9 de noviembre 2019. “Es más fácil reprimir que educar. Según
algunos”. Discurso del Papa Francisco: Los saludo cordialmente a todos ustedes
que participan en este Encuentro sobre el Desarrollo Humano Integral y la
Pastoral Penitenciaria Católica. Cuando encomendé al Dicasterio para el
Servicio del Desarrollo Humano Integral que hiciera patente la preocupación de
la Iglesia por las personas en particulares situaciones de sufrimiento, quise
que se tuviera en cuenta la realidad de tantos hermanos y hermanas
encarcelados. Pero no es una tarea señalada sólo para el Dicasterio, sino que
es toda la Iglesia en fidelidad a la misión recibida de Cristo, la que está
llamada a actuar permanentemente la misericordia de Dios en favor de los más
vulnerables y desamparados en quienes está presente Jesús mismo (cf. Mateo
25,40). Vamos a ser juzgados sobre esto.
Como ya he señalado en otros momentos, la situación de las
cárceles sigue siendo reflejo de nuestra realidad social y consecuencia de
nuestro egoísmo e indiferencia sintetizados en una cultura del descarte (cf.
Discurso en la visita al Centro de Readaptación Social de Ciudad Juárez, 17
febrero 2016). Muchas veces la sociedad, mediante decisiones legalistas y
deshumanas justificadas en una supuesta búsqueda del bien y la seguridad,
procura con el aislamiento y el encarcelamiento de quien actúa contra las normas
sociales, la solución última a los problemas de la vida de comunidad. Y así se justifica que se destinen grandes
cantidades de recursos públicos a reprimir a los infractores en vez de procurar
verdaderamente la promoción de un desarrollo integral de las personas que
reduzca las circunstancias que favorecen la realización de acciones ilícitas.
Es más fácil reprimir
que educar, y yo diría, es más cómodo también. Negar la injusticia presente
en la sociedad es más fácil y crear estos espacios para encerrar en el olvido a
los infractores, que ofrecer la igualdad de oportunidades de desarrollo a todos
los ciudadanos. Es un modo de descarte, “descarte educado” entre comillas.
Además, no pocas veces los lugares de detención fracasan en
el objetivo de promover los procesos de reinserción, sin duda alguna porque
carecen de recursos suficientes que permitan atender los problemas sociales,
psicológicos y familiares experimentados por las personas detenidas, así como
por una frecuente superpoblación en las cárceles que las convierte en verdaderos lugares de despersonalización. En
cambio, una verdadera reinserción social comienza garantizando oportunidades de
desarrollo, educación, trabajos dignos, acceso a la salud, así como generando
espacios públicos de participación ciudadana.
Hoy, de manera especial, nuestras sociedades están llamadas
a superar la estigmatización de quien ha cometido un error, pues en vez de
ofrecer la ayuda y los recursos adecuados para vivir una vida digna, nos hemos habituado a desechar más que a
considerar los esfuerzos que la persona realiza para corresponder al amor de
Dios en su vida. Muchas veces al salir de la prisión, la persona se
encuentra a un mundo que le es ajeno, y que además no lo reconoce digno de
confianza, llegando incluso a excluirlo de la posibilidad de trabajar para
obtener un digno sustento. Al impedir a las personas recuperar el pleno
ejercicio de su dignidad, éstas quedan nuevamente expuestas a los peligros que
acompañan la falta de oportunidad de desarrollo, en medio de la violencia y la
inseguridad.
Como comunidades cristianas debemos plantearnos una
pregunta. Si estos hermanos y hermanas han pagado ya la pena por el mal
cometido, ¿por qué se pone sobre sus
hombros un nuevo castigo social con el rechazo y la indiferencia? En muchas
ocasiones, esta aversión social es un motivo más para exponerlos a reincidir en
las propias faltas.
Hermanos: En este encuentro, ustedes han compartido ya
algunas de las numerosas iniciativas con las que las Iglesias locales acompañan
pastoralmente a los detenidos, a los que concluyen la detención y a las
familias de muchos de ellos. Con la inspiración de Dios, cada comunidad
eclesial va asumiendo un camino propio para hacer presente la misericordia del
Padre a todos estos hermanos y hacen resonar una llamada permanente para que
todo hombre y toda sociedad busquen actuar firme y decididamente en favor de la
paz y de la justicia.
Tenemos la seguridad de que las obras que la Misericordia
Divina inspira en cada uno de ustedes y en los numerosos miembros de la Iglesia
dedicados a este servicio son verdaderamente eficaces. El amor de Dios que los
sostiene y anima en el servicio a los más débiles, fortalezca y acreciente este
ministerio de esperanza que cada día realizan entre los encarcelados. Rezo por
cada persona que desde el silencio generoso sirve a estos hermanos,
reconociendo en ellos al Señor. Me congratulo con todas las iniciativas con las
que, no sin dificultades, también se asiste pastoralmente a las familias de los
detenidos y las acompañan en ese período de gran prueba, para que el Señor
bendiga a todos.
Quisiera terminar con dos imágenes, dos imágenes que pueden
ayudar. No se puede hablar de un ajuste de deuda con la sociedad en una cárcel
sin ventanas. No hay una pena humana sin
horizonte. Nadie puede cambiar de vida si no ve un horizonte. Y tantas
veces estamos acostumbrados a tabicar las miras de nuestros reclusos. Llévense
esta imagen de las ventanas y el horizonte, y procuren que en vuestros países
siempre las prisiones, las cárceles tengan ventana y horizonte, incluso una
pena perpetua, que para mí es discutible, incluso una pena perpetua tendría que
tener un horizonte.
La segunda imagen, es una imagen que yo vi varias veces
cuando en Buenos Aires iba con el colectivo a alguna parroquia de la zona de
Villa Devoto y pasaba por la Cárcel de Devoto. La cola de la gente que iba a
visitar a los detenidos. Sobre todo la imagen de las madres, las madres de los
detenidos que las veía todo el mundo, porque estaban haciendo cola una hora
antes de entrar y que después eran sometidas a las revisiones de seguridad,
muchas veces humillantes. Esas mujeres no tenían vergüenza de que las viera
todo el mundo. Mi hijo está allí y daban la cara por el hijo. Que la Iglesia
aprenda maternalidad de estas mujeres y aprenda los gestos de maternalidad que
tenemos que tener para con estos hermanos y hermanas que están detenidos. La
ventana y la madre haciendo cola son las dos imágenes que les dejo.
Con el testimonio y servicio que ustedes realizan, mantienen
viva la fidelidad a Jesucristo. Que al final de nuestra vida podamos escuchar
la voz de Cristo que nos llama diciendo: «Vengan, benditos de mi Padre, reciban
la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.
Porque cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, me lo
hicieron a mí » (Mateo 25,34.40). Que Nuestra Señora de la Merced los acompañe
a ustedes, a sus familias y a cada uno de los que sirven a los encarcelados. Y
por favor no se olviden de rezar por mí.
Gracias. Fuente: Zenit. Org.