14 de abril 2021 Catequesis 29. La Iglesia, maestra de oración. Audiencia general del Papa Francisco. Biblioteca del Palacio apostólico. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Iglesia es una gran escuela de oración. Muchos de
nosotros han aprendido a silabear las primeras oraciones estando sobre las
rodillas de los padres o los abuelos. Quizá custodiamos el recuerdo de la madre
y del padre que nos enseñaban a recitar las oraciones antes de ir a dormir.
Esos momentos de recogimiento son a menudo aquellos en los que los padres
escuchan de los hijos alguna confidencia íntima y pueden dar su consejo
inspirado en el Evangelio. Después, en el camino del crecimiento, se hacen
otros encuentros, con otros testigos y maestros de oración (cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica, 2686-2687). Hace bien recordarlos.
La vida de una parroquia y de toda comunidad cristiana está
marcada por los tiempos de la liturgia y de la oración comunitaria. Ese don que
en la infancia hemos recibido con sencillez, nos damos cuenta de que es un
patrimonio grande, un patrimonio muy rico, y que la experiencia de la oración
merece ser profundizada cada vez más (cfr. ibíd., 2688). El hábito de la fe no es almidonado, se desarrolla con nosotros; no
es rígido, crece, también a través de momentos de crisis y resurrecciones; es
más, no se puede crecer sin momentos de crisis, porque la crisis te hace
crecer: entrar en crisis es un modo necesario para crecer. Y la respiración de la fe es la oración:
crecemos en la fe tanto como aprendemos a rezar. Después de ciertos pasajes de
la vida, nos damos cuenta de que sin la fe no hubiéramos podido lograrlo y que
la oración ha sido nuestra fuerza. No solo la oración personal, sino también la
de los hermanos y de las hermanas, y de la comunidad que nos ha acompañado y
sostenido, de la gente que nos conoce, de la gente a la cual pedimos rezar por
nosotros.
También por esto en la Iglesia florecen continuamente
comunidades y grupos dedicados a la oración. Algún cristiano siente incluso la
llamada a hacer de la oración la acción principal de sus jornadas. En la
Iglesia hay monasterios, hay conventos, ermitas, donde viven personas
consagradas a Dios y que a menudo se convierten en centros de irradiación
espiritual. Son comunidades de oración que irradian espiritualidad. Son
pequeños oasis en los que se comparte una oración intensa y se construye día a
día la comunión fraterna. Son células vitales, no solo para el tejido eclesial
sino para la sociedad misma. Pensemos, por ejemplo, en el rol que tuvo el
monacato para el nacimiento y el crecimiento de la civilización europea, y
también en otras culturas. Rezar y
trabajar en comunidad lleva adelante el mundo. Es un motor.
Todo en la Iglesia nace
en la oración, y todo crece gracias a la oración. Cuando el Enemigo, el
Maligno, quiere combatir la Iglesia, lo hace primero tratando de secar sus
fuentes, impidiéndole rezar. Por ejemplo, lo vemos en ciertos grupos que se
ponen de acuerdo para llevar adelante reformas eclesiales, cambios en la vida
de la Iglesia… Están todas las organizaciones, están los medios de comunicación
que informan a todos… Pero la oración no
se ve, no se reza. “Tenemos que cambiar esto, tenemos que tomar esta
decisión que es un poco fuerte…”. Es interesante la propuesta, es interesante,
solo con la discusión, solo con los medios de comunicación, pero ¿dónde está la
oración? La oración es la que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien
inspira para ir adelante. Los cambios en
la Iglesia sin oración no son cambios de Iglesia, son cambios de grupo. Y
cuando el Enemigo —como he dicho— quiere combatir la Iglesia, lo hace en primer
lugar tratando de secar sus fuentes, impidiéndole rezar, e [induciéndola a]
hacer estas otras propuestas. Si cesa la oración, por un momento parece que
todo pueda ir adelante como siempre —por inercia—, pero poco después la Iglesia
se da cuenta de haberse convertido en un envoltorio vacío, de haber perdido el
eje de apoyo, de no poseer más la fuente del calor y del amor.
Las mujeres y los hombres santos no tienen una vida más
fácil que los otros, es más, ellos también tienen sus problemas que afrontar y,
además, a menudo son objeto de oposiciones. Pero su fuerza es la oración, que
sacan siempre del “pozo” inagotable de la madre Iglesia. Con la oración alimentan la llama de su fe, como se hacía con el aceite
de las lámparas. Y así van adelante caminando en la fe y en la esperanza.
Los santos, que a menudo a los ojos del mundo cuentan poco, en realidad son los
que lo sostienen, no con las armas del dinero y del poder, de los medios de
comunicación, etc., sino con las armas de la oración.
En el Evangelio de Lucas, Jesús plantea una pregunta
dramática que siempre nos hace reflexionar: «Cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lucas 18,8), ¿o encontrará solamente
organizaciones, como un grupo de “empresarios de la fe”, todos bien
organizados, que hacen beneficencia, muchas cosas…, o encontrará fe? «Cuando el
Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?». Esta pregunta está
al final de una parábola que muestra la necesidad de rezar con perseverancia,
sin cansarse (cfr. vv. 1-8). Por tanto, podemos concluir que la lámpara de la
fe estará siempre encendida sobre la tierra mientras esté el aceite de la
oración. La lámpara de la verdadera fe
de la Iglesia estará siempre encendida en la tierra mientras esté el aceite de
la oración. Es eso que lleva adelante la fe y lleva adelante nuestra pobre
vida, débil, pecadora, pero la oración la lleva adelante con seguridad. Es una
pregunta que nosotros cristianos tenemos que hacernos: ¿rezo? ¿Rezamos? ¿Cómo
rezo? ¿Cómo los loros o rezo con el corazón? ¿Cómo rezo? ¿Rezo seguro de que
estoy en la Iglesia y rezo con la Iglesia, o rezo un poco según mis ideas y
hago que mis ideas se conviertan en oración? Esta es una oración pagana, no
cristiana. Repito: podemos concluir que la lámpara de fe estará siempre
encendida en la tierra mientras esté el aceite de la oración.
Y esta es una tarea esencial de la Iglesia: rezar y educar a rezar. Transmitir de
generación en generación la lámpara de la fe con el aceite de la oración. La
lámpara de la fe que ilumina, que organiza las cosas realmente cómo son, pero
que puede ir adelante solo con el aceite de la oración. De lo contrario se
apaga. Sin la luz de esta lámpara, no
podremos ver el camino para evangelizar, es más, no podremos ver el camino
para creer bien; no podremos ver los rostros de los hermanos a los que
acercarse y servir; no podremos iluminar la habitación donde encontrarnos en
comunidad… Sin la fe, todo se derrumba;
y sin la oración, la fe se apaga. Fe y oración, juntas. No hay otro camino. Por
esto la Iglesia, que es casa y escuela de comunión, es casa y escuela de fe y
de oración. Fuente: Vatican. Va.