19 de mayo 2021. ¿EL SINE ESTÁ EN CRISIS? Autor: Pbro. Raúl Ortiz Toro. Párroco, Parroquia del Divino Niño en Venadillo. Arquidiócesis de Ibagué (Colombia).
Como aparece titulado este ensayo intitulé el año pasado
2020 una carta con motivo de los 25 años de la llegada del SINE a Colombia,
dirigida a la Junta Directiva de la Red de Nueva Evangelización presidida por
el Señor Obispo de Pereira, Monseñor Rigoberto Corredor Bermúdez; con la idea
de escribir la historia del proceso SINE en Colombia y los grandes frutos que
este ha dado en cada una de las 38 diócesis que lo han implementado, el prelado
me sugirió poner por escrito las ideas que enseguida compartiré. Pocos días
después de enviada la carta se comunicó conmigo el padre Marco Antonio
Guerrero, recién designado como director de la Red de Nueva Evangelización
debido a la promoción al episcopado del entonces director, hoy Monseñor Ovidio
Giraldo Velásquez, obispo de Barrancabermeja. Luego de varias llamadas
telefónicas y cruce de correos electrónicos con el padre Guerrero, la
comunicación quedó interrumpida por un motivo relevante: mi propuesta, que
enseguida copio al pie de la letra, apuntaba a promover en las Iglesias
Particulares que habían asumido el Sistema, un:
“DIAGNÓSTICO DEL PROCESO SINE, con el necesario apoyo de los vicarios de
pastoral, los párrocos y los integrantes (y de ser posible algunos
exintegrantes) de las pequeñas comunidades, que haga parte de un autoexamen,
una aliciente revisión de resultados y la consecuente asimilación de estos en
el proceso si fuere necesario.
Un diagnóstico de su estado no solo cuantitativo (cuántas
pequeñas comunidades existen, cuántos miembros por cada una, qué edades tienen
sus participantes, cuáles ministerios son los más asistidos, cuáles obras
sociales tienen su apoyo, etc.) sino, también, y sobre todo, cualitativo (qué
aspectos sobresalientes demuestran que sí se ha dado un encuentro personal con
Jesucristo, qué motiva la deserción cuando se presenta, si se evidencia alguna
dificultad en la asimilación de los temas de formación; si, por ejemplo, el
proceso se ha articulado con la formación inicial de los futuros presbíteros o
con la pastoral diversificada, etc.)”.
Esta propuesta apuntaba a lograr una especie de reingeniería
metodológica – si fuera el caso – o, al menos, a una revisión de los textos, la
didáctica y la pedagogía del SINE sin afectar la visión orgánica y procesual.
En este punto la respuesta del director de la Red fue enfática y para mí fue
comprensible: ningún diagnóstico de la realidad actual del SINE puede tender a
una modificación de su metodología porque se comprometería su esencia y
permanencia. Entiendo el parecer de la Red en cuanto que un proceso debe
permanecer con su estructura inalterada si quiere ser eficaz en los propósitos
que se ha trazado; incluso, en la reciente encuesta para evaluar el SINE en
nuestra Arquidiócesis de Ibagué una de las preguntas es si el párroco sigue “el
proceso como es, con los pasos correctamente” y, otra, indaga si “en las
pequeñas comunidades se hace correctamente la edificación espiritual y la
solidaridad social”. Sin embargo, mi comprensión de que la estructura del SINE
debe ser sostenida no me alcanza para evitar pensar que el proceso ha entrado
en una seria recesión.
ALGUNA “SINTOMATOLOGÍA PASTORAL”
En el proceso SINE siempre ha habido reverencia especial
para con el cumplimiento estricto de la metodología y hemos de reconocer que
ello ha procurado buenos resultados. Sin embargo, resulta también sensato
detenerse y mirar el panorama para evaluar y entender los resultados que nos
arroja la realidad actual. Mucho antes de la pandemia, sobre todo desde hace
unos cinco años atrás y especialmente en las diócesis pioneras del proceso,
entre las que se encuentra Ibagué, el Sine venía teniendo una cierta
sintomatología que ha de tenerse en cuenta:
1. Disminución
del número de integrantes de las pequeñas comunidades (a causa de muerte,
deserción voluntaria por cansancio o conflictos internos, incapacidad por
vejez, traslado de ciudad o barrio, entre otras).
