11 de agosto 2021. Catequesis sobre la Carta a los Gálatas 4. La ley de Moisés. Audiencia del Papa Francisco. Aula Pablo VI. Hermanos y hermanas, ¡buenos días! « ¿Para qué la ley?» (Gálatas 3,19). Esta es la pregunta en la que, siguiendo a San Pablo, queremos profundizar hoy, para reconocer la novedad de la vida cristiana animada por el Espíritu Santo. ¿Pero si está el Espíritu Santo, si está Jesús que nos ha redimido, para qué la Ley? Sobre esto debemos reflexionar hoy. El apóstol escribe: «Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gálatas 5,18). Sin embargo, los detractores de Pablo sostenían que los Gálatas tendrían que seguir la Ley para ser salvados. Volvían atrás. Estaban como nostálgicos de otros tiempos, de los tiempos antes de Jesucristo. El apóstol no está en absoluto de acuerdo. No es en estos términos que se había acordado con los otros apóstoles en Jerusalén.
Él recuerda bien las palabras de Pedro cuando sostenía: « ¿Por
qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los
discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?» (Hechos
15,10). Las disposiciones que surgieron en ese “primer concilio” - el primer
Concilio ecuménico fue el de Jerusalén y las disposiciones surgidas de ese
Concilio eran muy claras, y decían: «Que hemos
decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas
indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de
los animales estrangulados y de la impureza» (Hechos 15,28-29). Algunas cosas
que tocaban el culto a Dios, la idolatría, y tocaban también la forma de
entender la vida de ese tiempo.
Cuando Pablo habla de
la Ley, hace referencia normalmente a la Ley mosaica, a la Ley de Moisés, a los
Diez Mandamientos. Esta estaba relacionada con la Alianza que Dios había
establecido con su pueblo, un camino para preparar esta Alianza. Según varios
textos del Antiguo Testamento, la Torah – que es el término hebreo con el que
se indica la Ley – es la recopilación de todas esas prescripciones y normas que
los israelitas deben observar, en virtud de la Alianza con Dios. Una síntesis
eficaz de qué es la Torah se puede encontrar en este texto del Deuteronomio que
dice así: «Porque de nuevo se complacerá Yahveh en tu felicidad, como se
complacía en la felicidad de tus padres, si tú escuchas la voz de Yahveh tu
Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el
libro de esta Ley, si te conviertes a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con
toda tu alma» (30,9-10).
La observancia de la
Ley garantizaba al pueblo los beneficios de la Alianza y garantizaba el vínculo
particular con Dios. Este pueblo, esta gente, estas personas, están
vinculadas a Dios y hacen ver esta unión con Dios en el cumplimiento, en la
observancia de la Ley. Estrechando la Alianza con Israel, Dios le había ofrecido la Torah, la Ley, para que pudiera comprender su
voluntad y vivir en la justicia. Pensemos que en esa época había necesidad
de una Ley así, fue un gran regalo que Dios hizo a su pueblo, ¿por qué? Porque
en esa época había paganismo por
todos lados, la idolatría por todos
lados y las conductas humanas que derivan de la idolatría y por esto el gran
regalo de Dios a su pueblo es la Ley para ir adelante. En más de una ocasión,
sobre todo en los libros de los profetas, se constata que la no observancia de
los preceptos de la Ley constituía una verdadera traición a la Alianza,
provocando la reacción de la ira de Dios. El vínculo entre Alianza y Ley era
tan estrecho que las dos realidades eran inseparables. La Ley es la expresión que una persona, un pueblo está en alianza con
Dios.
A la luz de todo esto es fácil entender el buen juego que
tendrían esos misioneros que se habían infiltrado entre los Gálatas para
sostener que la adhesión a la Alianza conllevaba también la observancia de la
Ley mosaica, así como era en esa época. Sin embargo, precisamente sobre esto
punto podemos descubrir la inteligencia espiritual de san Pablo y las grandes
intuiciones que él ha expresado, sostenido por la gracia recibida para su
misión evangelizadora.
El apóstol explica a
los Gálatas que, en realidad, la Alianza con Dios y la Ley mosaica no están
vinculadas de forma indisoluble. El primer elemento sobre el que se apoya
es que la Alianza establecida por Dios con Abraham se basó en la fe en el
cumplimiento de la promesa y no en la observancia de la Ley, que todavía no
estaba. Abraham empezó a caminar siglos
antes que la Ley. Escribe el apóstol: «Y digo yo: Un testamento ya hecho
por Dios en debida forma [con Abraham], no puede ser anulado por la ley, que
llega cuatrocientos treinta años más tarde [con Moisés], de tal modo que la
promesa quede anulada. Pues si la
herencia dependiera de la Ley, ya no procedería de la promesa, y sin
embargo Dios otorgó a Abraham su favor en forma de promesa» (Gal 3,17-18). La promesa estaba antes que la Ley y la
promesa a Abraham, y vino la ley 430 años después. La palabra “promesa” es
muy importante: el pueblo de Dios, nosotros cristianos, caminamos en la vida
mirando una promesa; la promesa es precisamente lo que nos atrae, nos atrae
para ir adelante al encuentro con el Señor.
Con este razonamiento, Pablo alcanza un primer objetivo: la Ley no es la base de la Alianza porque
llegó sucesivamente, era necesaria y justa pero primero estaba la promesa, la
Alianza.
Un argumento como este pone en evidencia a los que sostienen
que la Ley mosaica sea parte constitutiva de la Alianza. No, la alianza está
primero, es la llamada a Abraham. La
Torah, la ley, de hecho, no está incluida en la promesa hecha a Abraham.
Dicho esto, no se debe pensar que san Pablo fuera contrario a la Ley mosaica.
No, la observa. Más de una vez, en sus Cartas, defiende su origen divino y
sostiene que esta posee un rol bien preciso en la historia de la salvación.
Pero la Ley no da la vida, no ofrece el
cumplimiento de la promesa, porque no está en la condición de poder
realizarla. La Ley es un camino que te lleva adelante hacia el encuentro. Pablo
usa una palabra muy importante, la Ley
es el “pedagogo” hacia Cristo, el pedagogo hacia la fe en Cristo, es decir
el maestro que te lleva de la mano al encuentro. Quien busca la vida necesita
mirar a la promesa y a su realización en Cristo.
Queridos, esta primera exposición del apóstol a los Gálatas
presenta la novedad radical de la vida cristiana: todos los que tienen fe en Jesucristo están llamados a vivir en el
Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a
cumplimiento según el mandamiento del amor. Esto es muy importante, la Ley nos
lleva a Jesús. Pero alguno de vosotros puede decirme: “Pero, padre, una cosa:
¿esto quiere decir que si yo rezo el Credo no tengo que cumplir los
Mandamientos? No, los Mandamientos tienen actualidad en el sentido de que son
los “pedagogos” que te llevan al encuentro con Jesús. Pero si tú dejas de lado
el encuentro con Jesús y quieres volver para dar más importancia a los
Mandamientos, eso no va bien. Y precisamente este era el problema de estos
misioneros fundamentalistas que se mezclaron entre los gálatas para
desorientarles. Que el Señor nos ayude a caminar sobre el camino de los
Mandamientos, pero mirando al amor a Cristo hacia el encuentro con Cristo,
sabiendo que el encuentro con Jesús es
más importante que todos los Mandamientos. Fuente: Vatican. Va. Imagen de
Vatican. Va