25 de diciembre 2021. Mensaje Urbi et Orbi, Papa Francisco. Basílica Vaticana. Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad! La Palabra de Dios, que ha creado el mundo y da sentido a la historia y al camino del hombre, se hizo carne y vino a habitar entre nosotros. Apareció como un susurro, como el murmullo de una brisa ligera, para colmar de asombro el corazón de todo hombre y mujer que se abre al misterio.
El Verbo se hizo carne para dialogar con nosotros. Dios no
quiere tener un monólogo, sino un diálogo. Porque Dios mismo, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, es diálogo, eterna e infinita comunión de amor y de vida.
Dios nos mostró el
camino del encuentro y del diálogo al venir al mundo en la Persona del
Verbo encarnado. Es más, Él mismo encarnó en sí mismo este camino, para que
nosotros pudiéramos conocerlo y recorrerlo con confianza y esperanza.
Hermanas, hermanos, «qué sería el mundo sin ese diálogo
paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a
comunidades» (Carta encíclica. Fratelli Tutti, 198). En este tiempo de pandemia
nos damos cuenta de esto todavía más. Se pone a prueba nuestra capacidad de
relaciones sociales, se refuerza la tendencia a cerrarse, a valerse por uno
mismo, a renunciar a salir, a encontrarse, a colaborar. También en el ámbito
internacional existe el riesgo de no querer dialogar, el riesgo de que la
complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más
lentos del diálogo; pero son estos, en realidad, los únicos que conducen a la
solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos.
En efecto, mientras el anuncio del nacimiento del Salvador,
fuente de la verdadera paz, resuena a nuestro alrededor y en el mundo entero,
vemos todavía muchos conflictos, crisis y contradicciones. Parece que no
terminan nunca y casi pasan desapercibidos. Nos hemos habituado de tal manera
que inmensas tragedias ya se pasan por alto; corremos el riesgo de no escuchar
los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas.
Pensemos en el pueblo sirio, que desde hace más de un decenio
vive una guerra que ha provocado muchas víctimas y un número incalculable de
refugiados. Miremos a Irak, que después de un largo conflicto todavía tiene
dificultad para levantarse. Escuchemos el grito de los niños que se alza desde
Yemen, donde una enorme tragedia, olvidada por todos, se está perpetrando en
silencio desde hace años, provocando muertos cada día.
Recordemos las continuas tensiones entre israelíes y
palestinos que se prolongan sin solución, con consecuencias sociales y
políticas cada vez mayores. No nos olvidemos de Belén, el lugar en el que Jesús
vio la luz, que vive tiempos difíciles, también a causa de las dificultades
económicas provocadas por la pandemia, que impide a los peregrinos llegar a
Tierra Santa, con efectos negativos en la vida de la población. Pensemos en el
Líbano, que sufre una crisis sin precedentes con condiciones económicas y
sociales muy preocupantes.
Pero he aquí, en medio de la noche, el signo de esperanza.
Hoy «el amor que mueve el sol y las otras estrellas» (Paraíso, XXXIII, 145),
como dice Dante, se hizo carne. Vino en forma humana, compartió nuestros dramas
y rompió el muro de nuestra indiferencia. En el frío de la noche extiende sus
pequeños brazos hacia nosotros, está necesitado de todo, pero viene a darnos
todo. A Él pidámosle la fuerza de abrirnos al diálogo. En este día de fiesta le
imploramos que suscite en nuestros corazones anhelos de reconciliación y de
fraternidad. A Él dirijamos nuestra súplica.
Niño Jesús, concede paz y concordia a Oriente Medio y al
mundo entero. Sostén a todos los que están comprometidos en la asistencia
humanitaria a las poblaciones que se ven forzadas a huir de su patria; consuela
al pueblo afgano, que desde hace más de cuarenta años es duramente probado por
conflictos que obligan a muchos a dejar el país.
Rey de las naciones, ayuda a las autoridades políticas a
pacificar las sociedades devastadas por tensiones y conflictos. Sostén al
pueblo de Myanmar, donde la intolerancia y la violencia también golpean
frecuentemente a la comunidad cristiana y los lugares de culto, y opacan el
rostro pacífico de sus gentes.
Sé luz y sostén para quienes creen y trabajan en favor del
encuentro y del diálogo, yendo incluso contra corriente, y no permitas que se
propaguen en Ucrania las metástasis de un conflicto gangrenoso.
Príncipe de la Paz, asiste a Etiopía para que vuelva a
encontrar el camino de la reconciliación y la paz a través de un debate
sincero, que ponga las exigencias de la población en primer lugar. Escucha el
grito de los pueblos de la región del Sáhel, que padecen la violencia del
terrorismo internacional. Dirige tu mirada a los pueblos de los países del
Norte de África que sufren a causa de las divisiones, el desempleo y la
desigualdad económica, y alivia los sufrimientos de muchos hermanos y hermanas
que sufren por los conflictos internos de Sudán y Sudán del Sur.
Haz que en los corazones de los pueblos del continente
americano prevalezcan los valores de la solidaridad, la reconciliación y la
pacífica convivencia, a través del diálogo, el respeto recíproco y el
reconocimiento de los derechos y los valores culturales de todos los seres
humanos.
Hijo de Dios, conforta a las víctimas de la violencia contra
las mujeres que se difunde en este tiempo de pandemia. Ofrece esperanza a los
niños y a los adolescentes víctimas de intimidación y de abusos. Da consuelo y
afecto a los ancianos, sobre todo a los que se encuentran más solos. Concede
serenidad y unidad a las familias, lugar primordial para la educación y base
del tejido social.
Dios con nosotros, concede salud a los enfermos e inspira a
todas las personas de buena voluntad para que encuentren las soluciones más
adecuadas que ayuden a superar la crisis sanitaria y sus consecuencias. Haz que
los corazones sean generosos, para hacer llegar la asistencia necesaria,
especialmente las vacunas, a las poblaciones más pobres. Recompensa a todos los
que demuestran responsabilidad y entrega al hacerse cargo de sus familiares, de
los enfermos y de los más débiles.
Niño de Belén, permite que los prisioneros de guerra, civiles
y militares, de los conflictos recientes, y quienes están encarcelados por
razones políticas puedan volver pronto a sus hogares. No nos dejes indiferentes
ante el drama de los emigrantes, de los desplazados y de los refugiados. «Sus
ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad
que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas» [1].
Verbo eterno que te has hecho carne, haznos diligentes hacia
nuestra casa común, que también sufre por la negligencia con la que
frecuentemente la tratamos, y motiva a las autoridades políticas a llegar a
acuerdos eficaces para que las próximas generaciones puedan vivir en un
ambiente respetuoso para la vida.
Queridos hermanos y hermanas:
Muchas son las dificultades de nuestro tiempo, pero más
fuerte es la esperanza, porque «un niño nos ha nacido» (Isaías 9,5). Él es la
Palabra de Dios y se ha hecho un infante, sólo capaz de llorar y necesitado de
todo. Ha querido aprender a hablar, como cada niño, para que aprendiésemos a
escuchar a Dios, nuestro Padre, a escucharnos entre nosotros y a dialogar como
hermanos y hermanas. Oh Cristo, nacido por nosotros, enséñanos a caminar
contigo por los senderos de la paz.
¡Feliz Navidad a todos! Fuente e Imagen, de: Vatican. Va.