2. Las comunidades
envejecen y mueren por imposibilidad de relevo generacional ya que son
herméticas a la vinculación de nuevos integrantes.
3. Disminución,
por ende, del número de pequeñas comunidades eclesiales en cada parroquia.
4. Constantes
fusiones de pequeñas comunidades para suplir la deserción.
5. Estancamiento
en la formación de los Equipos de Animación.
6. Exclusividad
de la misión proselitista.
7. Disminución
de las salidas misioneras.
8. Incremento
de grupos o movimientos apostólicos de carácter extra o supraparroquial con
acento en retiros espirituales por edades, género, estado de vida, etc.
9. Disminución
del interés de los sacerdotes en la implementación del proceso SINE en sus
parroquias.
Con la llegada de la pandemia las Pequeñas Comunidades
Eclesiales tuvieron un obligatorio receso y, aún hoy, en muchas parroquias de
Colombia, sigue siendo difícil reiniciar el proceso SINE; algunas otras han
aprovechado la coyuntura para hacer una refundación del Sistema y han
reiniciado todo desde el principio.
El síntoma octavo, que atañe directamente al compromiso
evangelizador del sacerdote, está ubicado voluntariamente en último lugar no
porque sea el menos importante sino porque no es el más concluyente. Esto,
porque de manera imprecisa se ha creído que el éxito del SINE depende
exclusivamente del entusiasmo del sacerdote pero se ha olvidado que la
efectividad del proceso depende también de otros factores que, como se ha
anotado, van desde la movilidad humana y la idiosincrasia del lugar, hasta la
formación humana de los integrantes.
¿NOS ACOSA LA “EVANGELIZACIÓN LÍQUIDA”?
Hace unos cuantos años el sociólogo polaco Zygmunt Bauman
empezó a hacer un diagnóstico de la sociedad moderna y lo llamó liquidez; de
allí que hemos escuchado hablar de modernidad o sociedad líquida y, por
extensión, religiosidad o espiritualidad líquida. La actual crisis del SINE es
la crisis de las antiguas instituciones sólidas que de un momento a otro han
perdido su hegemonía y son percibidas ahora como fragmentadas, inestables, decadentes:
las instituciones económicas, las formas de gobierno, los partidos políticos,
la institución familiar y matrimonial, la enseñanza, el trabajo, la religión.
Como la canción de Mercedes Sosa: “Todo cambia” y en ese cambio constante la
realidad sólida de antes se convierte en evanescente aire: ya no hay nada
concreto y, es más, el mundo piensa que no debería haberlo. En términos
magisteriales el papa Francisco en su crítica a la sociedad actual utiliza la
palabra “descarte” o “cultura del descarte” para definir “las cosas que
rápidamente se convierten en basura” (Laudato Si’, 22) pero también las
relaciones e instituciones que se vuelven desechables en razón de un
relativismo práctico (cf. Laudato Si’, 123).
Este panorama fluctuante, sin solidez, por el cual las
personas fácilmente cambian de profesión, empleo, ciudad, vivienda, intereses,
amigos, pareja, religión, partido político, etc., encontró el ideal caldo de
cultivo en dos campos correlativos: primero, el capitalismo que promueve el
consumo de cosas y la utilidad de las personas con su pregonero y auriga que es
la publicidad y, segundo, la inmediatez de la información y la rapidez con la
que los medios de comunicación captan la atención de las personas. Los medios,
todos los días, se interesan por promover la insatisfacción, la curiosidad, la
inestabilidad y así se llega al lema: “Toda verdad es penúltima”.
