17 de octubre 2021. “La gloria de Dios es amor que se hace servicio”. Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Domingo Vigesimonoveno tiempo ordinario, Ciclo B.- Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de la Liturgia de hoy (Marcos 10,35-45) cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Marcos 10,43). Para hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.
Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos
quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos.
El primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos
tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra
ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar lugares importantes.
La búsqueda del prestigio personal se
puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás
de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y
predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra
afirmación, es decir ir adelante nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en
la Iglesia. Cuántas veces, nosotros cristianos, que deberíamos ser servidores,
tratamos de trepar, de ir adelante.
Por eso, siempre necesitamos verificar las
verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este
trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar,
ser alabado y recibir cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la
suya: en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para
servirlos; en vez de emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros.
Estaba viendo en el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para
que a nadie le falte comida: preocuparse por el hambre de los otros,
preocuparse de las necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia
gloria.
Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que
nos sumerjamos. Y ¿Cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien
encontramos. Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y
nosotros, ¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos
delante de la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer,
hay mucha gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el
mes. ¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un
dato de enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo
compasión por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha
hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.
Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en
nuestra historia herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él
no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos desde arriba hacia
abajo, sino que se ha abajado a lavarnos
los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende
abajo, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay
que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger
al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio,
la cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por
no decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda.
Es la del
Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos recibido por
gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés
sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha
encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al Espíritu Santo
que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su
forma de ser, para ser más servidores,
para ser siervos como Él ha sido con nosotros.
Y rezamos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande,
no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está
completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.
Fuente: Vatican. Va.