7 de julio 2020. La alegría de darse a los demás. Lecturas
de verano. Santa Teresa de Calcuta. Recomendación de Pablo Ortiz Soto. El 29 de
diciembre de 1975, la conocida revista estadounidense Time sorprendió al mundo
con un gran reportaje titulado Living Saint. Lo curioso de tal acontecimiento
no era solamente que estuviera dedicado a la magnífica labor de la Madre Teresa
de Calcuta, es decir, a una monja católica, sino que un medio laico utilizara
la palabra “santa” para el titular. ¿Cuál es la razón de un hecho tan insólito?
La respuesta la podemos encontrar en otra palabra: Caridad. Una profunda virtud
cristiana, pilar en la vida de Teresa, que puso en práctica con su entrega a
“los más Pobres entre los pobres”: aquellos en los que ella veía a Jesucristo.
Por eso la vida de la fundadora de la congregación
Misioneras de la Caridad no se enmarcaría en la labor de una ONG. Su testimonio existencial iba mucho más
allá: “Mis Hermanas y Hermanos, las y los Misioneros de la Caridad, no son
trabajadores sociales: son contemplativos en medio del mundo. Sus vidas están
consagradas a la Eucaristía por medio del contacto con Cristo bajo las apariencias
de pan y bajo el semblante dolorido de los Pobres:
tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba
desnudo, y me vestisteis; estaba enfermo, y me visitasteis; estaba preso, y
vinisteis a verme (Mateo 25, 35-36)”.
Tuve sed, y me disteis de beber
Cuenta Teresa, en una de las conferencias, ruedas de prensa,
conversaciones privadas y entrevistas recogidas en el libro La alegría de darse
a los demás (San Pablo), editado por José Luis González-Balado, que en una
ocasión estando en Estados Unidos una persona fue a la casa de las misioneras y
les dijo: “‘Hay una familia hindú con 8 hijos, que llevan varios días sin
comer’. Cogí un poco de arroz y acudí inmediatamente en su ayuda. Pude ver sus
caritas, pude ver sus ojos relucientes por el hambre. La madre tomó el arroz de
mis manos, lo repartió en dos porciones iguales y salió inmediatamente. Al
volver le pregunté: ‘¿Adónde has ido? ¿Qué has hecho?’ Me contestó: ‘También
ellos tienen hambre’. Al lado, había una familia musulmana con el mismo número
de hijos. Ella sabía que llevaban días sin comer. Aquella mujer hizo lo que
hace Jesús: partir el pan”.
Pero… “no solo de pan vive el hombre” (Mateo 4, 3) como así
experimentó un anciano romano, que vivía en pésimas condiciones, cuando fue
auxiliado por las Hermanas (limpiaron su casa, lavaron sus ropas y le
prepararon comida): “A los pocos días, aquel hombre rompió su mutismo para
decir: ‘Hermanas, vosotras habéis traído a Dios a mi vida. Traedme también a un
padre’. Las Hermanas acudieron a un sacerdote. Aquel hombre se confesó, después
de 60 años. Al día siguiente, murió. Esto es algo hermoso”.
Era forastero y me acogisteis
“Hace años que en Calcuta venimos realizando esfuerzos para
evitar abortos por medio de adopciones y, a Dios gracias, hemos podido ofrecer
a muchos que hubieran muerto, un padre y una madre que los amasen y les
ofrecieran cariño y cuidados. Para nosotras en la India, esto es algo
maravilloso, porque tales niños resultan por ley intocables. Esta es una de las
características más admirables de nuestro pueblo: su disponibilidad para
adoptar y ofrecer un hogar y ternura a estos niños indeseados, y a Cristo bajo
sus apariencias”.
Otra muestra de su acogida es que, como afirmaba la Madre
Teresa, “para nosotras no tiene
importancia la fe que profesen nuestros asistidos. Nuestro criterio de
asistencia no son las creencias, sino la necesidad. Todos son cuerpo de
Cristo, todos son Cristo bajo la apariencia de criaturas necesitadas de ayuda y
con derecho a recibirla. Jamás hemos intentado que nuestros asistidos se
conviertan al cristianismo. Lo fundamental es que encuentren a Dios, a través
de la religión que sea y como sea. Lo que nos salva es la fe en Dios. Lo de
menos es desde qué punto se llega a Él. […] La Misionera de la Caridad es una
mensajera del amor de Dios”.