Mucha gente prefiere las opciones de vida que no exijan un
compromiso de estabilidad, cosa que en el SINE es fundamental porque se trata
de un proceso para “permanecer y perseverar”.
Parafraseando a Bauman podríamos hablar, entonces, de los
riesgos que supone una evangelización líquida que no logra conseguir
estabilidad en sus destinatarios; los denodados esfuerzos de obispos,
sacerdotes y laicos por lograr un proceso firme, continuo, perseverante y
permanente se ven amenazados por la sociedad misma; nuestros métodos siguen
siendo desfasados cuando no obsoletos; por poner solo un ejemplo, si bien es
cierto que la pandemia nos ha hecho migrar hacia la utilización de medios
digitales y audiovisuales, sin embargo aún falta una “política pastoral”, una
línea de acción que nos obligue a ponernos en sintonía. Y ni hablar de los
métodos de proselitismo que usamos en las misiones, la pedagogía del encuentro
“por necesidad”, la atención precaria a nuestros feligreses, la
autorreferencialidad y la falta de agregarle a aquel método decimonónico
francés del “ver-juzgar-actuar” el necesario “evaluar” y el consiguiente
“plantear cambios”.
EL FUNDAMENTALISMO CATÓLICO Y SU ANTÍDOTO: LA HISTORIA
DINÁMICA DE LA PASTORAL
Uno de los defectos que más aquejan a los métodos pastorales
es el fundamentalismo. Porque sí, ¡también hay fundamentalismo católico!
¿Cuántas veces no hemos escuchado que las personas, ante un cambio propuesto,
responden: “eso no funcionará porque aquí siempre se ha hecho de esta manera?”.
En este sentido, todo proceso es perfectible; evaluar hace parte del
crecimiento, asumir cambios necesarios es fundamental para la madurez; en
últimas, el SINE es un proceso que no agota la Nueva Evangelización; esta lo
supera incluyéndolo. Una de las herramientas/disciplina que nos ayudan a vencer
cualquier fundamentalismo es la historia. Si damos un vistazo por la historia
de la pastoral en nuestra Iglesia Particular – que, a la vez, es la historia de
la pastoral en Colombia – nos encontraremos con un sinnúmero de experiencias,
cada una en su momento con grandes logros y varias debilidades. Respondieron a
un momento particular pero de un momento a otro ya no colmaron las
expectativas:
En el siglo XX, durante las dos primeras décadas fue muy
fuerte el asociacionismo católico (por ejemplo las Hijas de María, la
Asociación de Adoración Perpetua, los Socios y socias del Sagrado Corazón,
etc.); algunas de estas asociaciones aún perviven pero debido a que eran
preponderantemente cultuales – aunque hoy más abiertas a la acción social –
fueron parcialmente superadas por la Acción Católica (con sus diferentes
grupos: Cruzada Eucarística Infantil (CEI), Juventud Obrera Católica (JOC),
Juventud Católica Femenina (JCF), Jóvenes Católicos (JC), Mujeres Católicas
(MC), Hombres Católicos) que entre los años treinta y cincuenta tuvo un
liderazgo particular en el modo de hacer pastoral.
La Acción Católica sabía unir la devoción cultual del
asociacionismo plurisecular con la proyección social de la pastoral moderna;
sin embargo, la llegada del Concilio Vaticano II con la teología de Pueblo de
Dios y el panorama cultural y social de los años sesenta motivó una necesidad:
la conformación y consolidación de comunidades. Así pues, llegó la metodología
de Comunidades Cristianas de Base (CCB) o Comunidades Eclesiales de Base
(CEBs), la Selección de Trabajadores Católicos (SETRAC), los Cursillos de
Cristiandad y otras iniciativas. Lamentablemente, la lectura marxista de la
realidad, el ánimo contestatario y la lucha de clases convirtió a muchas
comunidades cristianas en asociaciones comunitaristas. En los años ochenta, la
Congregación para la Doctrina de la Fe presentó dos Instrucciones (Libertatis
nuntius, 1984 y Libertatis Conscientiae, 1986) en las que advertía de estos
peligros y abogaba por una verdadera Teología de la Liberación concentrada en
la liberación del pecado más que de estructuras políticas de poder evitando así
una relectura política de la Sagrada Escritura.
