25 de diciembre 2019. Que el niño Jesús, sea luz y paz para
la humanidad. Mensaje de navidad y bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco: «El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Isaías 9,1) Queridos
hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad! En el seno de la madre Iglesia, esta noche
ha nacido nuevamente el Hijo de Dios hecho hombre. Su nombre es Jesús, que
significa Dios salva. El Padre, Amor eterno e infinito, lo envió al mundo no
para condenarlo, sino para salvarlo (cf. Juan 3,17). El Padre lo dio, con
inmensa misericordia. Lo entregó para todos. Lo dio para siempre. Y Él nació,
como pequeña llama encendida en la oscuridad y en el frío de la noche.
Aquel Niño, nacido de la Virgen María, es la Palabra de Dios
hecha carne. La Palabra que orientó el corazón y los pasos de Abrahán hacia la
tierra prometida, y sigue atrayendo a quienes confían en las promesas de Dios.
La Palabra que guió a los hebreos en el camino de la esclavitud a la libertad,
y continúa llamando a los esclavos de todos los tiempos, también hoy, a salir
de sus prisiones. Es Palabra, más luminosa que el sol, encarnada en un pequeño
hijo del hombre, Jesús, luz del mundo.
Por esto el profeta exclama: «El pueblo que caminaba en
tinieblas vio una luz grande» (Isaías 9,1). Sí, hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz
de Cristo. Hay tinieblas en las relaciones personales, familiares,
sociales, pero más grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en los conflictos
económicos, geopolíticos y ecológicos, pero más grande es la luz de Cristo.
Que Cristo sea luz
para tantos niños que sufren la guerra y los conflictos en Oriente Medio y en
diversos países del mundo. Que sea consuelo para el amado pueblo sirio, que
todavía no ve el final de las hostilidades que han desgarrado el país en este
decenio. Que remueva las conciencias de los hombres de buena voluntad. Que inspire a los gobernantes y a la
comunidad internacional para encontrar soluciones que garanticen la seguridad
y la convivencia pacífica de los pueblos de la región y ponga fin a sus
indecibles sufrimientos. Que sea apoyo para el pueblo libanés, de este modo
pueda salir de la crisis actual y descubra nuevamente su vocación de ser un
mensaje de libertad y de armoniosa coexistencia para todos.
Que el Señor Jesús
sea luz para la Tierra Santa donde Él nació, Salvador del mundo, y donde
continúa la espera de tantos que, incluso en la fatiga, pero sin desesperarse,
aguardan días de paz, de seguridad y de prosperidad. Que sea consolación para
Irak, atravesado por tensiones sociales, y para Yemen, probado por una grave
crisis humanitaria. Pienso en los niños de Yemen.
Que el pequeño Niño
de Belén sea esperanza para todo el continente americano, donde diversas
naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas. Que
reanime al querido pueblo venezolano, probado largamente por tensiones
políticas y sociales, y no le haga faltar el auxilio que necesita. Que bendiga los esfuerzos de cuantos se
están prodigando para favorecer la justicia y la reconciliación, y se
desvelan para superar las diversas crisis y las numerosas formas de pobreza que
ofenden la dignidad de cada persona.
Que el Redentor del
mundo sea luz para la querida Ucrania, que aspira a soluciones concretas
para alcanzar una paz duradera.
Que el Señor recién
nacido sea luz para los pueblos de África, donde perduran situaciones
sociales y políticas que a menudo obligan a las personas a emigrar, privándolas
de una casa y de una familia. Que haya paz para la población que vive en las
regiones orientales de la República Democrática del Congo, martirizada por
conflictos persistentes. Que sea consuelo para cuantos son perseguidos a causa
de su fe, especialmente los misioneros y los fieles secuestrados, y para cuantos
caen víctimas de ataques por parte de grupos extremistas, sobre todo en Burkina
Faso, Malí, Níger y Nigeria.
Que el Hijo de Dios,
que bajó del cielo a la tierra, sea defensa y apoyo para cuantos, a causa de
estas y otras injusticias, deben emigrar con la esperanza de una vida segura.
La injusticia los obliga a atravesar desiertos y mares, transformados en
cementerios. La injusticia los fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes
de todo tipo y torturas en campos de detención inhumanos. La injusticia les
niega lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace
encontrar muros de indiferencia.
Que el Emmanuel sea
luz para toda la humanidad herida. Que ablande nuestro corazón, a menudo
endurecido y egoísta, y nos haga instrumentos de su amor. Que, a través de
nuestros pobres rostros, regale su sonrisa a los niños de todo el mundo,
especialmente a los abandonados y a los que han sufrido a causa de la
violencia. Que, a través de nuestros brazos débiles, vista a los pobres que no
tienen con qué cubrirse, dé el pan a los hambrientos, cure a los enfermos. Que,
por nuestra frágil compañía, esté cerca de las personas ancianas y solas, de
los migrantes y de los marginados. Que, en este día de fiesta, conceda su
ternura a todos, e ilumine las tinieblas de este mundo. Fuente: Zenit. Org.