Teresa, como aquel Hijo que mientras era crucificado seguía
amando al hombre perdonando sus pecados, se ofrecía como una madre que no
difiere el amor que siente por sus hijos. Acogiendo a todos, ya fueran de una
lengua, raza o nación diferentes, limpió sus rostros de sufrimiento, como
Verónica, para dar luz y esperanza al mundo.
Estaba desnudo, y me vestisteis
En otra ocasión, en una salida nocturna por las calles de
Calcuta, donde recogieron a varias personas en estado crítico para llevarlas a
la Casa del Moribundo, hubo entre ellas una anciana que fue atendida por la
santa. Tras arroparla en la cama, comentaba, “me cogió de la mano mientras en
su rostro se dibujaba una sonrisa maravillosa. Pronunció una sola palabra:
‘Gracias’, al tiempo que expiraba”.
Estaba enfermo, y me visitasteis
“Hace algunos meses, un hombre alcoholizado fue recogido en
las calles de Melbourne por las Hermanas. Había permanecido en aquel estado
varios años. Las Hermanas lo llevaron a la Casa de la Misericordia. La manera
como lo trataron y lo cuidaron le hizo caer pronto en la cuenta de que Dios le
amaba. Dejó la casa y jamás volvió a probar el alcohol, sino que regreso junto
a su familia, a sus hijos y su trabajo”.
En otra ocasión, en Calcuta, una de las Hermanas “subió a mi
habitación para decirme: ‘Madre, he estado tocando el cuerpo de Cristo durante
tres horas’. Su rostro estaba resplandeciente de júbilo. Le pregunté: ‘Hermana,
¿qué es lo que has hecho?’ Me explicó: ‘Nada más llegar, trajeron a un hombre
cubierto de gusanos. Lo habían recogido en una alcantarilla. Durante tres horas
he estado tocando el cuerpo de Cristo. Sé que era él’. Aquella Hermana había
comprendido que Jesús no nos puede engañar. Él lo ha dicho: ‘Estaba enfermo y
me curasteis’”.
Ante estas muestras de caridad, de ser cristiano, “un ministro
hindú –relata la Madre Teresa– declaró en una reunión pública que cuando veía a
las Misioneras de la Caridad trabajando entre los leprosos, le parecía ver de
nuevo a Cristo en la tierra para poner al servicio de los Pobres”.
Estaba preso, y vinisteis a verme
Como así demuestra la casa Shanti Dan o Don de Paz de
Calcuta construida con los ahorros del ayuno de cada viernes que hacían las
Misioneras, y otras comunidades religiosas (budistas, musulmanas e hindúes) por
invitación de las Hermanas, “para las muchachas que se encuentran en la cárcel.
Más de cien muchachas –comentaba Teresa en su última entrevista– han salido ya
de prisión”.
Pues bien, estas experiencias y las que vendrán a
continuación son tan solo una insignificante muestra de todos los testimonios
de caridad, es decir, de solidaridad, misericordia, amor, generosidad,
dignidad, amparo, santidad, honestidad, humildad, trabajo, perdón, sencillez,
alegría, ternura, comprensión, devoción, pureza, acogida, amabilidad, fe,
gracia y esperanza que pueden encontrar en este libro que recomiendo
encarecidamente.
La Madre Teresa de Calcuta, cuyo nombre de pila era Agnes
Gonxha Bojaxhiu que significa Pequeña flor, fue para el mundo una meliflua
fuente que rebosó de caridad dejando en el ambiente un floreciente perfume que
se interiorizó en los “más Pobres de entre los pobres”; transportando a los más
desgraciados (enfermos mentales, prostitutas, niños abandonados, leprosos,
víctimas del sida, drogadictos, alcohólicos o a personas tristes y solas) a la suprema
belleza y alegría de Cristo. Pero los Pobres no solo eran para Teresa los
leprosos y moribundos, los desnudos o los hambrientos; también son, como el
cristianismo da fe, “el sentimiento de verse indeseados, de no ser amados, de
sentirse abandonados de todos”.