En ese contexto y por aquella época en la que todos abogaban
por la reforma agraria en Colombia, tuvo una considerable acogida la Acción
Cultural Popular (ACPO) y en el ámbito urbano las Asambleas Familiares
Cristianas (AFC), dos iniciativas que incentivaban la formación cristiana y
humana del campesinado y de las familias en el contexto de la expansión de las
ciudades. Les faltaba a estas iniciativas la organicidad y procesualidad que
sería realidad tras la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo
Domingo (1992) donde se incentivaron las Pequeñas Comunidades Eclesiales (PCE)
a través de diferentes métodos como el Sistema Integral de Nueva Evangelización
(SINE), el Proceso Diocesano de Nueva Evangelización (PRODINE) o el Proceso de
Renovación y Evangelización (PDRE), entre otros.
Enseguida, Centroamérica se convirtió en abanderada de estos
procesos y de allí llegó a Colombia el método SINE siendo la diócesis de
Pereira la primera diócesis en acoger esta experiencia pastoral bajo el
ministerio episcopal de Monseñor Fabio Suescún. En 1998 la Arquidiócesis de
Ibagué inició una campaña de expectativa para acoger el SINE como opción
pastoral arquidiocesana; recuerdo en 1999 las correrías de los padres Óscar
Montalvo y Gustavo Vásquez, “diapositivas al hombro”, llegando a las parroquias
a explicar en qué consistía el proceso SINE; muchos seminaristas acompañábamos
estas reuniones para aprender y para ayudar en la logística.
Fue un polvorín; de un momento a otro muchas diócesis fueron
acogiendo el Sistema y en nuestro caso el Plan Pastoral del año 2003-2009
asumió el SINE no solo como una opción pastoral sino como el andamiaje del Plan
en sí; el numeral 55 de aquel plan anota que en el año 2003 de 42 parroquias
existentes, en el 70 por ciento ya marchaba el SINE a cabalidad, es decir, en
30 parroquias. Ya en el último Plan Pastoral (2014-2020) se percibe la
desaceleración del proceso: 43 parroquias con 332 pequeñas comunidades (No.
16). La actual evaluación de este Plan arrojará próximamente los datos
actualizados del estado del SINE en la Arquidiócesis. De todos modos, los
primeros quince años del SINE fueron una luna de miel: misiones sectoriales,
formación de comunidades, predicación de retiros, constitución de equipos y redes
de Nueva Evangelización, visita del equipo de la Red Nacional para dirigir los
institutos, congresos diocesanos, encuentros nacionales, reuniones de obispos,
etc.
Los frutos de esa época de oro de la Nueva Evangelización se
percibe aún: refuerzo en los ministerios de liturgia, pastoral social,
catequesis, despertar del ímpetu misionero, conciencia del sostenimiento que
deben brindar los laicos a las obras parroquiales y al sacerdote, etc. Sin
embargo, desde hace aproximadamente un lustro, sobre todo en las diócesis
pioneras, se empezaron a evidenciar algunos síntomas que ya se han señalado y
que manifiestan una especie de recesión en el entusiasmo inicial. No se trata,
pues, de declarar el final del SINE sino de escuchar “los signos de los
tiempos” luego de 25 años de camino en Colombia y 21 años en Ibagué. ¿No
contaremos aún con la madurez para decir: tenemos estas debilidades, debemos
adecuar estos contenidos, es necesario actualizar esta pedagogía? ¿Por qué no
preguntarnos si la misión proselitista es suficiente o si es necesario abrirnos
a otros tipos de misión, sobre todo entre los alejados?, ¿nos habremos
contentado con los cercanos y hemos olvidado a los alejados?; revisando el
necesario relevo generacional para evitar el envejecimiento y muerte de las
comunidades ¿por qué no pensar en una especie de “Escuela de Matías” para
promover la integración de nuevos miembros y dejar el hermetismo?
