Evangelio
para el domingo 10 de noviembre 2019. « °°° Cuando Jesús estaba en Jerusalén,
se le acercaron unos saduceos, lo que dicen que no hay resurrección. Le
presentaron el siguiente caso: Maestro Moisés dejó escrito que si un hombre
casado muere sin dejar hijos, el hermano del difunto, debe casarse con la viuda
para procurar descendencia a su hermano.” (Lucas 20, 27-38). El Dios que hemos
conocido, el Dios que profesamos, el Dios por el cual somos nos movemos y existimos;
debe ser necesariamente un Dios de vivos y no de muertos. La resurrección corre
el velo de todo el misterio de Cristo como hombre y como Dios. Reafirma la obra
del Padre Celestial con su propósito intenso de la salvación del mundo.
La
propuesta parece un poco extraña; cualquier persona sabe y cree que Jesús murió
y resucitó, que está vivo, en medio de nosotros, presente en la Eucaristía. Lo
complicado es que vivamos una fe según el espíritu de un Dios vivo. Nuestra
tentación nos inclina más hacia la muerte, todo se termina, todo se acaba. No
es fácil que una persona entienda la vida desde la resurrección, desde la
eternidad. Alguien decía: Todos desean la salvación, la vida eterna, pero nadie
se quiere morir.
Los saduceos eran una élite aristocrática
de latifundistas y comerciantes. También eran conservadores. No aceptaban la fe
en la resurrección. Para criticar y ridiculizar la fe en la resurrección,
contaban casos ficticios para mostrar que la fe en la resurrección llevaría a
la persona al absurdo. Ahora, creer en
la resurrección, es un componente esencial en la doctrina cristiana. El mismo
Hijo de Dios proclama una vida más allá de la muerte. “Yo soy el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob; pues bien: Él es Dios de vivos y no
de muertos.” (Mateo 22, 32). El cielo, no es la tierra mejorada. El cielo es el
ámbito de Dios y donde la vida es participación en la plenitud divina. Allí no
se vive de la experiencia de lo limitado sino de lo que no muere. Jesús de
Nazareth; él mismo es la resurrección y la vida, (cf. Juan 11,25).
Decir
que los muertos resucitan, tiene su razón de ser en la resurrección del
Maestro. Si no se cree en la resurrección de Cristo, tanto el anuncio como la
fe, carecen de sentido. (cf. 1 Corintios 15, 14). La resurrección, no es una
ideología, no es un sistema filosófico, sino es un camino de fe que parte de un
advenimiento, testimoniado por los primeros discípulos de Jesús: afirmaba el
Papa Francisco en su catequesis. “Ser cristianos significa no partir de la
muerte, sino del amor de Dios por nosotros, que ha derrotado a nuestra acérrima
enemiga. Dios es más grande que la nada, y basta sólo una luz encendida para
vencer la más oscura de las noches.” Cuida tu salud: No nacimos para morir,
sino para vivir. La respuesta está en la eternidad. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.