8 de agosto 2021. “Yo soy el pan de la vida” Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco, Plaza de san Pedro. Décimo noveno domingo tiempo ordinario, Ciclo B. ”Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!- En el Evangelio de la Liturgia de hoy, Jesús sigue predicando a la gente que ha visto el prodigio de la multiplicación de los panes. E invita a esas personas a dar un salto de calidad: después de haber recordado el maná, con el que Dios había saciado el hambre a los padres a lo largo del camino a través del desierto, ahora aplica el símbolo del pan a sí mismo. Dice claramente: «Yo soy el pan de la vida» (Juan 6,48).
¿Qué significa pan de la vida? Para vivir se necesita el
pan. Quien tiene hambre no pide comidas refinadas y caras, pide pan. Quien no
tiene trabajo no pide sueldos altos, sino el “pan” de un empleo. Jesús se revela como el pan, es decir lo
esencial, lo necesario para la vida de cada día, sin Él no funciona.
No un pan entre muchos otros, sino el pan de la vida. En
otras palabras, nosotros, sin Él, más
que vivir, sobrevivimos: porque solo Él nos nutre el alma, solo Él nos
perdona de ese mal que solos no conseguimos superar, solo Él nos hace sentir
amados aunque todos nos decepcionen, solo Él nos da la fuerza de amar, solo Él
nos da la fuerza de perdonar en las dificultades, solo Él da al corazón esa paz
que busca, solo Él da la vida para siempre cuando la vida aquí en la tierra se
acaba. Y el pan esencial de la vida.
“Yo soy el pan de la vida”, dice. Permanecemos sobre esta
bonita imagen de Jesús. Habría podido hacer un razonamiento, una demostración,
pero – lo sabemos – Jesús habla en parábolas, y en esta expresión: “Yo soy el pan de la vida”, resume
verdaderamente todo su ser y toda su misión. Esto se verá plenamente al
final, en la Última Cena. Jesús sabe que el Padre le pide no solo dar de comer
a la gente, sino darse a sí mismo, partirse a sí mismo, la propia vida, la
propia carne, el propio corazón para que nosotros podamos tener la vida. Estas palabras
del Señor despiertan en nosotros el estupor por el don de la Eucaristía. Nadie en este mundo, por mucho que ame a
otra persona, puede hacerse alimento para ella. Dios lo ha hecho, y lo
hace, por nosotros. Renovemos este estupor. Hagámoslo adorando el Pan de vida,
porque la adoración llena la vida de estupor.
En el Evangelio, sin embargo, en vez de asombrarse, la gente
se escandaliza, se rasga las vestiduras. Piensan: “¿No es éste Jesús, hijo de
José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del
cielo?” (cfr vv. 41-42). También nosotros quizá nos escandalizamos: nos sería
más cómodo un Dios que está en el Cielo sin entrometerse en nuestra vida,
mientras nosotros podemos gestionar los asuntos de aquí abajo. Sin embargo Dios
se ha hecho hombre para entrar en lo concreto del mundo, para entrar en nuestra
concreción, Dios se ha hecho hombre por mí, por ti, por todos nosotros, para
entrar en nuestra vida. Y le interesa todo de nuestra vida. Podemos hablarle de
los afectos, el trabajo, la jornada, los dolores, las angustias, muchas cosas.
Le podemos decir todo porque Jesús desea esta intimidad con nosotros. ¿Qué no
desea? Ser relegado a segundo plano – Él que es el pan- ser descuidado y dejado de lado, o llamado
solo cuando tenemos necesidad.
Yo soy el pan de la vida. Al menos una vez al día nos
encontramos comiendo juntos; quizá por la noche, en familia, después de una
jornada de trabajo o de estudio. Sería bonito, antes de partir el pan, invitar
a Jesús, pan de vida, pidiéndole con sencillez que bendiga lo que hemos hecho y
lo que no hemos conseguido hacer. Invitémosle a casa, recemos de forma
“doméstica”. Jesús estará en la mesa con nosotros y seremos alimentados por un
amor más grande.
La Virgen María, en la cual el Verbo se ha hecho carne, nos
ayude a crecer día tras día en la amistad de Jesús, pan de vida. Fuente:
Vatican. Va