UN DIAGNÓSTICO PARA CONOCER Y CRECER
Por estos motivos, del DIAGNÓSTICO propuesto resultaría la
respuesta a muchos interrogantes y la explicación a ciertas resistencias
actuales al SINE en algunas parroquias y sacerdotes; por ejemplo, entendiendo
que en algunas diócesis hubo un error inicial de comprensión del Sistema por el
cual fue presentado como opción excluyente y no preferencial. Es decir, muchos
párrocos de distintos lugares de Colombia entendieron que todos los grupos
apostólicos debían “matricularse” en el proceso SINE y se comprometió, en
algunos casos, la diversidad carismática. Así, en no pocos lugares, desde los
grupos juveniles hasta la Legión de María debieron introducir en su dinámica de
reuniones el sistema y, por ello, llegó un momento en el que empezó la
resistencia: las pequeñas comunidades resultaban artificiales porque no eran
fruto de la misión evangelizadora sino de la acomodación metodológica.
Hoy, en gran parte, se ha superado este escollo pero ha
quedado en el ambiente la idea equivocada de la irrelevancia del proceso.
A propósito, en una encuesta que aplicamos el año pasado
sobre todo a exintegrantes del SINE en la Parroquia María Auxiliadora del
barrio Cádiz (Ibagué), donde en el lapso de una década se pasó de 24 pequeñas
comunidades a 4, tan solo el 20 por ciento respondió que estaría dispuesto a
vincularse nuevamente al proceso y los demás admitieron estar en otros grupos y
movimientos apostólicos o no estar en ninguno.
Continuando con el discurso, la ya superada opción
excluyente del SINE dejó al margen en los planes de pastoral otras “pequeñas
comunidades eclesiales” que se basan en una metodología procesual y que son
igualmente válidas en el ámbito pastoral, por ejemplo, las comunidades
Neocatecumenales y los Equipos de Nuestra Señora, entre otras, que llevan
procesos por etapas y que se ajustan a la definición de “pequeñas comunidades eclesiales”
según el espíritu de Aparecida. El reto que nos proponen estos procesos de
evangelización es que son supraparroquiales, lo cual implica un esfuerzo por
abrir este horizonte pastoral para que deje de ser un obstáculo y se convierta
en método posible: debemos reconocer, integrar y articular la moción del
Espíritu Santo y su expresión en la diversidad carismática pues si son
realidades eclesiales que metodológicamente son orgánicas, sistemáticas y
procesuales y si doctrinalmente son Cristocéntricas, eclesiológicas y de
proyección social están en la misma línea de la Nueva Evangelización.
Caso distinto es el de algunos movimientos apostólicos o
asociaciones de fieles que carecen de procesualidad pero que encaminan a sus
integrantes a la actividad evangelizadora de la parroquia. Por ello la
Conferencia de Aparecida considera que también hay otras pequeñas comunidades e
incluso redes de comunidades, de movimientos, grupos de vida, de oración y de
reflexión de la Palabra de Dios (como, por ejemplo, los Cursillos de
Cristiandad, los retiros parroquiales Juan XXIII, Retiros de Emaús, Lazos de
Amor Mariano, Renovación Carismática, etc.) que “darán fruto en la medida en
que la Eucaristía sea el centro de su vida y la Palabra de Dios sea faro de su
camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo” (Aparecida, 180). Lograr
una articulación entre la motivación que dejan los retiros en los ejercitantes
de cualquier procedencia y la invitación a pertenecer al SINE de modo que sea
una propuesta atractiva ha de ser un reto que debe quedar claro.
