23 de octubre 2019. “Se busca la verdad en la caridad”. El
Santo Padre, ha continuado con el ciclo de catequesis sobre los Hechos de los
Apóstoles, centrando su reflexión en el pasaje Dios ha abierto a los gentiles
la puerta de la fe” (Hechos 14:27). La misión de Pablo y Bernabé y el concilio
de Jerusalén (Hechos de los Apóstoles 15, 7-11). Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días! El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que san Pablo,
después de ese encuentro transformador con Jesús, es acogido por la Iglesia de
Jerusalén gracias a la mediación de Bernabé y comienza a anunciar a Cristo.
Pero, debido a la hostilidad de algunos, se ve obligado a trasladarse a Tarso,
su ciudad natal, donde Bernabé se une a él para involucrarlo en el largo viaje
de la Palabra de Dios. El libro de los Hechos de los Apóstoles, que estamos
comentando en estas catequesis, puede decirse que es el libro del largo camino
de la Palabra de Dios: la Palabra de
Dios debe ser anunciada, y anunciada en todas partes. Este viaje comienza
después de una fuerte persecución (cf. Hechos 11,19); pero esta, en vez de ser
un compás de espera para la evangelización, se convierte en una oportunidad
para ampliar el campo donde sembrar la buena semilla de la Palabra. Los
cristianos no se asustan. Deben huir, pero huyen
con la Palabra, y la difunden por todas partes.
Pablo y Bernabé llegaron primero a Antioquía de Siria, donde
se quedan un año entero para enseñar y ayudar a la comunidad a echar raíces
(Hechos 11:26).Anunciaban a la comunidad judía, a los judíos. Antioquía se convierte así en el centro de
propulsión misionera, gracias a la predicación con la que los dos evangelizadores
-Pablo y Bernabé- llegan los corazones de los creyentes, que aquí, en
Antioquía, son llamados por primera vez “cristianos” (cf. Hechos 11, 26). El
libro de los Hechos revela la naturaleza de la Iglesia, que no es una
fortaleza, sino una tienda capaz de ampliar su espacio (cf. Isaías 54,2) y de
dar cabida a todos. La Iglesia o es “en salida” o no es Iglesia, o está en
camino, ampliando siempre su espacio para que todos puedan entrar, o no es
Iglesia. “Una Iglesia con las puertas abiertas” (Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, 46), siempre con las puertas abiertas. Cuando veo una iglesita aquí, en esta ciudad, o cuando la veía en la
otra diócesis de dónde vengo, con las puertas cerradas, creo que es una mala
señal. Las iglesias siempre deben tener las puertas abiertas porque son el
símbolo de lo que es una iglesia: siempre abierta. La Iglesia está “llamada a
ser siempre la casa abierta del Padre”. De ese modo si alguien quiere seguir
una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la
frialdad de unas puertas cerradas” (ibid., 47).
¿Pero esta novedad de las puertas abiertas a quién? A los paganos, porque los apóstoles
predicaban a los judíos, pero también los paganos venían a llamar a la puerta
de la Iglesia; y esta novedad de las puertas abiertas a los paganos desencadena
una controversia muy animada. Algunos judíos afirman la necesidad de hacerse
judíos mediante la circuncisión para salvarse y luego recibir el bautismo.
Dicen: “Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica no podéis
salvaros” (Hechos 15,1), es decir, no podréis recibir el bautismo más tarde.
Primero el rito judío y luego el bautismo: esta era su postura. Y para resolver
la cuestión, Pablo y Bernabé consultan al consejo de los Apóstoles y de los
ancianos en Jerusalén, y tiene lugar lo que se considera el primer concilio en
la historia de la Iglesia, el concilio o asamblea de Jerusalén, al que Pablo se
refiere en la Carta a los Gálatas (2,1-10).
Se aborda una cuestión teológica, espiritual y disciplinaria
muy delicada: es decir, la relación
entre la fe en Cristo y la observancia de la Ley de Moisés. En el curso de
la asamblea son decisivos los discursos de Pedro y Santiago, “columnas” de la
Iglesia Madre (cf. Hechos 15,7-21; Gál 2,9). Invitan a no imponer la circuncisión
a los paganos, sino sólo a pedirles que rechacen la idolatría y todas sus
expresiones. De la discusión viene el camino común, y esa decisión, ratificada
con la llamada carta apostólica enviada a Antioquía.
La asamblea de Jerusalén arroja una luz significativa sobre
cómo tratar las diferencias y buscar la
“verdad en la caridad” (Efesios 4,15). Nos recuerda que el método eclesial
de resolución de conflictos se basa en el diálogo, constituido por la escucha
atenta y paciente y el discernimiento efectuado a la luz del Espíritu. En
efecto, es el Espíritu el que ayuda a superar los cierres y las tensiones y
actúa en los corazones para que alcancen
la verdad y la bondad, para que lleguen
a la unidad. Este texto nos ayuda a comprender la sinodalidad. Es interesante,
como escriben la Carta: los Apóstoles empiezan diciendo: “El Espíritu Santo y
nosotros pensamos que…”. Es propio de la sinodalidad, de la presencia del
Espíritu Santo, de lo contrario no es sinodalidad, es parlatorio, parlamento,
otra cosa..
Pidamos al Señor que fortalezca en todos los cristianos,
especialmente en los obispos y sacerdotes, el deseo y la responsabilidad de la
comunión. Que nos ayude a vivir el diálogo, la escucha y el encuentro con
nuestros hermanos y hermanas en la fe y con los que están lejos, para gustar y
manifestar la fecundidad de la Iglesia, llamada a ser en todos los tiempos
“madre gozosa” de muchos hijos (cf. Sal 113, 9). Fuente: Aciprensa.