5 de julio 2020. “Jesucristo es el modelo de los pobres de
espíritu.” Ángelus Regina Coeli Papa Francisco. Semana 14 de la liturgia,
tiempo ordinario, ciclo A. Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El
pasaje evangélico de este domingo (cfr. Mateo 11, 25-30) está dividido en tres
partes: primero Jesús alza un himno de bendición y de agradecimiento al Padre,
porque ha revelado a los pobres y a los sencillos el misterio del Reino de los
cielos; después desvela la relación íntima y singular que hay entre Él y el
Padre; y finalmente invita a acudir a Él y a seguirlo para encontrar alivio.
El primer lugar, Jesús alaba al Padre, porque ha ocultado
los secretos de su Reino, de su verdad, «a sabios e inteligentes» (v. 25). Los
llama así con un velo de ironía, porque
presumen que son sabios, inteligentes, y por tanto tienen el corazón cerrado,
muchas veces. La verdadera sabiduría también viene del corazón, no es
solamente entender ideas: la verdadera
sabiduría entra también en el corazón.
Y si tú sabes muchas cosas pero
tienes el corazón cerrado, tú no eres sabio. Jesús dice que los misterios de su
Padre han sido revelados a los «pequeños», a los que se abren con confianza a
su Palabra de salvación, abren el corazón a la Palabra de salvación, sienten la
necesidad de Él y esperan todo de Él. El corazón abierto y confiado hacia el
Señor.
Después, Jesús explica que ha recibido todo del Padre, y lo
llama «mi Padre», para afirmar la unicidad de su relación con Él. De hecho,
solo entre el Hijo y el Padre hay total reciprocidad: el uno conoce al otro, el
uno vive en el otro. Pero esta comunión única es como una flor que brota, para
revelar gratuitamente su belleza y su bondad. Y de aquí la invitación de Jesús:
«Venid a mí…» (v. 28). Él quiere donar lo que toma del Padre. Quiere donarnos
la verdad, y la verdad de Jesús es siempre gratuita: es un don, es el Espíritu
Santo, la Verdad.
Como el Padre tiene una preferencia por los «pequeños»,
también Jesús se dirige a los «fatigados y sobrecargados». Es más, se pone Él
mismo en medio de ellos, porque Él es el
«manso y humilde de corazón» (v. 29), así dice que es. Como en la primera y
en la tercera bienaventuranza, la de los humildes o pobres de espíritu; y la de
los mansos (cfr. Mateo 5, 3-5): la mansedumbre de Jesús. Así Jesús, «manso y
humilde», no es un modelo para los resignados ni simplemente una víctima, sino
que es el Hombre que vive «de corazón» esta condición en plena trasparencia al
amor del Padre, es decir al Espíritu Santo. Él es el modelo de los «pobres de espíritu» y de todos los otros
“bienaventurados” del Evangelio, que cumplen la voluntad de Dios y
testimonian su Reino.
Y después, Jesús dice que si vamos a Él encontraremos
descanso: el «descanso» que Cristo ofrece a los cansados y oprimidos no es un
alivio solamente psicológico o una limosna donada, sino la alegría de los
pobres de ser evangelizados y constructores de la nueva humanidad. Este es el
alivio: la alegría, la alegría que nos da Jesús. Es única, es la alegría que Él
mismo tiene. Es un mensaje para todos nosotros, para todos los hombres de buena
voluntad, que Jesús dirige todavía hoy en el mundo, que exalta a quien se hace
rico y poderoso. Cuántas veces decimos: “¡Ah, quisiera ser como ese, como esa,
que es rico, tiene mucho poder, no le falta nada!”. El mundo exalta al rico y
poderoso, no importa con qué medios, y a veces pisando a la persona humana y su
dignidad. Y esto lo vemos todos los días, los pobres pisados. Y es un mensaje
para la Iglesia, llamada a vivir las obras de misericordia y a evangelizar a
los pobres, a ser mansos, humildes. Así el Señor quiere que sea su Iglesia, es
decir nosotros.
María, la más humilde y la más alta entre las criaturas,
implore a Dios para nosotros la sabiduría del corazón, para que sepamos
discernir sus signos en nuestra vida y ser partícipes de esos misterios que,
ocultos a los soberbios, son revelados a los humildes. Fuente: Vatican. Va.