21 de marzo 2021. ¿MUERTE DIGNA?... ¡NO, HOMICIDIO ¡ Autor: Padre, Mario García Isaza, cm. Formador Seminario Mayor, Arquidiócesis de Ibagué.
Es preciso comenzar esta reflexión por la definición de
términos; ese es el punto de partida de cualquier discusión, máxime en materias
que tocan con la ética. Porque según la significación que se le atribuya al
término – en este caso a la eutanasia -
éste podrá significar o un crimen abominable, un asesinato, o un acto de
piedad. Es, precisamente, lo que está en boga: disfrazar con denominaciones
melifluas y hasta aparentemente meritorias las peores aberraciones para, con
ese artilugio semántico, paliar la realidad y manipular el pensamiento de los
ingenuos. El término viene de dos palabras griegas: eu (bueno) y thánatos
(muerte). Es esta etimología la que vienen astutamente utilizando quienes
defienden la eutanasia para hablar de bien morir…de muerte digna… El Presidente
de la Comisión Deontológica de España, dijo en un foro sobre la eutanasia : ”Me
parece necesario, para alejar el riesgo de la confusión semántica, que todos
nos olvidemos de la noble ascendencia etimológica y de las significaciones
nobles de eutanasia, y que a partir de ahora entendamos que es, lisa y
llanamente, matar sin dolor y deliberadamente, de ordinario mediante
procedimientos de apariencia médica, a personas que se consideran como
destinadas a una vida atormentada por el dolor, con el propósito de evitarles
el sufrimiento o de librar a la sociedad de una carga inútil”
Por eutanasia se entiende, nos enseña la Congregación para
la doctrina de la Fe, “una acción, o una omisión, que por su naturaleza, o en
la intención, causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor”
(Declaración “Jura et bona” , sobre la eutanasia, 5-V-1980) Y San Juan Pablo
II, en su encíclica Evangelium Vitae, sostiene que practicar la eutanasia es
“adueñarse de la muerte, procurándola de modo anticipado y poniendo así fin a
la propia vida o a la de otros” y que consiste “en una acción o una omisión que
por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar
cualquier dolor” (E.V. 64-65) Hay, pues, tres condiciones para que pueda
hablarse de eutanasia:
• Que esos medios, ya sean directos o por omisión, sean causativos;
• Que se pretenda quitar la vida con la finalidad de eliminar cualquier dolor.
Sentado todo lo anterior, hemos de afirmar que el juicio
moral cristiano está expresado por la Iglesia de modo que no deja resquicio de
duda, así: “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia
directa….es moralmente inaceptable… Una acción o una omisión que, de suyo o en
la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio
gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios
vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe
no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir
siempre” ( CEC, N° 2277)
(Evangelium Vitae, 65) En la base de este juicio moral, están, lo enseña también San Juan Pablo II en el citado documento, la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia, a la luz de los cuales la vida del hombre es sagrada e inviolable, y de ella solo el Creador es dueño. Y está, así mismo, la ley natural.
Y yo creo que en el fondo de la posición de quienes prohíjan
la eutanasia, (y el aborto, y las uniones homosexuales, y muchas otras
aberraciones), está precisamente el desconocimiento de la ley natural. El
desconocimiento o el rechazo de esta ley natural, que es también ley de Dios,
autor de la naturaleza, es lo que conduce irremisiblemente al subjetivismo y al relativismo moral que
subyacen a la desatinada campaña que va destruyendo los cimientos éticos de la
civilización cristiana, y que tiene sus voceros con nombre propio entre
nosotros. Es que el hombre, como ser racional, descubre en el fondo de su
conciencia que existe una ley natural, que él no se ha dictado a sí mismo, que
brota de su naturaleza dotada de razón y voluntad, que por lo mismo es
universal e inmutable y está por encima de toda ley positiva.
Una ley en virtud de la cual, como lo asienta el mismo
luminoso documento de San Juan Pablo que vengo citando, hay actos que son en sí
mismos, intrínsecamente, malos; lo son siempre, y por sí mismos, es decir por
su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa y de
las circunstancias, y por consiguiente
no pueden justificarse nunca, por ninguna razón. (Veritatis Splendor, 80) El
Concilio Vaticano II, en la
ejemplificación que hace de tales actos, nos enseña que “todo lo que se opone a
la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la
eutanasia y el mismo suicidio voluntario….son ciertamente oprobios que, al
corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a
quienes padecen la injusticia, y son totalmente contrarios al honor debido al
Creador” (Gaudium et Spes, 27)
Con ocasión de la reciente legalización de la eutanasia en
España, que es un nuevo paso en ese tortuoso camino que va llevando a esa
nación, bajo sucesivos regímenes de izquierda, hacia el despeñadero, se ha
agitado de nuevo entre nosotros el tema de la eutanasia; pretenden algunos,
especialmente desde la inefable Corte Constitucional, forzar a los poderes legislativo y ejecutivo
para que expidan patente de corso a los
promotores de la muerte, y para que obliguen a los profesionales y a las
instituciones católicas de salud a ser ejecutores y agencias del homicidio
pecaminoso.
No puedo poner punto final a esta reflexión, sobre todo
porque tengo en cuenta que vamos hacia unas ya no lejanas elecciones que nos
darán nuevos órganos legislativos, sin recordar
cosas como estas : que a un legislador católico, si es que tiene una conciencia bien formada y quiere ser coherente, no le está permitido “favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley que contenga propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y de la moral” (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Los católicos y la política, 24-XI-2002); y que, muy en consonancia con lo anterior, un ciudadano católico no puede, en conciencia, apoyar con su sufragio a un candidato que sea partidario de abominaciones como el aborto, la eutanasia y cosas semejantes.
cosas como estas : que a un legislador católico, si es que tiene una conciencia bien formada y quiere ser coherente, no le está permitido “favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley que contenga propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y de la moral” (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Los católicos y la política, 24-XI-2002); y que, muy en consonancia con lo anterior, un ciudadano católico no puede, en conciencia, apoyar con su sufragio a un candidato que sea partidario de abominaciones como el aborto, la eutanasia y cosas semejantes.
No sé si quienes lean estas mis reflexiones, van o no a
sentir lo que yo sentí cuando, el pasado 19 de marzo, en la noche, escuché, en
el programa radial “Nocturna RCN” el diálogo sostenido por su director, señor
Julián Parra, con un médico de cuyo nombre no me acuerdo ni quiero acordarme; a
mí me estremeció, no solamente lo endeble de las argumentaciones del matasanos,
sino la avilantez y el desempacho de baladrón con que casi se jactaba de su
record criminal; era fácil adivinar, en el tono de su voz, que sonreía muy ufano cuando le preguntaron:
¿ cuántas eutanasias ha practicado usted?, y así se despachaba: ”me faltan unas
poquitas para llegar a las quinientas”. ¡Incalificable! ¡Por ahí debe de andar
buscando las cuatro o cinco víctimas que le hacen falta para redondear su hazaña!
correo del autor: magarisaz@hotmail.com