26 de noviembre 2019. EN MEDIO DE LA CONFUSIÓN… Autor: Padre,
Mario García Isaza cm. Formador,
Seminario Mayor, Arquidiócesis de Ibagué. Los colombianos estamos viviendo un
momento de tremenda confusión. No es fácil desentrañar ni los verdaderos
orígenes, ni los reales propósitos, ni las consecuencias, previsibles o
imprevisibles, del llamado paro del 21 de noviembre y de todo lo que ha seguido
aconteciendo a partir de él. Y evidentemente existe el riesgo, al analizar esos
factores, de caer en explicaciones simplistas, unívocas, de realidades que son
muy complejas y en las que con seguridad se mezclan múltiples elementos.
Leyendo o escuchando los análisis que hacen las distintas autoridades, los
politólogos, los periodistas, los que de algún modo han sido protagonistas en
los sucesos, los analistas de la situación colombiana y latinoamericana, uno
diría que crece el desconcierto. ¡Son tan distintas, a veces tan
contradictorias, las explicaciones que se dan de lo que ha pasado, y tan
diversas las propuestas de lo que debería hacerse!
Yo, sin el más mínimo propósito
de posar de politólogo, pero sí con el corazón estrujado y con la clara percepción
de que sobre nuestra patria se ciernen
gravísimos peligros, y, por supuesto, convencido hasta la medula de que sólo el
rescate de los principios emanados del Evangelio nos puede librar de ellos,
aporto esta reflexión. Ante todo, tengo la certeza de que si hay colombianos
que se muestran proclives a ideas y a
proyectos que, por un lado van en contravía de los valores éticos,
antropológicos y sociales cristianos, y por otro le abren las puertas,
insensatos y ciegos, a la corriente ideológica comunista que aúpa tras
bambalinas los movimientos de protesta en Latinoamérica, es porque desde hace
años, en los organismos oficiales de nuestro país, quiero decir en las altas
Cortes, en el parlamento, en la fiscalía, en algunos de los ministerios,
especialmente el de educación y el de salud, fueron sistemáticamente
enquistándose personajes siniestros, con un propósito, generalmente camuflado
hipócritamente: el de ir minando poco a poco los cimientos cristianos de la
sociedad colombiana.
De los sucesos dolorosísimos de
estos últimos días; del daño material y social que las turbas vociferantes,
integradas en su mayoría por estudiantes, indígenas y otros que ni saben por
qué o contra qué protestan, han causado;
de las muchas heridas, físicas y morales que hoy sangran y nos duelen, hay, por
supuesto, culpables. En alguna medida, lo somos todos nosotros; por acción o
por omisión. Por cobardones. Porque nos
hemos dejado anestesiar, y ya no reaccionamos como deberíamos hacerlo en defensa de los valores y principios que
profesamos. Sí, pero hay otros directamente culpables, a quienes no se
sindica y que deberían ser enjuiciados. ¿Acaso el presidente de FECODE, o el de
la central comunista CUT, o el señor Petro, no sabían lo que iba a pasar en las
“marchas” que promovían? ¡Claro que lo sabían! Es que era eso lo que buscaban.
Y cuando en medio de la tumultuosa caminata se ve a los senadores Cepeda y
Cristo agitando las manos con una sonrisa de triunfo mientras simultáneamente
sus encapuchados torturan a los agentes del orden y destruyen los bienes de la
comunidad, a uno le parece escuchar un grito de victoria.
Nos duele, ¡y cuánto!, la muerte
de unos niños barridos a la luz por el estallido de las bombas en una guarida
guerrillera; pero los verdaderos culpables son quienes allí los tenían
criminalmente raptados. Nos duele, ¡y cuánto!, la muerte de un joven herido en
medio de la marcha; pero también nos duele, y no parece dolerles a los
promotores de la asonada, el sufrimiento de los agentes salvajemente golpeados,
o de las dos mujeres policías brutalmente agredidas por los encapuchados en la
sede del ICETEX. Vemos bien las veladas, con flores, luces y letreros, en
memoria y honor de Dylan; pero nos preguntamos: ¿dónde está el mensaje de
repudio de la CUT, o de FECODE, o de Petro y compañía, en solidaridad con los
abnegados agentes del orden que,
protegiendo a la comunidad, han resultado gravemente lastimados, o con
los que han visto sus negocios destruidos por los vándalos que ellos instigan?
Reconocemos sin reticencia que hay muchos problemas, que el pueblo colombiano
enfrenta múltiples necesidades insatisfechas.
Pero en grandísima parte ellas
son consecuencia de lo que la nación recibió en herencia de quienes antes nos
desgobernaron, y es un desatino exigir soluciones que precisamente esa herencia
hace difíciles o imposibles a corto plazo. Se requiere, cómo dudarlo, que el
gobierno desarrolle programas serios que, en todos los terrenos, vayan cerrando
la brecha de injusticia e inequidad que hiere la sociedad colombiana. Pero no
es destruyendo los bienes que sirven a todos como se logrará ese propósito.
En medio de la confusión, nos
hará mucho bien el recordar las hermosas palabras con que el santo padre
Francisco nos habló, el 7 de septiembre de 2017, en el parque Las Malocas :
“Quisiera, como hermano y como padre, decir: Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios, déjate reconciliar. No le
temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos, no tengan miedo de pedir y de ofrecer perdón. No
se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y
superar las enemistades. Es hora de
sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios y abrirse a la convivencia basada
en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del
encuentro fraterno”. Esta orientación
luminosa, y no las desatentadas incitaciones al desorden, marcan nuestro
camino. ¡Dios nos tenga de su mano! Correo del Autor: magarisaz@hotmail.com