12 de julio 2020. “La parábola del sembrador, puede ser la
madre de todas las parábolas.” Ángelus Regina Coeli, Papa Francisco, domingo Quince del tiempo ordinario, ciclo A. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En
el Evangelio de este domingo (cfr. Mateo 13,1-23) Jesús cuenta a una gran
multitud la parábola —que todos conocemos bien— del sembrador, que lanza la
semilla en cuatro tipos diferentes de terreno. La Palabra de Dios, representada
por las semillas, no es una Palabra abstracta, sino que es Cristo mismo, el
Verbo del Padre que se ha encarnado en el vientre de María. Por lo tanto, acoger la Palabra de Dios
quiere decir acoger la persona de Cristo, el mismo Cristo.
Hay distintas maneras de recibir la Palabra de Dios. Podemos
hacerlo como un camino, donde en seguida vienen los pájaros y se comen las
semillas. Esta sería la distracción, un gran peligro de nuestro tiempo.
Acosados por tantos chismorreos, por tantas ideologías, por las continuas
posibilidades de distraerse dentro y fuera de casa, se puede perder el gusto
del silencio, del recogimiento, del diálogo con el Señor, tanto como para
arriesgar perder la fe, de no acoger la Palabra de Dios. Estamos viendo todo, distraídos por todo, por las cosas mundanas.
Otra posibilidad: podemos acoger la Palabra de Dios como un
pedregal, con poca tierra. Allí la semilla brota en seguida, pero también se
seca pronto, porque no consigue echar raíces en profundidad. Es la imagen de
aquellos que acogen la Palabra de Dios con entusiasmo momentáneo pero que
permanece superficial, no asimila la Palabra de Dios. Y así, ante la primera
dificultad, pensemos en un sufrimiento, una turbación de la vida, esa fe
todavía débil se disuelve, como se seca la semilla que cae en medio de las
piedras.
Podemos, también —una tercera posibilidad de la que Jesús
habla en la parábola—, acoger la Palabra de Dios como un terreno donde crecen
arbustos espinosos. Y las espinas son el engaño de la riqueza, del éxito, de
las preocupaciones mundanas… Ahí la Palabra crece un poco, pero se ahoga, no es
fuerte, muere o no da fruto.
Finalmente —la cuarta posibilidad— podemos acogerla como el
terreno bueno. Aquí, y solamente aquí la semilla arraiga y da fruto. La semilla
que cae en este terreno fértil representa
a aquellos que escuchan la Palabra, la acogen, la guardan en el corazón y la
ponen en práctica en la vida de cada día.
La parábola del
sembrador es un poco la “madre” de todas las parábolas, porque habla de la
escucha de la Palabra. Nos recuerda que la Palabra de Dios es una semilla
que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con
generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un terreno sobre el
que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie! La Palabra es dada
a cada uno de nosotros. Podemos preguntarnos: yo, ¿qué tipo de terreno soy? ¿Me
parezco al camino, al pedregal, al arbusto? Pero, si queremos, podemos convertirnos
en terreno bueno, labrado y cultivado con cuidado, para hacer madurar la
semilla de la Palabra. Está ya presente en nuestro corazón, pero hacerla
fructificar depende de nosotros, depende de la acogida que reservamos a esta
semilla. A menudo estamos distraídos por demasiados intereses, por demasiados
reclamos, y es difícil distinguir, entre tantas voces y tantas palabras, la del
Señor, la única que hace libre. Por esto
es importante acostumbrarse a escuchar la Palabra de Dios, a leerla. Y
vuelvo, una vez más, a ese consejo: llevad siempre con vosotros un pequeño
Evangelio, una edición de bolsillo del Evangelio, en el bolsillo, en el bolso…
Y así, leed cada día un fragmento, para que estéis acostumbrados a leer la
Palabra de Dios, y entender bien cuál es la semilla que Dios te ofrece, y
pensar con qué tierra la recibo.
La Virgen María, modelo perfecto de tierra buena y fértil,
nos ayude, con su oración, a convertirnos en terreno disponible sin espinas ni
piedras, para que podamos llevar buenos frutos para nosotros y para nuestros
hermanos. Fuente: Vatican. Va