18 de julio 2020 “La otra mejilla” Por: Monseñor. Pedro
Mercado Cepeda - Creo que el sector religioso en Colombia está llamado a dar
ejemplo en este difícil momento que como Nación afrontamos. Hemos de practicar
lo que predicamos: la vida es sagrada y debe estar por encima de cualquier
interés.
Ahora bien, dado que nuestra Constitución consagra el
derecho de libertad religiosa que, como todo derecho fundamental, puede ser
restringido sólo por motivos de particular gravedad, las autoridades nacionales
y locales deben entender que la cuestión de la apertura de los templos no
debería equipararse con la de otros espacios o servicios, como restaurantes, bares y discotecas. El tema del culto requiere un trato y un
razonamiento diferenciados en razón de su naturaleza y finalidad.
Es comprensible que, ante el crecimiento de la pandemia en
Bogotá, el culto público pueda permanecer restringido en la capital todavía por
un tiempo. Hay que evitar poténciales focos de contagio.
Y el sector religioso
comparte con las autoridades, incluida la alcaldesa de Bogotá, la preocupación
por la salud de todos los colombianos. Hemos por ello acatado y apoyado todas
las medidas de prevención, incluso con el dolor que para nosotros representa no
poder brindar personalmente a nuestros fieles la ayuda espiritual que, ahora más
que nunca, necesitan.
No hemos nunca dicho que los templos deban abrirse hoy o
mañana. Somos conscientes de la gravedad de la situación. No obstante, es
también necesario reconocer que es factible establecer medidas para facilitar
una apertura gradual, controlada y segura de los lugares de culto. En efecto,
nuestros protocolos de bioseguridad, redactados con el acompañamiento del
Ministerio de Salud, son más estrictos que los aprobados para otros espacios
-esos sí muy concurridos- que ya han abierto sus puertas, aunque con algunas
restricciones, en la ciudad de Bogotá y en nuestro país.
Por eso, ha dolido enormemente a los líderes religiosos,
ejemplares en el apoyo que han brindado a las medidas de prevención asumidas
por el Gobierno y por la misma alcaldesa de Bogotá, el lenguaje agresivo y discriminatorio utilizado recientemente en su
contra por la mandataria de los bogotanos. Lenguaje lamentable,
injustificable e inexacto, carente de empatía, producto de la pasión más que de
la razón. Esperamos una rectificación de su parte. Pero, a pesar de la ofensa,
ponemos la otra mejilla como nos enseñó Jesús, invitándola a un diálogo abierto
y sincero, sin prejuicios de parte y parte. Pensar distinto no nos hace enemigos. Y no es hora de orgullos
heridos y mezquindades, Colombia nos necesita unidos y trabajando juntos.
Pero, atención, el tema no es sólo de “lenguaje”. En el
fondo, se trata de una cuestión de democracia, derechos y libertades que va más
allá del caso puntual de la alcaldesa y sus destempladas declaraciones. Un debate debe darse: en circunstancias de
grave crisis, cuáles son los límites de nuestros gobernantes para ejercer sus
funciones y extraordinarias atribuciones. Veo con preocupación que algunas
autoridades, no sólo locales, han asumido posturas "mesiánicas” y
“paternalistas” que hacia el inminente futuro pueden degenerar en peligrosas
formas de autoritarismo. Hoy, en Colombia, el Congreso se reúne virtualmente,
los ciudadanos no pueden protestar, tienen movilidad restringida y no pueden congregarse
para orar. Grave situación que no puede ser mantenida indefinidamente.
El sector religioso y académico debe estar atento a esta
preocupante realidad que limita nuestras libertades y derechos. El debate hay
que darlo, tomando desde ahora precauciones y medidas correctivas, para evitar
que a la mortal pandemia del covid pueda sobrevenir una tragedia todavía peor,
la del tentador “populismo” y el recurrente “caudillismo” que ha plagado de
sangre y muerte nuestra historia. Que el covid no termine por infectar la
democracia. Monseñor. Pedro Fernando. Mercado Cepeda Presidente del Tribunal
Eclesiástico de Bogotá. Fuente: Conferencia Episcopal de Colombia.