El DIAGNÓSTICO seguramente demostrará la necesidad de
superar una falsa dicotomía pastoral que confronta estadios pre-Sine y
post-Sine que, lamentablemente, ha producido en los “evangelizados” una visión
peyorativa de la actividad pastoral de la Iglesia antes de la Nueva
Evangelización. La novedad del ardor, los métodos y las expresiones no debería
señalar como inocua o errada la pastoral antecedente y, sin embargo, las
expresiones usadas para referirse a lo que no es catalogado como “Nueva
Evangelización” son: “Pastoral de conservación”, “la iglesia como estación de
servicios”, “la iglesia-masa”, “fieles ignorantes”, “la mediocridad en el
seguimiento de Jesús”, etc., expresiones que no deberían usarse en cuanto que
la llamada “pastoral de conservación” basada en la celebración de los
sacramentos es la que, precisamente, ha logrado la conservación de la Iglesia
durante siglos y se ha expresado siempre en concomitancia con los métodos
pastorales históricos; ello es evidente en las presentes circunstancias de
pandemia en las que ha resultado el medio preponderante de evangelización. Por
ello, el asunto deja en claro que para mostrar la conveniencia de la Nueva
Evangelización no se debería recurrir a la subvaloración de la existencia de
grupos de oración no procesuales, la celebración cotidiana de los sacramentos o
el recurso a la religiosidad popular sino que sigue siendo formar a los fieles
para su celebración consciente.
LA IMPORTANCIA DE LA SINCERIDAD PASTORAL
El DIAGNÓSTICO debe inducirnos a realizar una evaluación de
los resultados obtenidos hasta el momento. En algunos casos, con el ánimo de
presentar exitosos resultados, a los párrocos nos ha faltado humildad y
SINCERIDAD PASTORAL para reconocer los síntomas pastorales ya descritos. Aunque
algunas veces se suele concluir que la perseverancia de las pequeñas
comunidades depende únicamente del entusiasmo que imprima el párroco,
igualmente se olvida que en las pequeñas comunidades resultan tensiones
internas que no dependen directamente de este sino de las dinámicas
particulares de sus integrantes. Si esto se considerase, el párroco se sentiría
menos obligado a acomodar cifras al verse descargado en buena parte, no en
toda, de la responsabilidad de la deserción.
En este sentido, habría que ver si, tal vez, una de las
causas de la deserción de discípulos misioneros y la consiguiente supresión de
pequeñas comunidades sea porque falta asumir de una manera más concreta el
numeral 280 de la Conferencia de Aparecida que, exhortando a consolidar “una
formación atenta a situaciones diversas” coloca la dimensión humana y
comunitaria en primer lugar insistiendo en que han de instituirse “procesos de formación que lleven a asumir la
propia historia y a sanarla. En orden a volverse capaces de vivir como
cristianos en un mundo plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad
interior”. Esta formación es clave y va de la mano de la formación espiritual,
intelectual y pastoral-misionera, tres dimensiones que son fuertes en el
proceso.
Aunque la vivencia misma de la experiencia comunitaria trae
consigo el conocimiento de los límites y alcances humanos, sin embargo no ha de
olvidarse que existen presupuestos en la formación humana y comunitaria que
permiten “asumir la propia historia y sanarla”. Porque si bien es cierto que en
la “Edificación” existen algunos elementos relacionados, estos no siempre son
bien empleados. Por ejemplo, una comunidad que no tiene una formación humana en
el respeto del otro, en el reconocimiento de sus propios límites y en la
tolerancia no podrá hacer con fruto una “corrección fraterna” o una “búsqueda
de la voluntad de Dios” pues en estos momentos es cuando más surgen tensiones.
