9 de marzo 2021. Cultura de la vida y cultura de la muerte. Autor: María Pilar Carmena Ayuso “Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia” Deuteronomio 30, 19
Tengo vago recuerdo de cuando escuche por primera vez al
papa San Juan Pablo II la expresión “cultura de la muerte”. Creo que, aunque lo
entendí, me parecía un concepto muy abstracto, no algo concreto que pudiera yo
palpar claramente. Eran los años 90, estaba yo estudiando en la universidad y
vivía feliz mi noviazgo con la mirada puesta en un futuro prometedor de
felicidad junto a Guillermo, el que sería mi marido. Creo que me parecía algo
muy ajeno a mi vida. Como algo que piensas que a ti no te va a afectar.
Los métodos anticonceptivos artificiales, el divorcio y el
aborto habían irrumpido en España, pero aún no se hablaba mucho sobre sus
consecuencias, no era tan visible, estaba todo muy escondido. El pensamiento
que tenía yo era muy cómodo: “al fin y al cabo, cada uno es libre de su vida y
ya Dios juzgará”.
Al cabo de unos dos años de matrimonio, cuando ya había
nacido nuestro primer hijo, nos enteramos de que una pareja bastante cercana
estaba pasando un proceso de separación. Ellos llevaban conviviendo varios años
y tenían un niño de cinco añitos; bueno, no fue algo amistoso precisamente,
ella le denunció para que se fuera de casa; sí, eso, vaya, literalmente le echó
de casa, sin ningún motivo justificado, simplemente que como no quería convivir
con él, y el hijo en caso de separación se debe quedar con la madre, él, simple
y llanamente, sobraba. En el juicio, el juez le dio la razón a ella y él se
tuvo que marchar de su propia casa dejando a su hijo. Los cercanos lo
aceptamos: así es la vida, al fin y al cabo, ella había encontrado otro amor,
otro hombre que en poco tiempo ocupó esa casa que pertenecía a la pareja.
Fue muy doloroso, para todos. Una mujer que había denunciado
a su propio compañero y padre de su hijo, con el que ¡en teoría iba a pasar el
resto de su vida! para poder echarle de su casa. Dolía todo: dolía esa denuncia
sin fundamento; dolía ver un padre dejando a un hijo; dolía esa separación;
dolía verle a él destrozado; dolía ver al hijo que echaba de menos a un padre
que necesitaba a su lado; dolía ver una familia rota y dolía pensar en las
consecuencias que eso traería en el futuro, tanto para los padres como para ese
niño. Somos poco conscientes de las heridas que quedan en un niño con la
separación de sus padres, heridas para toda la vida. Pero “hay que aceptarlo,
si es que el amor se acaba, ¿no?”.
En ese momento empecé a comprender lo que significa la
expresión cultura de la muerte, empezaba a afectarme a mí directamente y me di
cuenta de que el mal se va inoculando y va “infiltrándose” poco a poco en la
sociedad cuando es aceptado.
Se había puesto la
semilla de esa cultura de la muerte el día que fue aprobada la píldora
anticonceptiva y sería como una pequeña célula cancerosa que empieza a
dividirse, es muy pequeñita pero poco a poco va a ir creciendo y formando un
tumor que va a invadir todo el cuerpo.
¿Qué tiene que ver la separación de una parejita joven con
un niño de cinco años con la aprobación de la píldora anticonceptiva? Muchos
pensarán: “¡nada! Se llevarían mal y ya está, o eran incompatibles o se terminó
el sentimiento o hubo una infidelidad…” Pues yo digo que, de esos polvos, estos
lodos.
Es verdad que a primera vista puede no tener que ver, pero
nos damos cuenta de que sí, si profundizamos en la antropología de la mirada,
es decir, en el cómo miramos al otro, en quien es para mí, que significa
realmente la persona con la que a mí me gustaría compartir mi vida. Quiero
decir: puedo ver simplemente un cuerpo con el que gozar momentáneamente,
temporalmente o una persona con alma a la que entregar mi vida y a la que amar
y servir. Son dos miradas muy diferentes y esa mirada claro que influye en las
conductas y en las relaciones entre los hombres y las mujeres.
