7 de junio 2021 “¿La moral es una imposición?” Autor: Daniel Torres Cox. Sacerdote de FASTA. Bachiller en Derecho por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Fuente: Religión en libertado. Org. Cuando hablamos de la bondad y la maldad moral, hablamos de la bondad o maldad en las acciones que el ser humano realiza. En este campo, una pregunta obligada es en base a qué criterios podemos establecer qué es lo bueno y qué es lo malo.
La primera postura se
denomina inmanentismo debido a los términos latinos de los que está compuesto
su nombre: in —en— y manere —permanecer—. Para el inmanentismo, la regla para
establecer qué es lo bueno y qué es lo malo, permanece en el propio sujeto, es
decir, depende del querer del ser humano. Esto puede darse de dos modos
distintos.
La primera forma de
inmanentismo es aquella en la cual un sujeto o un grupo en el poder establecen
que es lo bueno y qué lo malo. E imponen ese criterio a los demás, a través de
algún mecanismo de coerción. No hay una
razón de fondo para distinguir lo malo. Esa distinción depende
exclusivamente del querer de la autoridad, y no tiene por qué ser razonable. Es
lo que ocurre con expresiones como: “No lo hagas porque es pecado”, “No tiene
por qué ser razonable: es pecado y punto”; o en un contexto más general: “Hay
que hacerlo porque lo dice la ley”, sin reparar si su contenido es justo.
La segunda forma de inmanentismo puede derivarse de la anterior. Dado que una moral que depende exclusivamente del querer de una autoridad puede llegar a sentirse como una imposición, a fin de liberarse, uno finalmente termina asumiendo que lo que está bien y lo que está mal depende del querer de cada uno. Cada sujeto, atendiendo a los criterios que considera más relevantes, establecerá para sí el bien y el mal. Cada uno crea para sí sus propias normas, sin interferencia de terceros. Cada quien es dueño del bien y del mal, como planteaba Nietzsche al hablar del Superhombre.
Nótese cómo para el inmanentismo no es posible establecer
criterios objetivos para establecer qué está bien y qué está mal. En última
instancia, lo bueno y lo malo depende del querer de alguien: de alguien con
autoridad, o de cada uno.
La postura realista, en cambio, toma otro camino. Señala que
lo que está bien y lo que está mal no depende del querer de algún sujeto, sino
que se establece en atención a su naturaleza. Se pasa de un criterio subjetivo a uno objetivo.
Vista así, la postura realista marca un camino de
plenificación. Será bueno aquello que a uno le haga bien en cuanto ser humano,
aquello que lo haga ser una mejor persona. Y será malo aquello que lo dañe en
cuanto ser humano, aquello que lo corrompa, aquello que no lo deje ser una
mejor persona. Nótese que no hablamos aquí de gustos o preferencias personales,
sino de aquello perfecciona o corrompe al ser humano en atención a su
naturaleza.
Bajo este concepto de la moral, los criterios para establecer lo bueno y lo malo están inscritos en la
naturaleza del propio ser humano, y deben ser conocidos a partir de ésta.
Es decir, algo propio de la postura realista es que uno no sólo puede saber qué
es lo que está bien y lo que está mal, sino también por qué algo está bien o
está mal.
En lo referido al mundo de la sexualidad, es importante
recordar que el ser humano ha sido hecho para amar. Se trata de algo que está
ya inscrito en nuestra propia naturaleza, y no depende de nuestro querer. A
partir de lo expuesto, ¿cuál es el criterio para establecer qué es lo bueno y
qué es lo malo en materia de sexualidad? Ese criterio nos lo dará el amor.
Hablamos aquí de amor no entendido como un sentimiento, sino como la decisión de buscar el bien y lo mejor
para la otra persona. Así, lo más opuesto a amar será usar. En efecto, al
usar, se busca el propio bien a costa de la otra persona.
Si tomamos una postura inmanentista y definimos lo bueno y
lo malo desde nuestro deseo, en sexualidad, terminaremos usando al otro. Nos
alejaremos de nuestra perfección, nos corromperemos. En cambio, la postura
realista, según la cual lo bueno y lo malo dependen de la naturaleza, nos
demuestra que elegir el camino del amor perfecciona al ser humano, lo
plenifica. Este artículo fue
originalmente escrito en AmaFuerte.com.