El fortalecimiento de la formación humana – comunitaria (como nivel antecedente
o concomitante a las demás dimensiones de la formación) ofrecería las
herramientas para el reconocimiento de la historia personal de vida y sus implicaciones en la historia
comunitaria, así como para la resolución de conflictos al interior de las
pequeñas comunidades
El DIAGNÓSTICO permitiría conocer, además, cómo se da la
asimilación de los contenidos doctrinales de cada nivel pues en la mayoría de
pequeñas comunidades uno de los reclamos frecuentes es que los temas parecieran
haber sido redactados para lectores versados en teología pues se utilizan
conceptos de cierta complejidad para aquellos que acuden (frecuentemente
citados en griego o latín sin inmediata traducción o explicación). Por ejemplo,
en la cartilla del segundo nivel, “Pueblo de Dios”, en el tema 1, se lee: “La
Iglesia no solo va in mundum, sino que está
in mundo”. Y, más adelante: “Los nombres de Ecclesia, “εκ-καλεω”, llamar
de, pueblo convocado por Dios; y Church o Kirche en inglés y en alemán viene de
“κνρακη”, de “κυριοσ”, como Pueblo de Dios que depende del Señor”. Al menos por
lo que he experimentado, aunque el sacerdote se reúna con los coordinadores y
explique anticipadamente muchos de estos conceptos resulta siempre dispendioso
para la comprensión de quien no está acostumbrado a ellos y en muchos casos es
la razón por la cual un tema no es fácilmente superado.
Si se recurre a un ejemplo tomado del ámbito universitario,
en este se hace anualmente una revisión de las metodologías y de los contenidos
para actualizar unas y otros y, quinquenalmente, una renovación del currículo.
Mutatis mutandis, ya que el proceso SINE no es un programa académico, se
justificaría un examen sobre qué tan asertivo es el contenido doctrinal del
proceso para las circunstancias actuales, en consideración del nivel educativo
de los integrantes de las pequeñas comunidades; muchas de ellas me han
expresado en su momento que los temas son de difícil aunque no imposible
comprensión. A la necesaria revisión de la complejidad de los contenidos se
agrega la necesidad de actualizarlos pues contamos con el enriquecido
Magisterio de la Iglesia universal y latinoamericana en los últimos tres
pontificados, la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, la creación –
hace una década – del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva
evangelización y la realidad actual del país que ha incentivado la literatura
sobre procesos de perdón y reconciliación nacional que justamente en estos
ambientes de evangelización traerían gran fruto.
El DIAGNÓSTICO ha de evidenciar la necesidad de consolidar
la articulación con la pastoral diversificada; por ejemplo, con la rural y las
facilidades que supondría la utilización del método SINE en la celebración del
Domingo Cristiano sin presencia del sacerdote en los lugares más alejados de la
parroquia; examinaría, además, qué tan eficaz ha sido la articulación del
sistema con la formación inicial de los futuros presbíteros. En algunos
seminarios de Colombia ha sido un logro que los seminaristas se integren a
pequeñas comunidades parroquiales y participen en la reunión semanal pues así,
tanto los que no han tenido cercanía con el proceso como los que sí,
experimentan en la práctica la dinámica propia de la vida comunitaria y se
evita la futura resistencia de los sacerdotes a asumir el proceso en sus
parroquias. Por el contrario, las experiencias de algunos seminarios que
organizan pequeñas comunidades al interior, conformadas de manera menos
natural, permiten que se conozca el proceso en el orden teórico pero no en
cuanto a la vivencia integral del sistema de evangelización con los
consiguientes frutos del encuentro personal con Jesucristo
La evaluación o diagnóstico del SINE en el marco del 25º
aniversario de su implementación en Colombia prometería un gran impulso
misionero pues una adecuada revisión permitiría considerar si es viable
perfeccionar los métodos, actualizar y acercar los contenidos, profundizar en
algunos aspectos específicos de la formación, etc., consolidando así la
permanencia de los integrantes de las pequeñas comunidades eclesiales. También
ofrecería la oportunidad de conocer mejor las iniciativas que vienen
adelantando los párrocos en torno a los renovados métodos de Nueva
Evangelización que tienen como base el SINE pero que están siendo
complementados con otras metodologías o expresiones. Nos debemos una evaluación
diagnóstica, profunda y sensata, que nos permita imprimir un renovado impulso a
la Nueva Evangelización. Correo del autor:
rotoro30@gmail.com