26 de enero 2020. La Palabra de Dios causa conversión.
Homilía Papa Francisco. «Jesús comenzó a predicar» (Mateo 4,17). Así, el
evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de
Dios, vino a hablarnos con sus palabras y con su vida. En este primer domingo
de la Palabra de Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de
la Palabra de vida. Hoy nos ayuda el Evangelio (Mateo 4, 12-23), que nos dice
cómo, dónde y a quién Jesús comenzó a predicar.
1. ¿Cómo comenzó?
Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el reino de los
cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino
de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende
el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros.
Ahora,
Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí
está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los
cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las
distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro.
Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona,
haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad,
sino por amor. Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se
ama. Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos
esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con
nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser
perdonados y de sentirnos amados.
Entonces entendemos la invitación directa de Jesús:
“Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia
tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el
tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para
Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús también te
repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”. Es
por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla como la carta
de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu lado. Su
Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos
sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene este
poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz.
2. Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que
comenzó precisamente en las regiones que entonces se consideraban “oscuras”. La
primera lectura y el Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban
«en tierra y sombras de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón
y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles»
(Mateo 4,15-16; cf. Isaías 8,23-9,1). Galilea de los gentiles: la región donde
Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes
personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho,
estaba la Vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían
pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se
encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó
desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado
opuesto del país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo,
desde una periferia.
De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares preservados,
esterilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad.
Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que no
llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras
confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos dentro de nosotros
mientras vamos al Señor con algunas oraciones formales, teniendo cuidado de que
su verdad no nos sacuda por dentro. Pero Jesús —dice el Evangelio hoy—
«recorría toda Galilea […], proclamando el Evangelio del reino y curando toda
enfermedad» (v. 23). Atravesó toda aquella región multifacética y compleja. Del
mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más
ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos
transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la Vía del mar,
abramos nuestros caminos más tortuosos; dejemos que su Palabra entre en
nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los deseos e intenciones
del corazón» (Hebreos 4,12).
3. Finalmente, ¿a
quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando junto al mar
de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues
eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de
hombres”» (Mateo 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron
pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades,
ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes
que trabajaban.
Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de
hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los
atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para
involucrarlos en su misma misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron» (v. 20). ¿Por qué inmediatamente? Porque se sintieron atraídos. No
fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque
habían sido atraídos por el amor. Los
buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es
necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos
ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos
discípulos que lo escucharon.
Por eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras
diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino de
vida.
Queridos hermanos y hermanas: Hagamos espacio dentro de
nosotros a la Palabra de Dios. Leamos
algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio;
mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro
bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire
diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra
oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida. Fuente: Zenit.
Org.