3 de enero 2020. Los dos papas…¡veneno oculto!. Autor: Padre,
Mario García Isaza, c.m. Formador, Seminario Mayor, Ibagué. Tiene, en estos días, gran difusión el filme
“Los dos Papas” que Netflix ha puesto en su programación, y se multiplican los
comentarios, casi unánimemente laudatorios. Yo no soy cinéfilo, podría decir
casi que soy todo lo contrario. Rarísimamente soy capaz de mirar hasta el final
una película; prefiero, de lejos, dedicar tiempo a la lectura. Por lo anterior,
me sentiría ridículo emitiendo un concepto sobre el valor artístico o técnico de este filme desde el punto de vista
del llamado séptimo arte. Me atengo, en este terreno, al análisis que hacen los
que, se supone, saben de qué hablan.
Entre ellos hay quienes lo han calificado de obra maestra. Desde mi
ignorancia, admiré la belleza de la fotografía, la actuación de los dos actores
protagonistas, especialmente la de
Jonatan Price, que encarna al cardenal Bergoglio; la agudeza de los diálogos,
que insinúan mucho más de lo que expresan. Pero, repito, en este tipo de
análisis me reconozco un analfabeta.
Pero en relación con el contenido mismo de la película, de
su intencionalidad, de su meollo…quiero compartir alguna reflexión. Reflexión
que me lleva a decir: por desgracia, muchos van a ver este filme, y va a hacer
muchísimo daño. Hay, a mi modo de ver, mucho veneno oculto en la obra.
Y comienzo por decir que tiene una dosis excesiva de novela
ficción. Fernando Mirelles, su director, afirma que es una película basada en
hechos reales. Pero ciertamente, si establecemos el porcentaje que en ella
tienen la realidad y la ficción, ésta aventajaría a aquella por lo menos en un
setenta por ciento; o tal vez más. Es que el acontecimiento mismo de la llamada
al cardenal Bergoglio para que fuese a entrevistarse con el Papa
Benedicto, el encuentro de ellos dos en
Castelgandolfo, y el diálogo que constituye prácticamente todo el entramado de
la película, y que por momentos adquiere tintes de enfrentamiento, jamás
existieron. Y son pura ficción elementos que, lejos de ser simples detalles,
marcan esencialmente el desarrollo de los acontecimientos, como la revelación
del papa al cardenal de su intención de renunciar, y su insinuación, casi su
predicción de que él lo sustituiría;
como el cabildeo que se insinúa del cardenal Ratszinger para lograr su
elección en el cónclave del 2005, como el desencanto manifestado por el cardenal
Bergoglio ante la elección de Benedicto XVI…
Por otra parte, la película es gravemente injusta: injusta
con la historia, injusta con la Iglesia, y especialmente injusta con la persona
del meritísimo y venerado Benedicto XVI, de quien traza un retrato verdaderamente
caricaturesco y que linda con la calumnia. Tal vez so pretexto de resaltar el
contraste entre los dos personajes, frente a un cardenal Bergoglio simpático,
extrovertido, espontáneo, cercano, de sonrisa irradiante, sencillo y “normal”,
que carga su maletín y monta en bus, que disfruta de una mesa compartida y es
“hincha” de un equipo de futbol, nos muestra a un pontífice hosco, lejano,
ausente de la realidad, voluntariamente solitario, aislado, de mirada
inquisidora, incapaz de ponerse al nivel de la gente, amigo de lujos y boato,
amargado de sí mismo, encastillado ...!Cuán lejos, todo esto, de la realidad!
El bulo que se encierra en la supuesta confesión del papa, relacionada con la
actitud cómplice suya en los abusos sexuales cometidos por Marcial Maciel y
otros, desconociendo que fue precisamente Benedicto XVI uno de los primeros en
denunciarlos y quien, una vez tuvo la autoridad para ello, apartó del ejercicio
sacerdotal al delincuente y lo confinó a una vida de penitencia, es francamente
inicuo. Flaco servicio le hace a nuestro amado pontífice, el santo padre
Francisco, esa pretensión, evidente en el filme de Mirelles, de exagerar sus
rasgos atrayentes para afear, por contraste, los de Benedicto XVI.
En el fondo de todo, la película pretende mostrar dos
iglesias: la una, que se encarna en el Papa emérito, conservadora en el sentido
peyorativo del término, aferrada a antiguallas doctrinales y cultuales, incapaz
de ponerse al día, principesca, ausente de la realidad cuotidiana de los
hombres, enemiga de la cultura, encubridora de sus propias culpas, renitente a
los vientos frescos y renovadores del Vaticano II; la otra, con el Papa
Francisco a la cabeza, moderna, abierta, actualizada, abierta al hoy del mundo
y del hombre, capaz de aceptar el pluralismo
doctrinal, encarnada en la realidad, pobre y para los pobres, enemiga de
ritualismos y de oropeles, descomplicada, capaz de acomodarse a lo cambiante,
despojada de dogmatismos e intransigencias, que anda a pie y que, en aras de no
rechazar a nadie, está dispuesta a edulcorar su doctrina y las exigencias de
sus normas. Y esas dos iglesias, sencillamente, no existen.
La Iglesia de Jesucristo, que tanto Benedicto XVI como el
Papa Francisco han apacentado en su nombre, dándole cada uno, como es normal,
tintes nacidos de du talante y de su propia riqueza humana y espiritual es
única, es universal, es la misma. Tan alejada del indiferentismo como del
fanatismo; tan distante del sincretismo como del exclusivismo; tan ajena a los
relativismos doctrinales como abierta al diálogo con la ciencia y la cultura;
fiel a una Verdad, que es Cristo, y que no puede cambiar. A Ella, en
cumplimiento de la promesa de Jesucristo,
Dios le ha dado el regalo de los Papas. Y es sórdido el propósito de
mostrar al actual Pontífice como alguien que puede o quiere tijeretear el
Evangelio y la Revelación y acomodar la doctrina a los acontecimientos, y de
negociar lo innegociable - lo que se hace dando a sus palabras y a sus
decisiones un sentido o un alcance que no tienen -, así como es perverso el
aplicar una careta de momia a la luminosa firmeza doctrinal, transida al mismo
tiempo de amor, del amado Benedicto XVI. La Iglesia que él enriqueció con su luminoso magisterio y con su
testimonio admirable, es la misma que actualmente camina tras el amable cayado
de Francisco; la misma que, en el Concilio, se redefinió a sí misma como
Iglesia en el mundo (no del mundo, ni frente al mundo, la preposición fue
reflexivamente escogida), como misterio salvífico, como pueblo de Dios en
camino. Insisto: la misma del venerado papa Benedicto y del amado santo padre
Francisco.
La soterrada dicotomía que la película Los dos Papas
establece entra la iglesia del uno y la del otro, es falsa, y es lo que, en el
título de este sencillo comentario yo llamo un veneno oculto…Me reafirmo en lo
que arriba expresé: desgraciadamente, muchos, sin una capacidad de análisis y
unos elementos de juicio suficientes, verán este filme y les hará mucho daño… ¡Qué
bueno sería que nosotros pudiéramos evitarlo, ayudando a pensar! Yo aporto esta
reflexión, e invito a otros, con mayor alcance que yo en este terreno, a
hacerlo.