6 de agosto 2018. Monseñor. Darío de Jesús Monsalve Mejía -
En la Colombia actual, el bien de la paz no puede reducirse a lo que hagan o
dejen de hacer los gobiernos. Hoy no
tenemos un estado de paz, ni una paz de Estado, como lo manda la constitución
nacional, pues carecemos, tristemente, de esos consensos entre ciudadanos y
gobernantes que, por múltiples factores de vieja data y conceptos divergentes
del poder y de la justicia, han generado, no solamente desequilibrio sino
verdadero daño a la convivencia pacífica, a la inclusión del Estado en la
totalidad del territorio y de la población en la totalidad de derechos y
oportunidades.
Pululan las economías y
los “poderes paralelos”, en el barrio o en el campo, en la lejanía y la selva.
Situación que se agrava mucho más con el auge del narcotráfico, su producción y
mercado, para no hablar de otros fenómenos concomitantes a la criminalidad.
Sin duda alguna, estos serán días de incertidumbre y
expectativas, de balance sobre un proceso de paz, apenas iniciándose, pero ya
con hechos, procesos y planes que deberán ser responsablemente asumidos por el
pueblo colombiano y por el nuevo gobierno, más allá de visiones partidistas. En materia de ahorrar vidas humanas, y la paz
sí que lo es, no se puede mantener el criterio de derecho a desandar el trecho
recorrido, sino de garantizar la meta anhelada: paz con verdad, democracia
plena y mayor justicia social.
La Iglesia Católica en Colombia, ojalá en un contexto de
ecumenismo desde la verdad de Dios, del hombre y de la creación, debe alentar
siempre, sin miedo, el Evangelio de la paz, la buena nueva del perdón y la
utopía de la unidad en la diversidad. Para
una población en diáspora cultural y desarraigada de sus pertenencias, de
bienes y sentido, ahogada por el libre mercado y el insaciable consumo,
sometida a la ley de la fuerza y de un aberrante desprecio por la vida del
semejante, se vuelve indispensable esa “Iglesia de puertas abiertas”, comunidad
en salida al encuentro del difícil prójimo de estos tiempos, “hospital de
campaña” en medio de personas, familias y masas heridas. Esta Iglesia, “espacio
alternativo” a sociedades y Estados, independiente de partidos gobernantes y opositores,
deberá emerger, con fuerza y sabor de Evangelio, también en Colombia.
Evangelizar y pastorear la sociedad (fe y doctrina social de la Iglesia),
resultan inseparables. Bien vale la pena retomarlo con el ímpetu de hace 50
años, con el “Documento de Medellín”, conclusiones de la 2a. Asamblea General
del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, celebrada en Medellín del 26 de
agosto al 6 de septiembre de 1968.
Allí, la justicia y el cambio social, la paz, la opción por
los pobres y por los jóvenes, marcaron la pauta. Propongámonos, como mínimo,
volver a ese texto y releerlo hoy, guiados por el mensaje del Papa Francisco. El Documento de Medellín, actualizado por el
magisterio del Papa, bien podría inspirarnos una agenda eclesial de paz para
nuestro compromiso.
Esta agenda podría ser construida entre todos.
Me atrevo a sugerir, como hechos y palabras “generadores” de
aprendizajes “alfabetizadores”, para una conciencia social de paz como Iglesia,
al menos tres conjuntos de lenguaje:
1. Conjunto de la “V”:
*VIDA, VÍCTIMAS,
VERDAD.
2. Conjunto de las “P”:
*PALABRA, PACTO,
PERDÓN.
3. Conjunto de las “D”:
*DIGNIDAD, DERECHOS,
DEMOCRACIA.
Sobre estos hechos-palabra, podríamos empezar a generar una
conducta de Iglesia, que nos permita visibilizar a las víctimas de violencias y
violentos, para cuestionar a sus perpetradores y a los indiferentes comportamos
estos sencillos aportes. +Darío de Jesús Monsalve Mejía, Arzobispo de Cali.
Conferencia Episcopal de Colombia.