Evangelio para el domingo 2 de
septiembre 2018. °°° «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. El culto que me dan está
vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para
aferraros a la tradición de los hombres.” °°° Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23. “La
limpieza de corazón”, es un excelente principio del Maestro de Nazareth
para
poder entender la bondad y la perfección de la creación; mas no la necedad del
pensamiento humano, en creer que el mal existe por sí mismo.
Teniendo en cuenta ese
fundamento, son vanos todos los esfuerzos, todas las discusiones, todas las
formas que las personas pretendan proponer como medio de evadir la realidad
misma del pecado, la no conciencia de los actos, la fragilidad ante los deseos
y tentaciones que el mismo hombre fabrica dentro de su corazón. Es muy fácil disculparse ante los errores
cometidos, o no aceptar la realidad pecadora en mi vida, diciendo que el mal se
encuentra en el mundo, en las demás personas, en la cultura, en el modernismo, en
las redes sociales, etc. Lo que pasa en el fondo, es que el mismo hombre,
caprichosamente, le cambió el orden a la vida. Al principio no era así, dice la
Sagrada Escritura, (cf. Mateo 19, 8).
Jesucristo plantea un nuevo
estilo de vida, una novedosa manera de pensar, un remedio para combatir el mal,
donde no existe el bien: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle;” (Marcos 7,14). Ese es un
principio categórico, y hay que entrar a pensarlo, es el medio para entender
que no hemos logrado el deseo de Dios, nuestra vida anda muy desajustada,
nuestros principios morales están en el cajón del olvido, nuestro corazón se ha
endurecido, nuestra mente se ha empobrecido, vivimos en una sociedad donde
priman los derechos, están ausentes los deberes. Parodiando el eco de la voz
Bíblica, podemos volver a decir: “Antes no era así”.
Nos movemos en una actitud
psicológica demasiado negativa, nos preocupa el qué dirán, nuestro afán es no
permitir que conozcan nuestro lamentable estado espiritual, nuestra batalla es
con nuestro propio yo. Eso no es lo que
enseña la sabiduría de Dios. El culto que le damos a Dios, muchas veces se
queda en el vacío. Se hace necesario regresar a los primeros principios de la
sapiencia divina: “No añadas nada a lo que te mando ni suprimas nada; guarda
los preceptos del Señor tu Dios, como hoy te los doy” (Deuteronomio 4, 2). La
persona que se acostumbra a proceder honradamente, a practicar la justicia, no
hacer mal a nadie, no difamar de nadie, no prestarse para ningún soborno; esa
persona nunca fallará. (cf. Salmo 14). Vivir auténticamente una religión, en
una sociedad; es permitir la limpieza de corazón, la transparencia de espíritu,
centrar la fe en Dios y en su Palabra. Cuida tu salud: Ataca siempre el mal,
con la fuerza del bien. Padre, Jairo Yate Ramírez. Arquidiócesis de Ibagué.