Para el cristianismo
ser pobre no significa únicamente carecer de medios materiales, como así cree
la teología de la liberación; la pobreza, así lo atestiguan los testimonios
precedentes, es principalmente verse privado de amor, sufrir la miseria
emocional y espiritual. Por ejemplo, relata Teresa en el libro: “para mí, si se
permite el aborto en países ricos, abastecidos de todos los medios y riquezas
que el dinero puede proporcionar, esos son los más Pobres entre los pobres”.
Por eso los Pobres son también los individuos hastiados, desencantados, solos,
desarraigados y depresivos que tantas veces observamos en nuestra sociedad
occidental, como así refleja tan genialmente el escritor francés M. Houellebecq
en sus obras o el estadounidense W. Percy; además de toda la ensayística
francesa (A. Finkielkraut, G. Lipovetsky, P. Bruckner, P. Muray, F. Hadjadj, J.
Baudrillard, E. Cioran o M. Henry).
El abandono es una gran pobreza
Los Pobres son asimismo aquellos ancianos ingleses, y sus
familias, que un día Teresa visitó: “No recuerdo haber visto jamás cosas tan
hermosas y preciosas en una casa como las que vi allí. Sin embargo, no había
una sola sonrisa en los rostros de aquellas personas. Todos aquellos ancianos
tenían las miradas vueltas hacia la puerta. Pregunté a la Hermana encargada:
‘¿Por qué son así? ¿Cuál es la razón de que no se vea una sonrisa en sus
rostros?’. La hermana me contestó: ‘Pasa igual todos los días. Están siempre a la espera de que alguien
venga a visitarlos. La soledad los corroe, y un día tras otros no dejan de
mirar. Nadie viene’. El abandono es una gran pobreza”.
De igual modo le ocurrió en otra ocasión: “Un hombre se
dirigió a mí para preguntarme: ‘¿Es usted Madre Teresa?’ Sí, contesté. Me
pidió: ‘Mande a alguna de sus Hermanas a nuestra casa. Yo estoy medio ciego y
mi mujer se encuentra al borde de la demencia. Suspiramos por escuchar el eco
de una voz humana. Es lo único que echamos en falta’. Cuando mandé a las
Hermanas, se dieron cuenta de que era verdad. No le faltaba nada a aquel
matrimonio. Pero estaban sofocados por la angustia de no tener a ningún
pariente cerca. Se sentían indeseados, inútiles, de ningún provecho: condenados
a morir en soledad extrema…”. La
soledad… esta es la principal causa del llanto occidental.
No obstante, esta tristeza puede redimirse, afirmaba nuestra
protagonista, acogiendo el mensaje de aquella Persona con la que ella tuvo un
Encuentro: Cristo. No se puede comprender la vida de Teresa, la de las
Misioneras de la Caridad o la de cualquier cristiano, sin esta Persona. Por eso
su misión cristiana, como así nos lo recuerda en el primer párrafo, no es
comparable a la de una acción humanitaria. Su misión era y es más
transcendental. Una transcendencia encarnada en el hombre cuyo símbolo más profundo,
pleno y transformador era y es el de la sonrisa; el reflejo más reluciente de
ese Encuentro. Asimismo, aconsejaba a un grupo de cuarenta profesores
universitarios que visitaron la Casa del Moribundo. Ante la pregunta de uno de
ellos, “‘Madre, díganos algo que nos ayude a transformar nuestras vidas’. Les
dije: Sonreíos mutuamente”.
Teresa de Calcuta nació el 26 de agosto de 1910 (Skopie,
Macedonia), y falleció el 5 de septiembre de 1997 (Calcuta, India). El mundo la
despidió como la “Santa viviente”. Fue laureada ofreciéndole funerales de
Estado, como ya hicieran con Mahatma Gandhi –máxima condecoración y homenaje
civil que se le puede hacer a un difunto–; pero sobre todo sería acogida,
resguardada y elevada por todas las almas que un día besara y perfumara,
transportándola al eterno altar del Universo: “Si un día llego a ser santa, seré
sin duda una santa de las ‘tinieblas’. Me ausentaré del Cielo para siempre,
para encender la lámpara de los que en la tierra están en las tinieblas”. Que
así sea. Fuente: Zenit. Org.