9 de mayo 2021. Amar no de palabra, sino con obras. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Sexto domingo de pascua, Ciclo B. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En el Evangelio de este domingo (Juan 15,9-17), Jesús, después de haberse comparado a Sí mismo con la vid y a nosotros con los sarmientos, explica cuál es el fruto que dan quienes permanecen unidos a Él: este fruto es el amor. Retoma una vez más el verbo clave: permanecer. Nos invita a permanecer en su amor para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea plena (vv. 9-11). Permanecer en el amor de Jesús.
Nos preguntamos: ¿cuál es este amor en el que Jesús nos dice
que permanezcamos para tener su alegría? ¿Cuál es este amor? Es el amor que
tiene origen en el Padre, porque «Dios es amor» (1 Juan 4,8). Este amor de
Dios, del Padre, fluye como un río en el Hijo Jesús, y a través de Él llega a
nosotros, sus criaturas. De hecho, Él dice: «Como el Padre me ama, así os amo
yo a vosotros» (Juan 15,9). El amor que Jesús nos dona es el mismo con el que
el Padre lo ama a Él: amor puro, incondicionado, amor gratuito. No se puede
comprar, es gratuito. Donándonoslo, Jesús nos trata como amigos —con este
amor—, dándonos a conocer al Padre, y nos involucra en su misma misión por la
vida del mundo.
Y además, podemos preguntarnos: ¿Qué hemos de hacer para
permanecer en este amor? Dice Jesús: «Si cumplís mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor» (v. 10). Jesús
resumió sus mandamientos en uno solo, este: «Amaos los unos a los otros como yo
os he amado» (v. 12). Amar como ama Jesús significa ponerse al servicio, al
servicio de los hermanos, tal como hizo Él al lavar los pies de los discípulos.
Significa también salir de uno mismo, desprenderse de las propias seguridades
humanas, de las comodidades mundanas, para abrirse a los demás, especialmente a
quienes tienen más necesidad. Significa ponerse a disposición con lo que somos
y lo que tenemos. Esto quiere decir amar
no de palabra, sino con obras.
Amar como Cristo significa decir no a otros “amores” que el
mundo nos propone: amor al dinero —quien
ama el dinero no ama como ama Jesús—, amor al éxito, a la vanidad, al
poder… Estos caminos engañosos de “amor” nos alejan del amor al Señor y nos
llevan a ser cada vez más egoístas, narcisistas, prepotentes. La prepotencia conduce a una degeneración
del amor, a abusar de los demás, a hacer sufrir a la persona amada. Pienso
en el amor enfermo que se transforma en violencia —¡y cuántas mujeres son
víctimas de la violencia hoy en día!—. Esto no es amor. Amar como ama el Señor
quiere decir apreciar a la persona que está a nuestro lado y respetar su
libertad, amarla como es, no como nosotros queremos que sea, como es, gratuitamente. En definitiva, Jesús nos pide que permanezcamos en su amor,
que habitemos en su amor, no en nuestras ideas, no en el culto a nosotros
mismos. Quien habita en el culto de sí mismo, habita en el espejo: siempre está
mirándose. Jesús nos pide que
abandonemos la pretensión de dirigir y controlar a los demás. No debemos
controlarlos, sino servirlos. Abrir el corazón a los demás: esto es amor,
donarnos a ellos.
Queridos hermanos y hermanas, ¿a dónde conduce este
permanecer en el amor del Señor? ¿A dónde nos conduce? Nos lo ha dicho Jesús:
«Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena» (v. 11). El
Señor quiere que la alegría que Él posee, porque está en comunión total con el
Padre, esté también en nosotros en cuanto unidos a Él. La alegría de sabernos amados
por Dios a pesar de nuestras infidelidades nos hace afrontar con fe las pruebas
de la vida, nos hace atravesar las crisis para salir de ellas siendo mejores.
Ser verdaderos testigos consiste en vivir esta alegría, porque la alegría es el signo característico del
verdadero cristiano. El verdadero cristiano no es triste, tiene siempre esa
alegría dentro, incluso en los malos momentos.