3 de julio 2020. Con el pecado ni se pacta ni se dialoga,
sino que se le rechaza. Autor: Monseñor: Francisco Pérez González. Y digo esto
porque hay momentos en los que se quiere llegar a las medias verdades
dialogadas que son las mayores mentiras y todo por querer complacer al
auditorio.
El relativismo se
manifiesta como el hilo conductor de un pensamiento débil y de una
descomposición tal en la que ‘todo vale’ con tal que sea una percepción
sentimentalista y afectista. Lo peor del relativismo es que trastoca la
verdad con la mentira, lo auténtico con la falta de calidad y la virtud con el
vicio. Ya el mismo San Juan Pablo II lo decía con firmeza y claridad: “El gran
problema del futuro será el relativismo”. Más de una vez lo pude escuchar en
sus homilías y discursos: “No es malo el deseo de vivir mejor, pero es
equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a
tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la
existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo” (Centesimus annus,
3).
Con el pecado ni se pacta, ni se dialoga puesto que es de justicia eliminar el mal y favorecer
el bien. Cualquier ambigüedad es un crimen psicológico y espiritual. A
veces se ha confundido el diálogo con la cesión de la verdad para que el
interlocutor no se ofenda y esto, en definitiva, es adorar a la mentira.
El pecado es negar
con la vida el amor que hemos recibido de Dios. El pecado se ausenta de
Dios porque lo margina. Dios está siempre con los brazos abiertos. Recordamos
lo que sucedió con el hijo pródigo. “En la respuesta a la llamada de Dios,
implícita en el ser de las cosas, es donde el hombre se hace consciente de su
trascendente dignidad. Todo hombre ha de dar esta respuesta, en la que consiste
el culmen de su humanidad y que ningún mecanismo social o sujeto colectivo
puede sustituir. La negación de Dios
priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, la induce a organizar
el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la
persona” (Juan Pablo II, Centesimus annus, 14). Si algo conviene aplaudir al
hijo pródigo es que no tuvo vergüenza en volver a su casa donde el padre le
esperaba. Se deshizo de sus complejos y se lanzó a la mayor y mejor aventura.
Dialogar con el
pecado es dejarse llevar por el instigador que es el Maligno: “El diablo es un
mal pagador, ¡no paga bien! ¡Es un estafador! Te promete todo y te deja sin
nada. El diablo es astuto: no se puede dialogar con él. Siempre pone un cebo
que son las tentaciones, todos lo sabemos porque todos las padecemos. Tentaciones
de vanidad, de soberbia, de codicia, de lujuria, de avaricia, de pereza”
(Francisco, Homilía en Santa Marta-Vaticano-, 10 de febrero del 2017).
Con la tentación no
se dialoga porque para liberarse de ella, ante todo, lo que ha de hacerse es rechazarla
y no darle ninguna tregua. De ahí que cuando hoy tanto se habla de diálogo
conviene saber al interlocutor a quien tiene uno delante de sí y todo lo más,
si es un auténtico diálogo, ir por el camino de la conversión como hizo
Jesucristo con la adúltera. “Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no
peques más” (Juan 8, 11). Jesucristo ni
es legalista, ni es permisivo, sino que conjuga la verdad, la justicia, el amor
y la misericordia. “Conviene avisar que nunca de tal manera nos
transportemos en mirar la divina misericordia, que no nos acordemos de la
justicia; ni de tal manera miremos la justicia, que no nos acordemos de la
misericordia; porque ni la esperanza carezca de temor, ni el temor de la
esperanza” (Fray Luis de Granada, Vida de Jesús 13).
La educación en la
vida de fe ha de tantearse siempre y hemos de pensar si sabemos estar en el
lugar que nos corresponde, sin miedos y sin traumas, puesto que es fácil
caer en la trampa del simpatizar tanto con la otra persona o ambiente que se
llegue a caer en el legalismo o en la permisividad. Y ante la propuesta
engañosa de “estamos en otros tiempos”, “hoy han cambiado los parámetros
sociales y psicológicos”, “conviene ser más flexibles”, “la Iglesia debe
cambiar en sus ideas y posturas”… la trampa es segura y de ella se ha de salir,
o mejor, procurar estar atentos y dar el paso de escapar. Con el pecado, ni pacto, ni diálogo; con el pecador, verdad y
misericordia. Fuente: Religión en
libertad. Org.