11 de octubre 2021. “Aprendiendo a caminar juntos”. Por: Monseñor. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Juntos vamos más despacio, pero podremos llegar más lejos”, reza una popular consigna.
La tentación de quedarnos quietos, de instalarnos como seres
sedentarios, es contrarrestada por la vocación nómada que convierte el camino,
la vía, el sendero, el viaje y las encrucijadas, en metáforas de la existencia.
Como seres vivos, el dinamismo interior nos hace buscar la
luz y tener ojos que la reciban y nos permitan ver. Todos nuestros sentidos
están en función del movimiento, del pensamiento, del horizonte, del
crecimiento y del avance. La vida puede ser vista como un proceso de subida
hasta el descenso de la vejez y la muerte, o como un progreso hacia la
felicidad más plena y eterna.
También el vivir puede ser simplemente un coexistir, o
tirando a más, una convivencia y, más plenamente aún, una comunión que engendra
comunidad y sinodalidad, es decir, un caminar juntos.
Desde la fe, tanto la génesis como la escatología, es decir,
el inicio y la meta de la humanidad, marcan la existencia como itinerario de
vida e historia, pero más profundamente, como “alianza” con Dios, arraigada en
la consciencia personal, en la relación interhumana, en el trato con los demás
seres vivos, en el dinamismo de toda la creación.
Son “los caminos de Dios en la tierra” y el perpetuo caminar
de la fe que caracteriza la condición del creyente. Este destino no es un errar
por caminos azarosos, sino una perpetua marcha siguiendo la estrella, como los
magos de Oriente (Mateo 2,9), como rebaño del Buen Pastor o séquito del
Cordero. “Dios es origen, guía y meta del Universo” (Romanos 11,36). “Yo soy el
camino la verdad y la vida” (Juan 14,6).
“Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la
tierra, cuando llegase el momento culminante” (Efesios1,10), es “el plan de
Dios” para el universo.
El mismo ser de Dios se ve plasmado en este obrar dinámico
del Padre Creador, del Hijo Salvador y del Espíritu Unificador, proyectándolo
“al mundo entero y a toda la creación” (Marcos 16, 15).
Este gran horizonte entre el mundo, la persona y Dios,
llamados “a la perfección del amor”, es el que nos permite percibir también el
actuar de Dios en nuestros tiempos, espacios y procesos.
Más aún, nos impulsa a comprender “la sinodalidad eclesial”
que intentamos despertar entre los creyentes católicos y los de otros credos,
también en la humanidad como tal, en los actuales tiempos y acontecimientos.
Somos humanidad e Iglesia en camino, “aprendiendo a caminar
juntos”. Somos “compañeros de viaje”: “en la Iglesia y en la sociedad estamos
en el mismo camino, uno al lado del otro”, reza el documento preparatorio para
“el Sínodo de la sinodalidad”.
Este no es un sínodo temático sino un proceso de conversión
de la Iglesia, primeramente hacia adentro de ella misma, en tres planos: en el
plano de su estilo y naturaleza asamblearia, de sus estructuras comunitarias e
institucionales y de sus procesos y procedimientos, basados en la escucha, el
ejercicio de la palabra, del diálogo, de la consulta y los consensos.
Pero este “hacia adentro” de la comunidad eclesial
diocesana, regional y universal, no es auto referencial: no se reduce a ampliar
reuniones y conversatorios, ni siquiera a integrar a los creyentes, hombres y
mujeres, generaciones y carismas, servicios y ministerios. Es una sinodalidad
misionera, ecuménica, espacial y diaconal. Es “la Iglesia en salida” hacia
periferias y centros; abierta como espacio de encuentro y de diálogo
sociocultural, para diversos y adversos; identificada como servidora de la
humanidad, desde su sentido más ecuménico, samaritano y profético.
Por todo lo anterior, la sinodalidad no es sólo un método
pastoral, sino ante todo un propósito territorial de integrar poblaciones y
etnias, culturas y tradiciones. Un compromiso colectivo de cuidar de los más
débiles, de los más vulnerables, de las víctimas e indefensos, así como de “la
casa común”.
Hacia afuera es entonces llegada, conversación, escucha,
diálogo e integración de espiritualidades, para suscitar propuestas y llegar a
propósitos comunes, a tejer ese “caminar juntos”, indispensable hoy ante los
desafíos de las crisis sanitaria, ambiental, migratoria, de seguridad e inclusión
social.
Y hacia adentro ha de ser, fundamentalmente, de
configuración comunitaria, de participación y discernimiento, de respuesta a
las preguntas y desafíos que nos plantea el “caminar juntos” hacia afuera, con
nuestros pueblos y naciones, construyendo con ellos vida, dignidad humana,
convivencia, paz, progreso y futuro.
Escribo estas reflexiones con todo el “beneficio de
inventario”: la sinodalidad no es una “novedad” sino un aprender a caminar con
Jesús y como Él, con la Iglesia Primitiva y con María. Un aprendizaje para
estos tiempos y realidades que todos debemos hacer.
Necesita hoy la humanidad que la Iglesia la contagie del
espíritu de comunidad, del ambiente de concilios y de sínodos, desde el de
Jerusalén en los inicios, hasta el Vaticano II. Aún en nuestro continente
americano, desde Santo Toribio de Mogrovejo, gran arzobispo de Lima y
gigantesco ejemplo de sinodalidad, hasta el Sínodo de la Amazonia, que recién
se hizo, marcan este “caminar juntos” que nos urge asimilar y testimoniar.
Todo un desafío por afrontar, partiendo siempre del
itinerario que ya hemos hecho como Iglesia del post concilio, desde la
“Evangelii Nuntiandi” de San Paulo VI, hasta la “Evangelii Gaudium” y el
magisterio del Papa Francisco.
Nuestro plan quinquenal arquidiocesano, con sus previstas
asambleas presinodales y el sínodo parroquial quinquenal, recoge, en gran
medida, este contenido sinodal y conciliar de la Iglesia.
Una Iglesia Servidora, discípula, samaritana, esponsal,
territorial y sinodal, son los trazos de ese rostro comunitario y sinodal que
nos hemos propuesto darle a nuestra Iglesia Particular de Cali y que ahora
podemos configurar y fortalecer desde las Asambleas Parroquiales de Servidores
y la llegada misionera a las gentes de todo el territorio parroquial. Una parroquia
sinodal, con esposos, familias. Carismas, servicios y ministerios, con
verdaderos espacios de encuentro y de acuerdos dos, con una espiritualidad de
participación, comunión y misión.
Volvamos consigna nuestra para estos años de aprendizaje en
este “caminar juntos”: “desde cada parroquia, nuestra Iglesia se hace sinodal”.
+ Darío de Jesús Monsalve Mejía
Arzobispo de Cali
Fuente e imagen de la Conferencia Episcopal de Colombia.