Esas dos miradas tan opuestas, esas dos concepciones del ser
humano conviven hoy en la sociedad moderna. Esa visión de la “persona cosificada” ha ido ganando terreno, gracias al apoyo
mediático y a las grandes cantidades de dinero invertido en políticas
contraceptivas tanto de propaganda como sanitarias. Han ido conformando esa
mentalidad que San Juan Pablo II llamaba cultura de la muerte y que tanto dolor
va dejando a su paso: infertilidad, matrimonios rotos, abortos... No nos
podemos culpar los católicos de haber estado de brazos cruzados, somos David
contra Goliat. Demasiado gigantesco para poder hacerle frente con nuestros
pequeños medios.
Ya el papa San Pablo VI lo veía venir. Impresiona leer la
Humanae Vitae de este gran profeta, tal cual, está llena de advertencias que se
han ido cumpliendo una tras otra. Para él las consecuencias del uso
generalizado de los métodos anticonceptivos serían las siguientes:
Se abriría un camino fácil y amplio a la infidelidad
conyugal. Es debido a que el uso de los
anticonceptivos exime al hombre de la responsabilidad de asumir la llegada de
los hijos.
Esto se ha producido indudablemente y no hay más que ver las
estadísticas. Hay una relación muy estrecha entre el uso de la anticoncepción
artificial y el incremento de las tasas de divorcio. En EEUU está por debajo
del 2% en las parejas que no practican la contracepción. Mientras que la tasa
de divorcio en la población general ronda el 50%.
Y a la degradación moral. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y
para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables
en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no
se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia.
El hombre perderá el
respeto a la mujer. Y esto lo estamos comprobando, desgraciadamente con la
llamada violencia machista. Cuando un hombre observa a la mujer como un
simple objeto de placer de su propiedad y que no le invita a asumir las
consecuencias de sus actos.
De hecho, es la mayor arma del hombre machista contra la
mujer, ya que puede negar a la mujer mediante chantaje emocional, la
posibilidad de la maternidad. Disponiendo del cuerpo de la mujer para su
satisfacción siempre que le convenga y sin ningún tipo de freno. Así el hombre empieza a observar a la mujer
como un simple cuerpo, un trozo de carne: la deshumaniza y cosifica.
Podría llegar a ser un arma poderosa en manos de las
autoridades. ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus
pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos
juzgasen más eficaz? Podríamos dejar a merced de la intervención de las autoridades
públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.
No hay más que ver
las leyes que se están queriendo aprobar sobre la transexualidad. Va a
afectarnos muy directamente porque va dirigida a la educación de nuestros hijos
y a su vida afectiva y los padres nos veremos con las manos atadas ante las
decisiones de los menores.
(He escrito en cursiva las partes que he copiado
literalmente de la encíclica).
Nosotros estamos llamados a vivir la Cultura de la Vida, y
hay que recordar que David venció a Goliat. Tenemos nuestras cinco piedrecitas,
son pequeñas pero efectivas. Sabemos bien con quien nos enfrentamos y sabemos,
sobre todo, que el Señor camina de nuestro lado ¡Está de nuestra parte! Por eso
esta entrada, aunque realista, quiero que esté llena de esperanza y de
confianza, porque no depende todo de nosotros, Dios hará su parte.
La Naprotecnología, con lo que conlleva de ayuda a los
matrimonios en la vivencia de su fertilidad y su vida afectiva en santidad y
como alternativa válida, efectiva y real a los procedimientos de fecundación in
vitro y a los métodos anticonceptivos puede ayudar mucho en este sentido. Es
una pequeña piedrecita que podemos disparar los católicos contra ese Goliat que
es la cultura de la muerte. Fuente:
Religión en libertad. Org. Imagen de
religión en libertad. Org.