2 de junio 2021. Jesús, modelo y alma de toda oración. Catequesis 36 Audiencia Papa Francisco. Patio de san Dámaso. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Los Evangelios nos muestran cuanto era fundamental la oración en la relación de Jesús con sus discípulos. Ya se aprecia en la elección de los que luego se convertirían en los apóstoles. Lucas sitúa la elección en un contexto preciso de oración y dice así: «Sucedió que por aquellos días se fue Él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (6, 12-13). Jesús los elige después de una noche de oración. Parece que no haya otro criterio en esta elección si no es la oración, el diálogo de Jesús con el Padre. A juzgar por cómo se comportarán después esos hombres, parecería que la elección no fue de las mejores porque todos huyeron, lo dejaron solo antes de la Pasión; pero es precisamente esto, especialmente la presencia de Judas, el futuro traidor, lo que demuestra que esos nombres estaban escritos en el plan de Dios.
La oración en favor de sus amigos reaparece continuamente en
la vida de Jesús. A veces los apóstoles se convierten en motivo de preocupación
para Él, pero Jesús, así como los recibió del Padre, después de la oración, así
los lleva en su corazón, incluso en sus errores, incluso en sus caídas. En todo
ello descubrimos cómo Jesús fue maestro
y amigo, siempre dispuesto a esperar pacientemente la conversión del discípulo.
El punto culminante de esta paciente espera es la “tela” de amor que Jesús teje
en torno a Pedro. En la Última Cena le dice: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás
ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que
tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos»
(Lucas 22,31-32). Es impresionante saber que, en el tiempo del
desfallecimiento, el amor de Jesús no cesa. “Pero Padre, si estoy en pecado
mortal, ¿el amor de Jesús sigue ahí? — Sí, ¿y Jesús sigue rezando por mí? — Sí
— Pero si he hecho cosas muy malas y muchos pecados, ¿sigue amándome Jesús? —
Sí”. El amor y la oración de Jesús por
cada uno de nosotros no cesa, es más, se hace más intenso y somos el centro
de su oración. Debemos recordar siempre esto: Jesús está rezando por mí, está
rezando ahora ante el Padre y le está mostrando las heridas que trajo consigo,
para que el Padre pueda ver el precio de nuestra salvación, es el amor que nos
tiene. Y en este momento que uno de nosotros piense: ¿Jesús está rezando ahora
por mí? Sí. Es una gran seguridad que debemos tener.
La oración de Jesús vuelve puntualmente en un momento
crucial de su camino, el de la verificación de la fe de los discípulos.
Escuchemos de nuevo al evangelista Lucas: «Y sucedió que mientras Él estaba
orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y Él les preguntó: “¿Quién
dice la gente que soy yo?”. Ellos respondieron:
“Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los
antiguos había resucitado” Les dijo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Pedro le contestó en nombre de todos: “El Cristo de Dios”. Pero les mandó
enérgicamente que no dijeran esto a nadie» (9,18-21). Las grandes decisiones en la misión de Jesús están siempre precedidas
de la oración, pero no de una oración, así, en passant, sino de la oración
intensa y prolongada. Siempre en esos momentos hay una oración. Esta prueba de
fe parece una meta, pero en cambio es un punto de partida renovado para los
discípulos, porque, a partir de entonces, es como si Jesús subiera un tono en
su misión, hablándoles abiertamente de su pasión, muerte y resurrección.
En esta perspectiva, que despierta instintivamente la
repulsión, tanto en los discípulos como en nosotros que leemos el Evangelio, la oración es la única fuente de luz y
fuerza. Es necesario rezar más intensamente, cada vez que el camino se
empina.
Y en efecto, tras anunciar a los discípulos lo que le espera
en Jerusalén, tiene lugar el episodio de la Transfiguración. Jesús «tomó
consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que,
mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una
blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran
Moisés y Elías; los cuales aparecían en
gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén» (Lucas
9,28-31), es decir de su Pasión. Por
tanto, esta manifestación anticipada de la gloria de Jesús tuvo lugar en la
oración, mientras el Hijo estaba inmerso en la comunión con el Padre y
consentía plenamente en su voluntad de amor, en su plan de salvación. Y de esa
oración salió una palabra clara para los tres discípulos implicados: «Este es
mi Hijo, mi Elegido; escuchadle» (Lucas 9,35). De la oración viene la
invitación a escuchar a Jesús, siempre de la oración.
De este rápido recorrido por el Evangelio, deducimos que Jesús no sólo quiere que recemos como Él
reza, sino que nos asegura que, aunque nuestros tentativos de oración sean
completamente vanos e ineficaces, siempre podemos contar con su oración.
Debemos ser conscientes: Jesús reza por mí. Una vez, un buen obispo me contó
que en un momento muy malo de su vida y de una gran prueba, un momento de
oscuridad, miró a lo alto de la basílica y vio escrita esta frase: “Yo Pedro
rezaré por ti”. Y eso le dio fuerza y consuelo. Y esto sucede cada vez que cada
uno de nosotros sabe que Jesús reza por él. Jesús reza por nosotros. Ahora
mismo, en este momento. Haced este ejercicio de memoria repitiéndolo. Cuando
hay alguna dificultad, cuando estáis en la órbita de las distracciones: Jesús
está rezando por mí. Pero, padre ¿eso es verdad? Es verdad, lo dijo Él mismo.
No olvidemos que lo que nos sostiene a cada uno de nosotros en la vida es la
oración de Jesús por cada uno de nosotros, con nombre, apellido, ante el Padre,
enseñándole las heridas que son el precio de nuestra salvación.
Aunque nuestras oraciones fueran solamente balbuceos, si se
vieran comprometidas por una fe vacilante, nunca debemos dejar de confiar en
Él. Yo no sé rezar, pero Él reza por mí. Sostenidas por la oración de Jesús,
nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo. No os
olvidéis: Jesús está rezando por mí — ¿Ahora? — Ahora. En el momento de la
prueba, en el momento del pecado, incluso en ese momento, Jesús está rezando
por mí con tanto amor. Fuente: Vatican. Va.