13 de julio 2020. María. Misericordia, esperanza y consuelo.
Autor: Monseñor, Fernando Chica Arellano - En el pasado mes de junio, el Santo
Padre sumó tres nuevas invocaciones marianas a las Letanías Lauretanas, con las
que habitualmente concluye el rezo del Santo Rosario. Como se sabe, estas
letanías provienen del santuario de Loreto, de donde toman su nombre, y fueron
oficialmente aprobadas en el siglo XVI. Posteriormente, han ido recibiendo
algunos añadidos, al hilo de acontecimientos históricos y eclesiales. Así, en
medio de la Primera Guerra Mundial, el papa Benedicto XV incluyó el título
“Reina de la Paz”, mientras que Pío XII introdujo la invocación “Reina Asunta
al Cielo” tras la aprobación del dogma de la Asunción de la Virgen. Por
decisión de san Pablo VI, al finalizar el Concilio Vaticano II, se insertó
“Madre de la Iglesia”. Por su parte, san Juan Pablo II agregó “Reina de las
Familias”.
Las tres expresiones que el papa Francisco ha incorporado
son, en latín, “Mater Misericordiae”, “Mater Spei” y “Solacium migrantium”, que
podemos traducir como “Madre de la Misericordia”, “Madre de la Esperanza” y
“Consuelo de los migrantes”.
Detengámonos, pues, en estas tres nuevas menciones
de las letanías de la Virgen María, que responden a la vivencia del pueblo fiel
de Dios en esta coyuntura de pandemia por Covid-19, a sus sufrimientos y
anhelos.
Madre de la Misericordia. Se trata de un modo de referirse a
María que encontramos ya en la oración de la Salve y que, por tanto, ha
iluminado la vida del pueblo creyente desde hace siglos. En estos tiempos de
coronavirus, como en tantos otros momentos a lo largo de la historia, hemos
sentido el corazón desgarrado. Nos ha visitado la enfermedad y la muerte, hemos
visto zarandeadas nuestras seguridades, nos está golpeando atrozmente el
desempleo y la crisis económica. En ese contexto hemos confiado en el personal
sanitario y en las medidas de prevención comunitaria, seguimos esperando en el
trabajo de los científicos e investigadores en pos de una vacuna y de una cura
eficaz. Valoramos asimismo los esfuerzos que apoyan a las personas más
vulnerables.
En todo ello hemos experimentado, a través del calor y la
bondad de la familia, de los vecinos y los amigos, y también del altruismo de
diversas instituciones, entre ellas Cáritas, que nuestras penas y amarguras
encontraban algo de alivio. A pesar de todo, cuando más agobiados estábamos,
nunca hemos hallado tanta serenidad como cuando hemos acudido a la Virgen María
y nos hemos refugiado bajo su amparo. Entonces, hemos percibido a las claras
que ella es Madre de Misericordia. Su
ternura nos ha sostenido y confortado en nuestro confinamiento. Y lo sigue
haciendo, si nos acercamos a ella con devoción filial.
Madre de la Esperanza.
Desde que se identificó el primer brote de Covid-19, en la ciudad china de
Wuhan, han pasado poco más de seis meses. A lo largo de este medio año hemos
pasado por diferentes vicisitudes. Tras la incertidumbre inicial, los meses de
marzo y de abril fueron tremendamente arduos en Europa (sobre todo, en Italia y
en España) con una gran cantidad de contagios, hospitalizaciones y
fallecimientos. Después, hemos vivido una mejora de las condiciones
epidemiológicas y se han atenuado las restricciones impuestas por la emergencia
sanitaria. Pero, al mismo tiempo, sabemos que en otros puntos del planeta
(sobre todo, en África, en América del Norte y del Sur) la pandemia sigue
galopante y fustigando a las poblaciones más pobres. Ya hay más de 10 millones
de personas afectadas y más de 500.000 han perecido. Podemos sentir que el
agotamiento y el escepticismo nos llevan a la postración y la tristeza. En esa
situación haremos bien en recurrir a la Virgen María, para que aumente en
nosotros la certeza de que ella es en verdad Madre de la Esperanza. Ella jamás nos defrauda. Tampoco nos
decepciona. Ella mantiene el ritmo de nuestra espera, como solemos cantar
en Adviento. Ella, que guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón
(Lucas 2, 19), sigue abogando para que cesen todas nuestras dificultades. Ella,
que fue fiel hasta el final, junto a la cruz de su divino Hijo (Juan 19, 25), permanece a nuestro lado en medio de
nuestros desconciertos y apatías. Ella nos anima, nos fortalece y nutre
nuestra esperanza.
Consuelo de los
Migrantes. Junto a las invocaciones por así decir “genéricas”, las Letanías
Lauretanas aluden a algunos grupos de personas que requieren una atención
particular. Concretamente, decimos que la
Madre de Dios es “Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores,
Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos”. Ahora ponemos bajo su
manto a los migrantes y, en esa palabra, incluimos a quienes no tienen más
remedio que abandonar sus lugares de origen, a quienes sufren desplazamiento
forzoso, a quienes son víctimas de trata de personas, a quienes desarrollan su
vida familiar en nuevas sociedades que, con frecuencia, los miran con
hostilidad y recelo. Según datos oficiales de la ONU, en 2019 había más de 271
millones de migrantes; quienes se han visto obligados a dejar sus hogares son
71 millones, entre los que hay 30 millones de refugiados y 41 millones de
desplazados internos. Todos ellos pueden acogerse a la protección de la Virgen
María como Consuelo de los Migrantes. El término latino “Solacium migrantium”
puede traducirse como Consuelo, pero también como “Ayuda” de los migrantes. Y
es que la Virgen Madre es, al mismo
tiempo, consuelo afectivo y ayuda efectiva. Así también debe ser nuestra
Iglesia: madre, consuelo y ayuda de los migrantes y de cuantos están solos y
apesadumbrados, de quienes, entre congojas y desgracias, no tienen a nadie que
enjugue sus lágrimas.
Escribo estas líneas en el mes de julio, teniendo ya cerca
la popular fiesta de la Virgen del Carmen, presente en tantos hogares y en
tantos rincones de nuestra geografía. Como “Estrella de los Mares”, Nuestra
Señora alumbra nuestro caminar. Y, de un modo singular, cuida y socorre a los
pescadores y a los marineros. De hecho, la Iglesia celebra ese día la Jornada
del Apostolado del Mar, teniendo muy presente las preocupaciones, pesares y
tribulaciones de estas personas y sus familias, no olvidando nunca sus afanes y
penurias. Ojalá puedan sentir todos, pero principalmente quienes dirigen a ella
su clamor entre las inclemencias de la vida, que María es realmente Madre de la
Misericordia, Madre de la Esperanza y Consuelo de los migrantes. Ojalá que cada uno de nosotros, individual
o comunitariamente, podamos robustecer la plegaria, así como la acción
solidaria por la gente del mar, por los migrantes y para que se erradiquen
los cuantiosos flagelos que angustian a la humanidad. Para lograr este hermoso
objetivo, nos vendrá bien escuchar las sublimes palabras de san Bernardo de
Claraval, quien exhorta a buscar infatigablemente a María para no quedar
desorientado: “Oh tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra
firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y
tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta
estrella… Mira la estrella, invoca a María… Siguiéndola, no te extraviarás °°° si Ella te protege, nada tendrás que temer;
si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás la
meta” (Hom. super Missus est, II, 17: PL CLXXXIII, 70-b, c, d, 71-a). Monseñor.
Fernando Chica Arellano. Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el
FIDA y el PMA (*) Fuente: Conferencia Episcopal de Colombia.