1 de mayo 2020. ¿UNA NUEVA IGLESIA? ¡NO!- Cordial glosa al
Dr. John Marulanda. Autor: Padre, Mario
García Isaza c.m. Formador, Seminario mayor, Arquidiócesis de Ibagué.
En dos periódicos virtuales que suelo leer diariamente, (LA
LINTERNA AZUL Y LA PORTADA-PERIÓDICO DEBATE) encontré ayer un comentario, agudo
y enjundioso como todos los suyos, del doctor John Marulanda. “La Iglesia:
entre pandemia y tecnología”, su título. Su contenido, respetuoso, con algunas
chispas de humor, con intentos interpretativos de lo que está sucediendo en
estos momentos con la acción pastoral y litúrgica de la Iglesia, y con un
trasfondo de preocupación en el que adivina una muy sana y legítima inquietud. Y su colofón, su interrogante final, éste: ”Una
nueva Iglesia?
Me tomo la libertad de hacer una muy cordial glosa a lo
escrito por el Doctor Marulanda.
El hecho, que nosotros los sacerdotes lamentamos mucho más
que los fieles laicos, de tener los templos cerrados, no es otra cosa que un
acto de responsabilidad, por un lado, y de docilidad y acatamiento a las
disposiciones de la autoridad, por otro.
Créame, respetado doctor Marulanda,
que ese hecho significa para nosotros un sacrificio y es un motivo de pena; a
mí, que tengo como labor pastoral el ayudar a la formación de los futuros sacerdotes, me hacen
falta los alumnos, que fue necesario enviar a pasar la cuarentena con sus
familias; y me hace falta poder celebrar la Liturgia, especialmente la Santa
Misa, presidiendo una comunidad de fieles; y puedo asegurarle que a nuestros
párrocos les causa mucha pena el no poder reunir diariamente a los feligreses
para, con ellos, celebrar la Eucaristía, y no poder responder al deseo de
muchos de recibir la santa Comunión sacramental, o las palabras y signos del
perdón de Dios en el Sacramento de la reconciliación.
Más que nadie, le repito,
nosotros esperamos con ansia que se autorice la reapertura de nuestros templos;
pero vivimos esa esperanza con un profundo sentido de responsabilidad y
conscientes de que debemos acatar las disposiciones de la autoridad. Eso por
una parte. Por otra, y con el deseo de no privar totalmente de asistencia y de
acompañamiento espiritual a la comunidad, acudimos a las estupendas
posibilidades que nos brinda hoy la tecnología, y valiéndonos de las diversas
plataformas y recursos que ella tiene, invitamos a quienes lamentan no poder
asistir al templo, a unirse a las celebraciones, y a escuchar la palabra de
Dios a través de los medios, y a colmar
su hambre de Dios con la Comunión espiritual, y a nutrir, con todo ello, su
fe. No nos pasa por la cabeza, por
supuesto, que esto sea lo ideal; lo tomamos y lo vivimos como algo provisional,
que durará tanto como duren la prohibición de convocar grupos numerosos y el deber de evitar lo que pudiera favorecer
el contagio. No es una substitución de la celebración de los sacramentos.
Describe el doctor Marulanda, con
algo de ironía, la forma en que tal vez algunos siguen a través de los canales,
las celebraciones: arrellanados en un diván, tal vez en pijama, con una taza de
café en una mano y el móvil en la otra….y otros detalles por el estilo; y
establece un parangón entre esas circunstancias y la grandiosidad sobrecogedora
del templo, el recogimiento que él provoca, y la monodia del canto gregoriano
(entre otras cosas, el gregoriano no
es monodia…) . Pues, respetado doctor
John, no es eso lo que, transmitiendo las celebraciones a través de los medios
técnicos, queremos; nuestra invitación es a seguirlos con recogimiento y en
actitud de oración, personal y familiar; a volver realidad celebrativa una de
las dimensiones que se esconden en la hermosa expresión de la “iglesia
doméstica”, convencidos de que el Señor derramará sobre quien así obre las
bendiciones y gracias que nos otorga cuando participamos en las celebraciones
comunitarias en el templo.
Y su interrogante: ¿una nueva
Iglesia?. No, en modo alguno. Nadie puede siquiera imaginar que la Iglesia de
Jesucristo pueda ser refundada. Cuando esta acerba coyuntura de la pandemia
haya pasado, la Iglesia seguirá, en lo que le es esencial, siendo la misma. El
sacramento de salvación establecido por el Señor Jesús para llevar a término el
plan salvífico del Padre; la misma Iglesia establecida por el Señor sobre la
roca de Pedro y contra la cual nunca podrán cantar victoria las fuerzas del
mal. Una nueva Iglesia no; pero tal vez sí, y quiéralo Dios, una Iglesia
renovada. Se dice ahora con insistencia que después de esta tragedia, no
seremos los mismos, que el Estado no será el mismo, que todo será distinto.
Pues de nuestra santa Iglesia hay que decir: no será una nueva Iglesia, pero
sí, ¡hágalo Dios!, una iglesia renovada.
Que encarne mejor las líneas
trazadas por el Vaticano II; más cercana al pobre, al marginado; en la
cual los fieles laicos encuentren más
espacio para ejercer su sacerdocio bautismal; con un lenguaje más semejante al
de Aquel que nos hablaba en parábolas sacadas de la vida de los hombres; que
sea más familia, y redil, y menos tribunal o aduana, como ha dicho el Papa; una
iglesia más pascual, más transida de alegría y más capaz de infundir esperanza
en medio de los avatares de la vida; menos adusta; más capaz de revelar el
rostro del Dios de la misericordia; más lúcida para percibir e interpretar los
signos de los tiempos; más levadura en la masa, más luz para el mundo, más sal
de la tierra…No una nueva iglesia; sí, una Iglesia renovada por el Espíritu. Y
eso, tan hermoso, depende de todos nosotros; sacerdotes y laicos; si, dóciles a
la Gracia, que en este desierto de la cuarentena nos está urgiendo en lo íntimo de nosotros mismos para
que nos encontremos con Dios, salimos renovados espiritualmente, seremos no una
nueva Iglesia, pero sí una Iglesia renovada. Correo del autor: magarisaz@hotmail.com