1 de agosto 2021. NO BASTA CON BUSCAR A DIOS. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Domingo dieciocho del tiempo ordinario, ciclo B. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La escena inicial del Evangelio en la liturgia de hoy (cf. Juan 6,24-35) nos muestra algunas barcas que se dirigen hacia Cafarnaúm: la multitud está yendo a buscar a Jesús. Podríamos pensar que sea algo muy bueno, sin embargo, el Evangelio nos enseña que no basta con buscar a Dios, también hay que preguntarse por qué lo buscamos. De hecho, Jesús dice: "Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado". La gente, efectivamente, había asistido al prodigio de la multiplicación de los panes, pero no había captado el significado de aquel gesto: se había quedado en el milagro exterior y se había quedado en el pan material, solamente allí, sin ir más allá, al significado.
He aquí, una primera pregunta que podemos hacernos: ¿Por qué
buscamos al Señor? ¿Por qué busco yo al Señor? ¿Cuáles son las motivaciones de
mi de, de nuestra fe? Necesitamos discernirlo porque entre las muchas
tentaciones que tenemos en la vida, entre las tantas tentaciones hay una que podríamos
llamar tentación idolátrica. Es la que nos impulsa a buscar a Dios para nuestro
propio provecho, para resolver los problemas, para tener gracias a Él lo que no
podemos conseguir por nosotros mismos, por interés. Pero así, la fe es
superficial y -me permito la palabra- la fe es milagrera: buscamos a Dios para
que nos alimente y luego nos olvidamos de Él cuando estamos satisfechos. En el centro de esta fe inmadura no está
Dios, sino nuestras necesidades. Pienso en nuestros intereses, en tantas
cosas...Es justo presentar nuestras necesidades al corazón de Dios, pero el
Señor, que actúa mucho más allá de nuestras expectativas, desea vivir con
nosotros ante todo en una relación de amor. Y el verdadero amor es
desinteresado, es gratuito: ¡no se ama para recibir un favor a cambio! Eso es
interés; y tantas veces en la vida somos interesados.
Nos puede ayudar una segunda pregunta que la multitud dirige
a Jesús: "¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? (v. 28). Es
como si la gente, provocada por Jesús, dijera: "¿Cómo podemos purificar
nuestra búsqueda de Dios?, ¿Cómo pasar de una fe mágica, que sólo piensa en las
propias necesidades, a la fe que agrada a Dios?". Y Jesús indica el
camino: responde que la obra de Dios es acoger a quien el Padre ha enviado, es
decir, acogerle a Él mismo, a Jesús. No
es añadir prácticas religiosas u observar preceptos especiales; es acoger a
Jesús, es acogerlo en la vida y vivir una historia de amor con Jesús. Será
Él quien purifique nuestra fe. No podemos hacerlo por nosotros mismos. Pero el
Señor desea una relación de amor con nosotros: antes de las cosas que recibimos
y hacemos, está Él para amar. Hay una relación con Él que va más allá de la
lógica del interés y del cálculo.
Esto es así con respecto a Dios, pero también en nuestras
relaciones humanas y sociales: cuando buscamos sobre todo la satisfacción de
nuestras necesidades, corremos el riesgo de utilizar a las personas y explotar
las situaciones para nuestros fines. Cuántas veces hemos escuchado de una
persona: “Pero esta usa a la gente y luego se olvida” Usar a las personas por
el interés proprio. Está muy mal. Y una sociedad cuyo centro sean los intereses
en lugar de las personas es una sociedad que no genera vida. La invitación del
Evangelio es ésta: en lugar de preocuparnos sólo por el pan material que nos
quita el hambre, acojamos a Jesús como
pan de vida y, a partir de nuestra amistad con Él, aprendamos a amarnos entre
nosotros. Con gratuidad y sin cálculo. Amor gratuito y sin cálculos, sin
usar a la gente, con gratuidad, con generosidad, con magnanimidad.
Recemos ahora a la Virgen Santa, a la que vivió la más bella
historia de amor con Dios, para que nos dé la gracia de abrirnos al encuentro
con su Hijo. Fuente: Vatican. Va