10 de octubre 2021. “La fe no puede limitarse a decir NO”. Ángelus Regina Papa Francisco. Plaza de san Pedro. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! La liturgia de hoy nos propone el encuentro entre Jesús y un hombre que «tenía muchos bienes» (Marcos 10, 22) y que ha pasado a la historia como “el joven rico” (cf. Mateo 19, 20-22). No sabemos su nombre. En realidad, el Evangelio de Marcos habla de él como «uno», sin mencionar su edad ni nombre, para sugerir que todos podemos vernos en ese hombre, como en un espejo. Su encuentro con Jesús, de hecho, nos permite hacer un test sobre la fe. Leyendo esto me hago un test sobre mi fe.
Esta persona comienza con una pregunta: « ¿Qué he de hacer
para tener en herencia vida eterna?» (v. 17). Fijémonos en los verbos que usa:
he de hacer – para tener. Esta es su religiosidad: un deber, un hacer para
tener; “hago algo para conseguir lo que
necesito”. Pero esta es una relación comercial con Dios, un do ut des. La
fe, en cambio, no es un rito frío y mecánico, un “debo-hago- obtengo”. Es una
cuestión de libertad y amor. La fe es
cuestión de libertad, es cuestión de amor. Y aquí tenemos la primera
pregunta del test: ¿qué es la fe para mí? Si es principalmente un deber o una
moneda de cambio, estamos muy mal encaminados, porque la salvación es un don y no un deber, es gratuita y no se puede
comprar. Lo primero que hay que hacer es deshacerse de una fe comercial y
mecánica, que insinúa la falsa imagen de un Dios contable, un Dios controlador,
no un padre. Y muchas veces en la vida podemos vivir esta relación de fe
“comercial”: hago esto para que Dios me dé esto.
Jesús —segundo pasaje— ayuda a ese hombre ofreciéndole el
verdadero rostro de Dios. Y así — dice el texto— «fijando en él su mirada, le
amó» (v. 21): ¡esto es Dios! Aquí es donde nace y renace la fe: no de un deber,
no de algo que hay que hacer o pagar, sino de una mirada de amor que ha de ser
acogida. De este modo la vida cristiana resulta hermosa, si no se basa en
nuestras capacidades y nuestros proyectos, sino que se basa en la mirada de
Dios. Tu fe, mi fe ¿está cansada? ¿Quieres revitalizarla? Busca la mirada de
Dios: ponte en adoración, déjate perdonar en la Confesión, párate ante el
Crucifijo. En definitiva, déjate amar por Él. Este es el comienzo de la fe:
dejarse amar por Él, que es padre.
Después de la pregunta y la mirada hay —tercer y último pasaje—
una invitación de Jesús, que le dice: «Solo una cosa te falta». ¿Qué le faltaba
a ese hombre rico? El don, la gratuidad: «Vete, vende lo que tienes y dáselo a
los pobres» (v. 21). Esto es lo que quizás también nos falta a nosotros. A
menudo hacemos lo mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita a hacer lo máximo posible. ¡Cuántas veces nos
conformamos con los deberes —los preceptos, alguna oración y muchas cosas así—,
mientras Dios, que nos da la vida, nos pide impulsos de vida! En el Evangelio de
hoy se ve claramente este paso del deber
al don; Jesús comienza recordando los mandamientos: «No mates, no cometas
adulterio, no robes ...» etc. (v. 19), y llega a la propuesta positiva: “¡Ve,
vende, da, sígueme! (cf. v. 21). La fe
no puede limitarse a los noes, porque la vida cristiana es un sí, un sí de
amor.
Queridos hermanos y hermanas, una fe sin don, una fe sin gratuidad es una fe incompleta, es una fe
débil, una fe enferma. Podríamos compararla con un alimento rico y
nutritivo que carece de sabor, o con un partido más o menos bien jugado pero
sin goles: no, no va bien, falta “la sal”. Una
fe sin don, sin gratuidad, sin obras de caridad al final nos entristece:
como aquel hombre que, aunque mirado con amor por el mismo Jesús, volvió a casa
«entristecido» y «apenado» (v. 22). Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuál es la
situación de mi fe? ¿La vivo como algo mecánico, como una relación de deber o
de interés con Dios? ¿Me acuerdo de alimentarla dejando que Jesús me mire y me
ame?”. Dejarse mirar y amar por Jesús; dejar que Jesús nos mire, nos ame. “Y,
atraído por Él, ¿correspondo con gratuidad, con generosidad, con todo el
corazón?
Que la Virgen María, que dijo un sí total a Dios, un sí sin
peros —no es fácil decir sí sin peros: la Virgen lo hizo, un sí sin peros—, nos
haga gustar la belleza de hacer de la vida un don. Imagen, fuente. Vatican. Va