas, hay siete que son, en el
sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor. (Numeral
1117).
Ø
Los sacramentos son "de la Iglesia" en
el doble sentido de que existen "por ella" y "para ella".
Existen "por la Iglesia" porque
ella es el sacramento de la acción de Cristo que actúa en ella gracias a la
misión del Espíritu Santo. (Numeral 1118).
Ø
El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial
(Lumen Gentium, 10) está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que,
en los sacramentos, sea Cristo quien
actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación
confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por
ellos a sus sucesores: reciben el
Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona (cf. Juan
20,21-23; Lucas 24,47; Mateo 28,18-20). (Numeral 1120).
Ø
Los
tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren,
además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el
cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según
estados y funciones diversas. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada
por el Espíritu, es indeleble. (Numeral 1121).
Ø
El
Espíritu Santo dispone a la recepción de los sacramentos por la Palabra de
Dios y por la fe que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los
sacramentos fortalecen y expresan la fe.
(Numeral 1133).
¿CÓMO SE PUEDE ENTENDER?
QUE EL ESPÍRITU SANTO ES PRINCIPIO
DE LA VIDA SACRAMENTAL EN LA IGLESIA.
El vínculo es especialmente claro en el bautismo, tal como
lo describe Jesús en la conversación con Nicodemo, es decir, como
"nacimiento de agua y de Espíritu Santo": "Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu...
Tenéis que nacer de lo alto" (Juan
3, 5-7).
Ya el Bautista había anunciado y presentado a Cristo como
"el que bautiza con Espíritu Santo"
(Juan 1, 33), "en Espíritu Santo y fuego" (Mateo 3, 11). En los
Hechos de los Apóstoles y en los escritos apostólicos aparece la misma verdad,
aunque expresada de modo diverso. El día de Pentecostés Pedro invitaba a los
oyent es de su
mensaje: "Que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo" (Hechos 2, 38).
En sus cartas san Pablo habla de un "baño de regeneración y de renovación del
Espíritu Santo", que derramó Jesucristo, nuestro Salvador (cf. Tito 3,
5-6); y recuerda a los bautizados: "Habéis sido lavados, habéis sido
santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en
el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11). Y también les dice: "en un
solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un
cuerpo" (1 Corintios 12, 13).
En la doctrina de Pablo, al igual que en el evangelio, el Espíritu Santo y el nombre de Jesucristo
están asociados en el anuncio, en la administración y en el reclamo del
bautismo como fuente de la santificación y de la salvación, es decir, de la
nueva vida de la que habla Jesús con Nicodemo.
La confirmación, sacramento unido al del bautismo, es
presentada en los Hechos de los Apóstoles bajo la forma de una imposición de
las manos, por medio de la cual los
Apóstoles comunicaban el don del Espíritu Santo. A los nuevos cristianos,
que habían sido ya bautizados, Pedro y Juan "les imponían las manos y
recibían el Espíritu Santo" (Hechos 8, 17). Lo mismo se dice del apóstol
Pablo con respecto a los otros neófitos: "Habiéndoles Pablo impuesto las
manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo" (Hechos 19, 6).
Por medio de la fe y de los sacramentos, por tanto, hemos sido "sellados con el Espíritu
Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia" (Efesios 1,
13-14). A los Corintios, Pablo escribe: "Es Dios el que nos conforta
juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su
sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Corintios
1, 21-22; cf. 1 Juan 2, 20. 27; 3, 24).
La carta a los Efesios añade la advertencia significativa de
que no entristezcamos al Espíritu Santo con el que "hemos sido sellados
para el día de la redención" (Efesios 3, 30).
De los Hechos de los Apóstoles se puede deducir que el
sacramento de la confirmación era administrado mediante la imposición de las
manos, tras el bautismo, "en el nombre del Señor Jesús" (cf. Hechos
8, 15-17; 19, 5-6).
El vínculo con el
Espíritu Santo en el sacramento de la reconciliación (o de la penitencia) lo
establecen con firmeza las palabras de Cristo mismo después de la resurrección.
En efecto, san Juan nos atestigua que Jesús sopló sobre los Apóstoles y les
dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Juan
20, 22-23).
Y estas palabras pueden referirse también al sacramento de
la unción de los enfermos, acerca del cual leemos en la carta de Santiago que
"La oración de la fe -juntamente con la unción realizada por los
presbíteros "en el nombre del Señor"- salvará al enfermo, y el Señor
hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados"
(Santiago 5, 14-15).
Por lo que respecta a la Eucaristía, en el Nuevo Testamento
la relación con el Espíritu Santo aparece, al menos de modo indirecto, en el
texto del evangelio según san Juan que refiere el anuncio hecho por Jesús en la
sinagoga de Cafarnaún sobre la institución del sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre, anuncio al que siguen estas significativas palabras: "El Espíritu es el que da vida; la carne no
sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida"
(Juan 6, 63). Tanto la palabra como el
sacramento tienen vida y eficacia operativa por el Espíritu Santo.
La tradición cristiana es consciente de este vínculo entre
la Eucaristía y el Espíritu Santo. Así lo ha manifestado y lo manifiesta
también hoy en la misa, cuando con la epíclesis la Iglesia pide la
santificación de los dones ofrecidos sobre el altar: "con la fuerza del
Espíritu Santo" (Plegaria eucarística tercera), o "con la efusión de
tu Espíritu" (Plegaria eucarística segunda), o "bendice y acepta, oh
Padre, esta ofrenda" (Plegaria eucarística primera). La Iglesia subraya el misterioso poder del Espíritu Santo para la
realización de la consagración eucarística, para la transformación sacramental
del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para la irradiación
de la gracia en los que participan de ella y en toda la comunidad cristiana.
También con respecto al sacramento del orden, san Pablo
habla del "carisma" (o don del Espíritu Santo) que sigue a la
imposición de las manos (cf. 1 Timoteo 4, 14; 2 Timoteo 1, 6), y declara con
firmeza que el Espíritu Santo es quien
"pone" a los obispos en la Iglesia (cf. Hechos 20, 28).
Otros pasajes de las cartas de san Pablo y de los Hechos de
los Apóstoles atestiguan que existe una relación especial entre el Espíritu
Santo y los ministros de Cristo, es decir, los Apóstoles y sus colaboradores y
luego sucesores como obispos, presbíteros y diáconos, herederos no sólo de su
misión, sino también de los carismas.
El matrimonio sacramental, "gran misterio..., respecto
a Cristo y la Iglesia" (Efesios5, 32), en el que tiene lugar, en nombre y
por virtud de Cristo, la Alianza de dos personas, un hombre y una mujer, como
comunidad de amor que da vida, es la participación humana en aquel amor divino
que "ha sido derramado en nuestro
corazones por el Espíritu Santo" (Romanos 5, 5). La tercera Persona de
la Santísima Trinidad, que, según san Agustín, es en Dios la "comunión
consustancial" (communio consubstantialis) del Padre y del Hijo (cf. De
Trinitate, VI, 5. 7; PL 42, 928), por medio del sacramento del matrimonio forma
la "comunión de personas" del hombre y de la mujer. Fuente: Clerus. Org.