28 de diciembre 2019. ¿Qué podemos esperar el poder humano?
Poco o nada. “Los santos inocentes, engaño del poder humano. Autor: Néstor Mora
Núñez. Ponemos nuestras esperanzas en sistemas políticos, líderes o guías
humanos y nos olvidamos que sólo Cristo es la Luz, el Logos de Dios. Lo podemos
entender muy claramente si leemos estos párrafos en los que San Agustín habla sobre la búsqueda de
los Magos de Oriente y la matanza de los Santos Inocentes:
Hay muchas cosas, hermanos, en la lectura evangélica
escuchada que merecen consideración. Llegan los magos del Oriente, buscan al
rey de los judíos quienes nunca antes habían buscado a tantos otros reyes
judíos como hubo. Pero buscan no a alguien ya en edad viril o entrado en años,
visible a los ojos humanos en un trono elevado,
poderoso por sus ejércitos,
terrorífico por sus armas, resplandeciente por su púrpura, de brillante
diadema, sino a un recién nacido que yace en la cuna, ansia el pecho materno; que
no destacaba ni por los adornos de su cuerpo, ni por la fuerza de sus miembros,
ni por la riqueza de sus padres, ni por su edad, ni por el poder de los suyos.
Y preguntan al rey de los judíos por el rey de los judíos, a Herodes por
Cristo, al grande por el pequeño, al ilustre por el oculto, al elevado por el
humilde, al que habla por el que no habla, al rico por el necesitado, al fuerte
por el débil, y, no obstante, al que lo desprecia, por el que ha de ser
adorado. Efectivamente, en él no se veía ninguna pompa real, pero se adoraba la
auténtica majestad.
Además, Herodes teme, los magos desean; éstos desean
encontrar al Rey, aquél temió perder el reino. Por último, todos le buscan:
aquéllos, para vivir por él; el otro, porque quiere darle muerte; Herodes, para
cometer un gran pecado contra él; los magos, para que les perdone todos los
suyos. Herodes da muerte a muchos niños con la intención de matar a uno
preciso, y mientras causa tan cruel y sangrienta matanza en las personas de
tantos inocentes, es él el primero en causarse la muerte con tanta maldad.
Mientras tanto, nuestro rey, la Palabra que aún no habla, mientras los magos le
adoraban y los niños morían por él, o bien yacía acostado o bien tomaba el
pecho, y antes de hablar encontraba creyentes y antes de padecer hacía mártires
también. ¡Oh niños dichosos, recién nacidos, nunca tentados, nunca forzados a
luchar y ya coronados! (San Agustín. Sermón 373, 2-3)
Herodes teme al
verdadero Rey que no es de este mundo. Era el rey judío de Judea, aunque
estaba por sometido al poder romano. Su objetivo era mantener ese poder por
encima de todo lo que pudiera acontecer. Incluso si el portento más grande
aconteciera, lo único que le importaba era él mismo y su poder. ¿Qué
herramientas utilizó cuando recibió a los Magos? El engaño, apariencias falsas,
convencer que tenía toda la buena voluntad del mundo. Lo que Herodes nunca pudo
entender era imposible acercarse a Cristo en ese momento. La humildad y la
modestia eran y son, la mejor forma de protegerse del poder humano. El Reino de Dios nunca es de este mundo,
aunque a muchos les pueda interesar hacérnoslo creer. No lo digo yo, lo
dice Cristo mismo en el Evangelio de San Juan.
Herodes no pudo engañar a los Magos. Aunque se lo pidió, no
le comunicaron el lugar donde había nacido el Salvador. Fueron prevenidos en
sueños ¿Qué podía hacer este rey humano entonces? El temor le hizo elegir el
camino más detestable: asesinar a todos los niños por si acaso. ¿No es eso lo
que han hecho siempre los que nos gobiernan? Generan inseguridad y
enfrentamiento para conservar su poder. Prefieren acabar con lo que es amenaza
antes de arrodillarse ante la Gloria de Dios. Arrodillarse ante el Altísimo
evidencia la debilidad que todos llevamos dentro.
Hoy en día seguimos matando a miles de niños inocentes
apoyados en leyes injustas. Los matamos para no arrodillarnos ante Dios.
Preferimos seguir adelante con una vida que carece de sustancialidad,
trascendencia y profundidad. Nos
contentamos con guardar las apariencias que nos hacen sentirnos cómodos.
Mentimos a los demás para que nos aplaudan y así sentirnos incluidos. Las
apariencias siguen siendo lo más importante para nosotros. Incluso no hace
falta llegar a matar a un inocente en el vientre de su madre. Las apariencias nos impulsan a matar la
amistad y la concordia antes que perder el “status” social o eclesial que
queremos conseguir. Sólo tenemos que ver el estado actual de la Iglesia para
darnos cuenta que todos vivimos contagiados de postmodernidad. Preferimos que
nuestros hermanos se estrellen antes de bajarnos de nuestros pedestales para
andar junto a ellos.
¿Y la evangelización? Cada día es más complicada. La
sociedad nos permite creer en lo que queramos siempre que no mostremos signos
que evidencien nuestra fe. Las Virtudes son suplantadas por asépticos valores
humanos. La esperanza se sustituye por la relevancia que nos ofrecen las redes
sociales. Tal vez los Santos Inocentes lloren nuestra indiferencia y desdén
hacia ellos y todo lo que no sea en provecho propio. Fuente: Religión en
libertad.